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Alberto y la muerte más surrealista

Pertrechado tras un humor que desarma, el pontevedrés Alberto Pardo ha asistido atónito a su propio velatorio y a la reacción en cadena de amigos, familia y autoridades  


HAY MUY POCAS PERSONAS que puedan presumir de haber asistido a su propio funeral. Es un privilegio casi imposible en el que el muerto comprueba, entre estupefacto y halagado, la sucesión de elogios, pésames y lloros que siguen a su fallecimiento. Ese momento está reservado a aquellos líderes carismáticos a los que despiden fulminantemente, como Pedro J. Ramírez , que ven pasar a sus deudos por las columnas de los periódicos y por los comentarios de las redes sociales, o a aquellos seres mundanos a los que se les da por muertos y que acaban convirtiendo su entierro en una explosión de júbilo. 


A Alberto Pardo le pasó un poco como a Mark Twain, que un día leyó su propia necrológica en The New York Times. El escritor dirigió una carta al periódico y anunció: "Las noticias sobre mi muerte eran exageradas". Resulta inevitable imaginar a Alberto revisando su muro de Facebook, sin tener aún muy claro si vivía un sueño o una pesadilla. 

Está claro que optó por la primera opción, porque su mensaje en su muro de la red social pasará a la pequeña historia de la ciudad de Pontevedra. "Pues no sé... Yo me veo a mí mismo en estos momentos y diría que estoy vivo... Pero si seguís escribiendo cosas tan bonitas sobre mí tal vez tenga que morirme para no dejaros mal... Además, si lo dice El País... es que tiene que ser cierto". Como Mark Twain, humor ante la propia esquela. Una risa liberadora en medio de la tragedia parisina. 

A esas horas, Alberto llevaba oficialmente muerto unas cinco horas. Su familia aún estaba asimilándolo, producto de un shock brutal, pero la diplomacia española ya lo había confirmado y las instituciones locales trataban de reaccionar para sumarse al duelo: el Concello de Cotobade, de donde es originaria parte de su familia, había decretado tres días de luto oficial y banderas a media asta, y el de Pontevedra mandaba un comunicado de pésame... justo en el momento en que una familiar de Alberto confirmaba que el chico estaba vivo y poco antes de que el propio implicado se pusiese en contacto con el Consulado español en París para decirles que se habían equivocado con él. 

¿Mala suerte o buena suerte? Daría para una conversación eterna, como la que la pandilla de Alberto mantuvo por la tarde en A Verdura , que es donde de verdad se arreglan los problemas en esta ciudad, tomando unas cañas mientras se comunicaban vía Facebook con su amigo. "Estamos de celebración!!! Y con razón! Va por ti, Berto!". 

Todos comentaban y hacían chistes. "Alberto Resurrección es tu nombre ahora", decía uno. "A los 33, como Jesucristo", añadía otro. A esas alturas de la película, a Alberto los periodistas ya lo habíamos bombardeado a WhatsApps , mensajes de Facebook y señales de humo. Él, tranquilo, pensaba en lo cómico de la situación, y, antes de ponerse serio, abrumado por las reacciones, se dejaba caer por el muro de un amigo de la pandilla, un grupo que primero se había juntado en una especia de velatorio y después celebraba la vida: "Me alegro, gente. Por favor, esto es serio. Los periodistas están visitando mi perfil... Haced una ronda de brainstorming con frases que debería publicar. Os quiero". 

Tras tranquilizar a su familia, sus frases habían dado la vuelta a España a través de retuits y capturas de imagen. En la ciudad en la que vivió Ramón María del Valle-Inclán , él era el actor principal de la muerte más surrealista que se recuerda por estos lares. Hizo de Mark Twain, aunque quizás sería más correcto decir que hizo de Alberto Pardo, y puso una sonrisa y un respiro de alivio a las cinco horas más angustiosas que sus familiares y amigos vivirán jamás.

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