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La esencia de lo desconocido

Amalia Enríquez.
photo_camera DP.

Yo no soy crítica de cine, ni lo he sido ni lo he pretendido. Eso se lo dejo a los compañeros especializados, que lo gestionan muy bien. Nunca me he sentido con la suficiente entidad, ni con criterio infalible para serlo, por eso siempre animo a la gente a que acuda a la taquilla y se convierta en su propio crítico. Jamás me ha seducido la idea de que una de mis opiniones, a favor o en contra de una película, se convirtiera en un estímulo o un inconveniente para acudir o dejar de ir al cine.

Tal vez por eso, en los festivales de cine, selecciono lo que veo y a quién entrevisto, siempre y cuando sea posible y los agentes de prensa consideren que tu medio es digno de ser elegida ¿Por qué hago esa criba de contenido? Porque debo ajustar mi trabajo al lector o espectador al que me dirijo. De esta forma, ni engañas a nadie ni le haces perder el tiempo.

La ventaja o parte positiva de hacer esa selección me lleva a poder conocer un poco mejor la ciudad en la que estoy. Cuando empecé a ir al festival de Venecia, hace ya mucho tiempo, me alojaba en Lido, que es donde se celebra el certamen. Después de tres años allí, me di cuenta que no había pisado Venecia y decidí cambiar de estrategia. Renuncié a horas de descanso, porque tendría que madrugar más para llegar a tiempo a los pases de prensa y entrevistas, pero ganaría en disfrute de una localización única.

Gané mucho con el cambio. Al regreso de las actividades del festival, me gusta perderme por sus callejones escondidos, disfrutar de sus atardeceres de película y vivir el ambiente de una de las ciudades más especiales que he conocido.

Pese a todas esas maravillas, Venecia no es un lugar fácil para vivir, ni siquiera para morir. La capital de la región de Véneto es más que el Gran Canal, los viajes en góndola, los vaporettos o los monumentos más reconocidos.

Hay una ciudad distinta, perdida entre sus callejuelas y pasadizos. Esa que no tiene embarcaderos propios, ni llega a sus portales el transporte público. Esa en la que los supermercados o las sucursales bancarias están en lugares lejanos y en la que, el día a día, se antoja complicado, por lo menos para quienes lo apreciamos desde fuera.

Esa Venecia no es la que conocen las estrellas que acuden al festival. Ellas viven la comodidad del lujo y la ventaja de ser quienes son. Ofrecen sus trabajos, lucen las mejores galas... pero se pierden la esencia del lugar. Por lo menos, la mayoría. También es cierto que caminar por sus calles sin disfrutar de anonimato es poco seductor.

Hoy se clausura la 78 edición, diferente por la situación que atravesamos y complicada para trabajar la prensa, pero no por ello ausente de estímulo. El arranque del festival con Almodóvar, Penélope Cruz, Antonio Banderas o Kristen Stewart, reencarnada en Diana de Gales, ha sido lo más potente de estos días. Ni la presencia de Zendaya y el díscolo y divo Thimothée Chalamet,con la prescindible "Dune", ha podido superar lo vivido. Y, si se confirman las apuestas, puede que esta noche la Copa Volpi se sume a los premios ya logrados por la actriz de Alcobendas. Tiempo al tiempo... 

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