"Vivín intres moi duros que non vou esquecer nunca"

"Podería ser miña nai"

Durante dos semanas, el objetivo de Pablo Camino Velasco fue salvar las vidas de los refugiados sirios que llegan a la isla de Lesbos. Este voluntario lamenta la falta de humanidad de quienes podrían poner fin al drama y lo convierten en un negocio.
El cuntiense Pablo Camino Velasco durante una misión realizada en el mes de marzo por las costas de la isla griega de Lesbos.
photo_camera El cuntiense Pablo Camino Velasco durante una misión realizada en el mes de marzo por las costas de la isla griega de Lesbos.

DESDE UN BARCO que había embarrancado en una zona rocosa cerca de la costa de Lesbos (Grecia), una embarcación semipodrida y atestada de gente que mantenía a duras penas la estabilidad sobre el agua, las mujeres arrojaban a sus hijos al mar para que los socorristas, que habían acudido a su rescate, se hicieran cargo de ellos.

Atrás quedaban tres horas en el Egeo para hacer una travesía que, en condiciones normales, se realiza en 20 minutos. Aquellos 150 refugiados sirios, en cuya ayuda se movilizó un vecino de Cuntis de 26 años, llamado Pablo Camino Velasco, fueron solo una gota en el océano, pero eran lo más importante para este voluntario de la organización no gubernamental Proactiva Open Arms.

"A xente estaba moi nerviosa, houbo momentos de moita tensión, e tiñamos que amarrala para que non se tirasen todos á vez", recuerda Pablo Camino. Durante 15 días, entre el 8 y el 22 del mes de marzo, su única prioridad fue conducir hasta la costa, siguiendo la ruta adecuada, a las embarcaciones que se aproximaban.

Una vez que alcanzaban la playa, la cadena solidaria articulada para hacer frente a la catástrofe humanitaria provocada por la guerra tiene continuidad a través de otras organizaciones, como Médicos sin Fronteras.

Entonces comenzaba otra fase, la de identificarse, cruzar la isla hasta el puerto de Skala y subirse a un ferry en el que realizaban el desplazamiento hasta Grecia, pero desde el día 20 de marzo, el acuerdo alcanzado entre la Unión Europea y el Gobierno de Turquía cegó esta vía de acceso hacia el viejo continente, echando por tierra todas sus expectativas.

"Eran xente como nós, que tiña a súa vida formada, e aquelo é un inferno. Cando caen bombas todos os días, calquera cousa é mellor"

Pablo Camino comenta que en su segundo día de estancia en Lesbos tuvo la oportunidad de charlar con un sirio que podría ser de su misma edad o un poco mayor que él. Le contó que antes de cruzar los catorce kilómetros de mar que lo separaban de Lesbos, fue detenido y acabó en dos ocasiones en las lúgubres cárceles de Turquía. Logró su objetivo al quinto intento.

Otros permanecieron hasta tres días en la orilla, sin comer ni beber, a la espera de un barco. Y la mecánica habitual, cuando llegaba la embarcación, era que quienes la guiaban la abandonasen para que los refugiados se subiesen a ella, haciéndose a la mar sin conocimiento alguno de navegación y bajo la amenaza de las pistolas que esgrimían los traficantes de seres humanos.

El descanso fue mínimo durante dos semanas, el necesario para estar en condiciones de salir al mar en cuanto oteaban un barco en la lejanía o para recorrer la costa vigilando. Pablo Camino relata que tuvo la ocasión de convivir con familias que habían malvendido sus viviendas para pagar el pasaje hacia Europa.

El precio medio que paga cada refugiado a las mafias oscila entre 1.000 y 3.000 euros, indica, lo que quiere decir que algunas familias tuvieron que desembolsar más de 15.000 para que todos sus miembros pudiesen abandonar un país convertido en un campo de batalla. En no pocas ocasiones, los traficantes les robaron joyas de que comenzase la travesía. Y el peaje también incluye los sobornos pagados a los policías turcos.

"UN INFERNO". "Eran xente coma nós, que tiña a súa vida formada, e agora aquilo é un inferno", subraya Pablo Camino. "Cando caen bombas todos os días, calquera cousa é mellor", agrega. El voluntario de Proactiva Open Arms, y miembro del Club de Natación e Salvamento de A Estrada, recuerda que la mayor parte de los refugiados cuyas existencias truncó la guerra "tiña a súa vida resolta", por lo que no habría abandonado Siria si no fuese una cuestión de vida o muerte.

Pero los sueños de muchos quedaron en el agua, donde los chalecos flotando componen una estampa desoladora. Pablo Camino está convencido de que los muros no podrán frenar la llegada de refugiados, por dos razones. Una es que cuando no hay nada, nada tienen que perder. "É un problema que non interesa que se acabe porque a guerra e o tráfico de persoas é un gran negocio que está deixando moitísimos cartos". Es la segunda, expone.

"Poderían ser miña nai, meus primos ou eu", pensó más de una vez Pablo Camino Velasco al verlos llegar a Lesbos.

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