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Teoría del reciclaje

CÓMO ACABA un jefe de prensa del Concello de Sanxenxo montando una tienda singular en la zona vieja de Pontevedra? ¿Cómo se convierte una licenciada en Filosofía y en Periodismo en una comerciante que revisa albaranes y negocia con proveedores? Esta es la historia de Patricia Estévez, periodista antes que fraile, y ojo, porque lo suyo sí es un monumento al reciclaje y no lo de los mestres composteiros.

Patricia apagó la luz del departamento de prensa de Sanxenxo con la salida de Catalina González de la Alcaldía. Pasadas las municipales de mayo llegaron nuevos tiempos al Concello, nuevas personas. Es ley de vida. De hecho es una ley electoral más aplastante que la que inspiró Víctor D'Hondt.

De aquello hace aproximadamente medio año, y en Navidad, qué prisas, ya tenía el negocio montado. Fue después de un momento catártico, de esos en los que uno se plantea qué quiere hacer con su vida, qué quiere ser de mayor. Todos deberíamos responder que de mayores querríamos ser felices. Y eso fue lo que Patricia se respondió. "Quiero hacer cosas que me hagan feliz".

Lo dice con toda la calma, como si acabase de soltar la mayor obviedad del mundo, cuando, al mismo tiempo, sostiene en brazos un bebé, una fuente de problemas en potencia, una manera fácil de complicarse la vida. Se trata de un niño de acogida, el otro pilar sobre el que se asienta esta historia, y es el tercero de su cuenta. Son niños con problemas que ella cuida, mima y educa durante un tiempo, hasta que encuentran una familia de adopción. Cada separación, se lo imaginarán, es un desgarro. Con uno de ellos estuvo tres años, "hasta que dio con una familia 10". Es posible que dentro de poco el niño ya no la recuerde, y le digo que hay que ser muy generoso para hacer algo así. "Es un acto solidario", asegura mientras le da el biberón al bebé. "Esto no es como tener un hijo". No, no lo es. Pero lo parece.

La tienda de Patricia se llama Estrellas o Limones, fruto de una canción del grupo indie Family, y cuando ella me dice que se trata de una concept store, me dan ganas de salir corriendo a por un diccionario. Aquí ha levantado una fortaleza plagada de ofertas diferentes con unos únicos destinatarios: los niños. Juguetes, decoración, música, cuentos, cosmética orgánica (sí, cosmética orgánica, qué pasa). No encontrarán nada parecido en la ciudad. "Está todo basado en la sostenibilidad y el diseño. Tengo proveedores de Japón, de Nueva Zelanda, de Estados Unidos... Ya sabía qué marcas quería antes de montar todo esto".

Por ahí se pueden ver juguetes de madera, muy simples, como una cámara de super 8 o una máquina de fotos, en las que no hay clics, ni lucecitas de colores, ni sonidos de la Guerra de las Galaxias. De lo que se trata, en el fondo, es de estimular la imaginación de los niños, de que ellos piensen aventuras, peligros e historias, de promover la creatividad a través de la sencillez. No, aquí no encontrarán una Play Station ni tampoco un Scalextric. Veo un autobús escolar amarillo, de los americanos, y siento que he dado con el gazapo en medio del conjunto, con la debilidad de Patricia, una firma comercial de libro. Error. "Está hecho con plástico reciclado de esas botellas de leche de cinco litros que salen en las películas". Los productos estrellas, de todos modos, son unos juguetes de cartón con los que se pueden construir desde un caballo a un cochecito, y unos murales que se pegan en la pared y en los que se puede pintar sin que se desencadene un drama doméstico de proporciones bíblicas.

Estrellas o limones está en el casco histórico, en la calle Marqués de Aranda (ya ven, un salto de la arena de Silgar a la piedra gastada de Pontevedra), y no es una casualidad. "Soy muy pro zona vieja, es lo mejor de aquí. Hay gente que me dice que estoy mal situada, pero es una apuesta personal. Quería estar en el tesoro de la ciudad".

Ahora, pasadas las Navidades, queda lo más duro: resistir (y vender) en ese tesoro. Demostrar a la gente que, como yo, le deja ver que convertir tu gusto y tu hobby en un negocio no siempre acaba bien. Lo sé: en algunos círculos nos llaman aguafiestas. "Claro que tengo el miedo de que no funcione, pero necesitaba un parón en el periodismo. Hay que intentar cosas y hacer apuestas. De eso se trata". Como filosofía de vida bien merece una pancarta. Cosas que nos hagan felices, decía ella unos párrafos más atrás. Sabiduría pura: ya les había dicho que Patricia tenía dos carreras, aunque creo que estas verdades como puños, estas sentencias inamovibles, no se enseñan en la facultad.

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