"Ningún compañeiro denunciou"

Afonso Eiré contó en una novela su paso por el Seminario de Lugo, incluidos los abusos que sufrieron otros niños

Afonso Eiré. ADP
photo_camera Afonso Eiré. ADP

«As ‘neniñas’ son as que andan cos Superiores, aqueles que se deitan con eles e, en troques, son os seus protexidos ante todos, incluídos os outros profesores». Esa definición es obra de O Veiga, uno de los personajes de ‘Amigos sempre’, la novela de Afonso Eiré publicada hace 20 años y en la que cuenta su paso, y el de sus compañeros, por el Seminario de Lugo en la segunda mitad de los años 60. «Penso que me quedei curto. Segundo me contaron despois quedeime curto», explica el periodista y escritor, al que le llovieron quejas y apoyos. Aún hoy en día, siguen llegándole ambas cosas. «Houbo xente que o pasou moi mal e hai compañeiros que o seguen pasando mal agora. Houbo ata suicidios. Ninguén denunciou», dice Eiré.

Del libro se habló entonces y se sigue hablando año tras año porque los exseminaristas siguen reuniéndose. En él figura un pasaje en el que se narra cómo los sacerdotes utilizaban una contraseña cuando querían que algún chaval fuera a su habitación y Eiré asegura que esa fórmula era real, así se aplicaba.

No todos lo ven así, sin embargo. «Houbo xente que me contara as súas experiencias e que logo as negaron. Tamén houbo quen as negou cando saíra o libro e recentemente se me acercou para pedirme perdón, que estivera falando con outros compañeiros e que lle contaran o que lles pasara a eles e viu que era verdade» explica. Finalmente, hay quien le resta importancia. «Na última reunión alguén dixo: ‘Bueno, pero ese crego só daba bicos», cuenta.

Él tuvo la suerte de eludir esa experiencia, aunque no del todo. «Si que me deu bicos un cura, pero intentou tocarme e dinlle na man... Non seguíu. Eu era moi rebelde. Hai que ter en conta que me acabaron botando», apunta el escritor. Puede que su carácter acabase resultando protector. En general, según explica, aquellos que fueron víctimas de los abusos eran niños apocados, dulces, que no solían rebelarse.

Hace poco, y con motivo del aniversario de la novela, explicó en un artículo qué consecuencias había tenido su publicación. Asegura que le llamó el obispo Frai José, con el que existía aprecio mutuo, para decirle que tres sacerdotes lo querían denunciar por el pasaje de los abusos. «Díxenlle que eso era porque se viran recoñecidos e que o fixeran, que denunciaran, que sería bo que a Xustiza coñecera iso», explica y cuenta también que, muchos años después, durante una visita de su hermano a la catedral de Lugo, uno de ellos lo confundió con él y lo insultó en pleno templo.

No es esa la única vez que sus caminos se cruzaron. Explica que otro de los sacerdotes aludido en el libro intentó escribir en A Nosa Terra, semanario que Eiré dirigió de 1983 a 2007. «Sempre tiven claro que, mentres eu fora o director, él non publicaría alí. E non o fixo», apunta.

Al margen de los abusos sexuales, y aunque había sacerdotes entregados a la formación de los chavales, dedicados y pacientes, Eiré recuerda un centro con «represión e maltrato».

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