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El making of

DURANTE ESTA SEMANA nos hemos esforzado en explicar cómo fue la labor de los bomberos en la extinción del incendio de la zona vieja, pero mucha gente ha preguntado, paralelamente, cómo se vive un episodio así desde la redacción de un periódico. Por eso voy a hablar de nosotros mismos, de lo que constituyó una noche de locura también en Diario de Pontevedra. No sé, igual les parece interesante.

Si en la central de los bomberos la alarma saltó a las 20.38, la primera llamada a este periódico fue a las 20.44. Se sorprenderían ustedes de las veces en que un aviso de un vecino, de un viandante, de un curioso que conoce a alguien que trabaja en el Diario, levanta la liebre de inicio. Eso fue lo que ocurrió el lunes: «Están los bomberos y la Policía local en Michelena . La calle está acordonada».

Lo primero que hace uno en un caso así, a esas horas, cuando ya se tiene la cabeza en la cena en pareja, en la serie de las diez y media y en el beso de buenas noches a los niños, es resoplar.

Por eso, esa noche, primero resoplo, y luego levanto el teléfono. A las 20.46 (lo he comprobado), llamo al jefe de fotografía, Rafa Fariña , pero en cuanto descuelga solo oigo sirenas y su voz: «Ya estoy aquí, ya estoy aquí». Ocho segundos de conversación. No especifica mucho más. No pinta bien la cosa.

Hay que movilizarse. Una redactora, María Argibay , recorre el trayecto desde la calle Lepanto hasta la zona vieja mientras yo le echo un vistazo a la planificación del día. En la página 4 hay una plana de publicidad del propio periódico: una promoción de bufandas. Bien, se podría reducir un poco y dejar un huequito pequeño para una noticia. Quizás así liquidaríamos el asunto.

A las 20.54, otro redactor, Serafín Alonso , que ya ha salido de trabajar, envía una foto por WhatsApp en la que se ve el santuario de A Peregrina y, por detrás, una gran humareda blanca. Añade gráficamente: «Ojo, que es la hostia». Uf.

No da mucho tiempo a procesar los datos porque a las 20.57, la redactora desplazada envía otra foto. Está en Benito Corbal y las llamas ya se ven desde allí. La noche ayuda a amplificar el resplandor del incendio que está comenzando. La situación es grave. Lo del huequito en la página 4 va a ser que es poco.

A las 20.58 llegan los primeros vídeos de los dos periodistas y se despejan las pocas dudas que quedaban al respecto. Madre mía. Los reboto a la web del Diario, informo al director y decido ir a ver qué ocurre con mis propios ojos.

Salgo y cojo el móvil para dar aviso a la sección de Local de que voy de camino, pero antes de que pueda teclear nada, al llegar a Benito Corbal desde Lepanto, veo las llamas del fuego a lo lejos. Es tremendo. Ni página 4 ni página 5. Hay que cambiar el periódico de arriba a abajo.

Serafín Alonso es el primero en ofrecerse voluntario para reincorporarse a su puesto y ponerse con lo que haga falta. Le digo que nos vemos en dos minutos con María Argibay delante del Savoy . Allí, en un aparte, en algo así como el tiempo muerto de un equipo de baloncesto (pero sin gritos), planificamos el trabajo. Bien, tenemos ya a dos fotógrafos sobre el terreno, a Fariña y a David Freire , podríamos hacer las páginas 2 y 3 con la crónica del incendio y la 4 y la 5 con testimonios de afectados. Teniendo en cuenta la hora que es, no estaría mal del todo. Son las 21.11.

El problema es que el incendio va a más y que hay un peligro real de que ardan los edificios cercanos. En eso se afanan los bomberos, pero en la A Ferrería todo el mundo parece saber cómo hay que apagar el fuego. Los bomberos están del lado de Michelena y la sensación que se apodera de la plaza es que no se está haciendo nada. Nadie da el beneficio de la duda a los profesionales que luchan contra el fuego: les aplauden irónicamente cuando se dejan caer por A Ferrería e incluso abuchean a la Policía cuando, en medio de estallidos y explosiones, se amplía el precinto de seguridad. Turismo de catástrofes protagonizado por entendidos. La situación es vergonzosa.

Y obliga también a un nuevo replanteamiento. Media ciudad, entendida o no, respetuosa con la gente que se está jugando la vida o no, se ha echado a la calle para ver el infierno en directo. Ahí también hay una crónica. Hace falta más personal.

A las 21.15 llamo a Águeda Piñeiro , experta en mil sucesos, para que se una al equipo. Junto a ella, un par de redactoras más que también han acabado su jornada, Sara Vila y Marina Abilleira , se acercan a A Ferrería y se ofrecen voluntarias. Ni una mala cara. Ni un mal gesto. ¿Cuánto vale eso?

Águeda y Sara se ocuparán de hacer una crónica de ambiente, con testigos de lo que ha ocurrido, y Marina se enterará del estado de los heridos. Serán dos páginas más. La 6 y la 7. Vaya follón. Lo mejor será volver al periódico para rehacerlo todo. Hay que mover un montón de páginas y tirar a la basura otras tantas. De eso se ocupará el equipo de preimpresión. A veces decimos que un periódico no es una fábrica de chorizos, que es algo vivo. Nunca será más cierta esa frase que la noche del lunes.

Mientras el director negocia una hora más de margen para entrar en la rotativa, Marta Balo recuerda que ella firmó en su día un reportaje para la ReviSta sobre la tienda más afectada, La Moda Ideal. Venga, otro voluntario. También se unen Ramón Rozas , el documentalista y crítico cultural, encargado de recordar los peores incendios en la historia de la ciudad, y Belén López , siempre dispuesta a echar una mano. ¿Por qué página vamos ya? Por la 9. Hace hora y cuarto no teníamos nada. Menuda locura. El puñetazo a Rajoy y tantos otros sucesos nos pusieron a prueba en el pasado, pero esa noche hay menos margen. Es más difícil.

Las llamadas se suceden, los cambios, las ideas, las correcciones, las dudas. Pero todo sale. Y sale bien. A la 1.15 Diario de Pontevedra tiene listo en rotativa un especial de ocho páginas y una portada espectacular, obra del director. Ha merecido la pena.

Para mucha gente seguramente resultará complicado de entender lo ocurrido esa noche en el periódico: la implicación, el sacrificio del propio tiempo libre, las ganas a pesar de todo. No sé si llamarlo vocación, compañerismo o el deseo insustituible de querer estar dentro de la noticia. Los periodistas somos así: masoquistas. Al llegar a casa, a la 1.30, mi santa se interesa por qué tal me ha ido el día. Buena pregunta. Me tiro en cama, con los ojos como platos, y le digo: «Largo, intenso, gratificante».

No consigo dormirme hasta las 3 de la mañana.

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