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Poder seguir viviendo

En muchas ocasiones me han recriminado el hecho de ser amiga de algunos entrevistados. Me cuestionan la imparcialidad que podría darse al enfrentarme a algunas informaciones y que todo periodista debe tener. He preferido no entrar a debate nunca en este sentido porque es una elección que, en su momento, hice.

Esa imparcialidad, que se nos exige, no está reñida con la rigurosidad obligada que debe pilotar nuestro trabajo. ¿Qué me he callado cosas? Sí ¿Qué me he perdido ganar más al no contarlas? también, pero hay otras cosas que compensan las renuncias. Eso lo he comprobado al entender esta profesión como una aventura de largo recorrido.

Más de una vez me habréis oído decir que este trabajo me ha dejado a un grupo de amigos que se han convertido, junto a mi familia, en la mejor herencia vital. Algunos de ellos son mi otro entorno íntimo, ese que yo he elegido y que, aunque no llevan la misma sangre, llegan a saber más de mí que los más cercanos.

Rocío Carrasco, a quien puedo incluir, junto a su madre, en ese grupo de amigos del que hablo, ha sido el personaje de la semana. Por fin se decidió a hablar y verbalizar lo que llevaba dos décadas callando. Y me alegro que lo haya hecho porque es la mejor terapia para empezar a curar el dolor y sufrimiento acumulado, que ha sido excesivo. Más de lo imaginado, como se ha podido comprobar en la primera entrega de su testimonio.

Fui alternando la emisión de su documental con la lectura de comentarios en redes sociales y, salvo para contestar a algunas puntualizaciones de amigos, he preferido mantenerme al margen y seguir guardándome eso que nunca compartí con nadie ajeno.

He vivido la evolución de Rocío a lo largo de los años. Por suerte, ella puede confirmar lo que escribo. Cuando conoció al padre de sus hijos, yo ya tenía mucha relación con su madre y eso me permitió disfrutar de confidencias y, también, preocupaciones. Porque, desde el principio, esa relación fue el dolor de cabeza de sus padres. Ella quería volar, salir de casa. Y esa aventura fue más fuerte que ser consciente del paso negativo que iba a dar, algo de lo que se dio cuenta poco tiempo después, pero el amor no atiende a razones.

No vamos a imaginar "lo que pudo haber sido y no fue", porque la realidad ahora sería muy distinta. Me provoca una profunda tristeza su grito desgarrado para no revivir lo padecido durante años. Cuando alguien pasa por ese punto de inflexión en el que no encuentras sentido a tu vida, despierta mi comprensión y empatía. No es egoísmo, ni cobardía a seguir luchando, lo que te lleva a tomar una decisión tan determinante. Es la necesidad de sentirte libre en el único rincón de tu vida en el que te encuentras segura.

Sería un largo debate justificar una decisión, socialmente cuestionada, a la que te lleva la presión mediática, las puertas que se cierran, el NO de gente que había prometido no fallarte. Hay que pasar por esos estadios para entender la desesperación. Lo único que le deseo es la esperanza ahora de poder seguir viviendo. 

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