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Paco Pazos y la estatua de Valentín

DEDICARLE UNA CONTRAPORTADA al castañero de Pontevedra no es una idea demasiado original. Paco Pazos y su difunto padre, Valentín, han pasado tantas veces por las páginas del periódico que dentro de poco quizás puedan presentar suficientes entrevistas como para cobrar un trienio del Diario.

Pero si este es un espacio para las pequeñas cosas de la ciudad, hay personajes que tienen que estar sí o sí. Aunque ustedes conozcan la presentación, el nudo y el desenlace de esta historia. Aunque esté muy visto. Da igual. Hay que hacerlo. Si no, esta sección no podría llamarse Pontevedreando. Porque ¿puede acaso pontevedrearse sin pedir un cucurucho de castañas en otoño? Se puede, sí, pero a lo mejor ‘Petete ’no les convalida el título de pontevedresismo. Y eso es un riesgo.

Bah, no me hagan caso. Los estoy embaucando. Esta historia tiene truco: una buena sorpresa al final con desnudos y políticos locales de por medio. Yo de ustedes seguiría leyendo, que hay que estar informado de las cosas importantes.

Valentín padre falleció hace unos tres años y su puesto en el corazón de la ciudad, con vistas al Savoy, al Carabela y al San Francisco lo ha heredado uno de sus hijos. El otro, Paco, ‘O Príncipe das castañas’, se deja caer por la glorieta de Compostela, nuestro ‘Five points’ del centro, y allí, en ese cruce de caminos, saca a pasear la maestría que ha ejercitado los últimos 37 años, desde que tenía diez y aprendió con su padre en una época en la que no había inspectores de Trabajo. Como un clavo, de cinco a nueve, todas las tardes de frío.

Frío para nosotros, ojo. Él se calienta las manos posándolas sobre el género, quemándoselas. Son las manos de un trilero sin bolita. De un mago que las mueve a toda velocidad por encima de las brasas y que toca las castañas casi como si las acariciase, apretando suavemente para percibir la cocción, mimándolas, no se vayan a pasar. Ocho minutos en el fogón en formato microondas, a toda pastilla, poco recomendable porque la castaña queda dura; quince minutos en el manual de la experiencia.

De Paco Pazos impresiona su capacidad comunicativa. A veces habla y no dice nada, como un político en campaña, y otras suelta secretos llenos de sentido común. "Pregúntanme por que non uso guantes. Hai que coñecer a textura das castañas. Necesito tocalas para ver o seu punto. Non son todas iguais".

Paco habla mientras echa un poco de carbón, se limpia el sudor, mueve las bandejas como si fuese un panadero y se agita en ese reino de tres metros cuadrados junto a Cronopios. Él, artista a tiempo completo y que el resto del año se dedica al mantenimiento náutico, entre otros apaños, cuida las castañas. Su mujer, Ana María, las despacha a los clientes. Un euro la docena. El mismo precio desde que llegó la moneda única, en 2002. Si Mario Draghi, Jean Claude Juncker y Angela Merkel les hablan de inflación, no miren a Paco Pazos: es inocente.

O Príncipe das castañas’
respira pontevedresismo por todas partes. Lo hace cuando agradece los valores que le han transmitido los habitantes de la ciudad con ese toque populista electoral del que ya les he hablado. Y también cuando hace dos años le dio por decorar su locomotora con una crónica de un partido entre el Pontevedra del Hai que roelo! y el Madrid de Di Stefano y con un par de cuadros con alineaciones de esa época. Por su tenderete han pasado las leyendas vivas de la gloria granate para estampar su firma en ese relicario, y Paco se emociona ligeramente al recordar a Gato, el histórico portero, que salió del hospital para rubricar su autógrafo y murió una semana después.

Paco, además, corre. No pronuncia la palabra ‘running’ y eso ya le da derecho a medalla. "Pensei que correr era a cousa máis estúpida do mundo e mira, agora son bronce en Galicia en 10.000 metros dentro da miña categoría. É unha forma de vida".

Hacer deporte es una de sus obsesiones. La otra es conseguir una estatua que haga eterno a su padre, ‘O Rei das castañas’. Si la tiene Ravachol, ¿por qué no la va a tener Valentín?, se pregunta. Se la ha pedido al alcalde Lores , pero no ha tenido éxito. "Díxome que non se lle podía levantar un monumento a cada pontevedrés e que, ademais, facían falta cartos. Non me gustou. Foi triste".

Por eso, si es cuestión de pasta, Paco pretende apañárselas por su cuenta: colocando huchas de cuestación popular en su locomotora y en la de su hermano y luciendo el patrocinio de empresas en los maratones a los que acuda. Ya ha estado corriendo en Ginebra y allí, junto a la oficina de Naciones Unidas, se hizo una foto con un cartel que reza: "Lores, pregúntanme na ONU onde está o monumento a Valentín. Que lles digo?".

Si todo eso falla, amenaza con correr desnudo por la ciudad empujando la máquina de castañas. De cumplir sus palabras, ese día, el sábado 9 de enero, Paco Pazos será definitivamente la nueva locomotora humana. Y ya puede Emil Zatopek reclamar derechos de autor. "Se nesta cidade non é un escándalo que aínda non se lle fixera un monumento a ‘O Rei das castañas’, tampouco o será que eu corra espido". A las castañas, ese fin de semana, les pondremos dos rombos.

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