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Más que asistentes y taxistas

"¿CUÁNDO SE JODIÓ el Perú?", preguntaba Zavalita. Dicho en la versión que nos ocupa aquí: ¿Cuándo se jodió la educación en España? Llevo varios días dándole vueltas al reportaje firmado por Marta Balo en el periódico del pasado domingo y en el que varios profesores de Pontevedra analizaban su trabajo y los retos de la enseñanza. No puedo escapar de tres declaraciones, dichas por separado, pero que permiten hacerse una composición de lugar.

La primera, de María Diéguez, del CEIP Ponte Sampaio: "Hai unha contradición: o material é cada vez máis atractivo, pero a atención é peor. Tamén se nota menos capacidade de traballo, menos esforzo e menos responsabilidade. Non pode ser que un neno de 5º che diga que non trouxo o libro porque a avoa non llo meteu na mochila. A esa idade ten que ser responsable. E iso temos que fomentalo nós, pero tamén na casa".

La segunda, de Carmen Ruano, del IES Xunqueira II: "Yo siempre pido lo mismo: que los padres enseñen a los niños a saber estar, que coman con ellos una vez al día y que en esa comida les cuente cómo deben comportarse. Si el niño sabe estar, se puede aprovechar la clase".

Y la tercera, de Cristina López, también del IES Xunqueira II: "La Logse fue nefasta. El nivel fue bajando y, más que el nivel, lo que exige el profesorado. Yo no puedo poner ahora un examen que ponía hace 20 años porque vendrían los padres a protestar".

Aún me retumbaban las tres declaraciones cuando acudí el martes a la reunión de 1º de Primaria que se celebraba en el CEIP Xunqueira I. Allí, la profe Elena habló principalmente de responsabilidad y de autonomía, e incidió en un aspecto fundamental: la lectura. Que lean, que lean, que lean. Un poquito cada día. No se trata de placer, que también, sino de una parte fundamental del aprendizaje.

Elena soltó un zambombazo que me quedó grabado: las dificultades que tienen los niños para resolver problemas de cálculo no radican en el cálculo en sí, sino en la incapacidad de los alumnos para comprender bien el enunciado. Ya saben: si yo tengo cinco manzanas y Pepito, generoso él, me da otras seis, cuántas manzanas tengo.

Me recordó una entrevista con un pedagogo navarro, de nombre Gregorio Luri, publicada por El Mundo. Lo cito también, que parece que hoy me están haciendo la contraportada las frases de otros: "El momento crítico para los niños culturalmente pobres es tercero de Primaria, cuando pasan de aprender a leer a aprender leyendo. Los que mejor leen, más aprenden y las diferencias iniciales se incrementan. El fracaso escolar es básicamente un fracaso lingüístico. El mayor escándalo de nuestra escuela es que, en cuarto de Primaria, ya podemos identificar a los niños que fracasarán académicamente".

Por lo escuchado a los profesores hay un problema escolar evidente, pero también lo hay en la educación familiar. La prisa, siempre la prisa, que no nos deja respirar. De la revolución mundial en la hora punta, a las 8.30 de la mañana, todos corriendo por el pasillo, apretando el paso como un pelotón de reclutas, a la velocidad supersónica con la que hay que preparar la comida, reposar cinco minutos y salir otra vez escopeteado a las actividades extraescolares o al trabajo.

La educación es ejemplo. Si nos ven gritar, los niños gritan; si nos ven reír, ellos ríen; si nos ven leer, ellos leen. Hay que buscar tiempo. Tener un niño también es sacrificio y renunciar a buena parte de nuestro propio espacio, pero no solo para hacer de empleados del hogar y de taxistas. Se trata de algo más: de sentarse, hablar y enseñar. La constante modificación de las leyes educativas es una de las mayores vergüenzas de este país, un sinsentido politizado y ruín. Pero por encima de eso, de las normas irracionales y del ‘y tú más’ de las moquetas de los despachos, los padres tenemos que cumplir con nuestra parte. Hacer lo que nos toca. Autonomía y responsabilidad, decía la profe Elena. Yo creo que el mensaje, ese libro de instrucciones valioso, también nos lo podríamos aplicar a nosotros mismos.

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