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No me sueltes la mano

Hoy hace un año del día en el que mi vida se fue a negro y se partió en dos. Un año de ausencia. Un año de dolor. Un año de preguntas sin respuesta. Un año de asignaturas pendientes. No hay día en el que no tenga la sensación de que me sigue llamando. Ni otro en el que sienta su olor al pasar por algún rincón común. Ni tampoco hay día en el que, en algún momento, se me empañen los ojos.

La última vez que nos vimos fue por facetime. Ese demoledor 2020 no nos daba otra opción. Contaba los días para que terminara el confinamiento y poder acercarme a abrazarla con mi padre, pero el destino me cortó de cuajo ese deseo y, en apenas media hora, de repente ¡se la llevó! No me pude despedir y esa es una losa que tengo encima y que cada día pesa más. No quedaron cosas sin decir, ni abrazos que dar, ni besos que compartir… pero, en los afectos, nunca es suficiente.

Por mucho que me lo repitan, una y otra vez, el tiempo no cura, no sana, no deja de doler. Dicen que, mientras se recuerde, el que se ha ido está presente. No puedo pensar que alguien pueda olvidar la figura de su madre. Es necesidad anímica no hacerlo, aunque el recuerdo te taladre el corazón.

Cuando algunos de mis amigos han escrito libros, en los que ha relatado pasajes dolorosos de su vida y les pregunto si ha sido terapéutico, no todos coinciden en la respuesta. Para unos ha sido sanador, para otros simplemente ha supuesto saldar una deuda consigo mismo. Y ahora lo entiendo.

No entraba en mi intención escribir hoy sobre este día. Y no lo había pensado porque sigue doliendo mucho hacerlo. Todavía no puedo ver sus fotos sin llorar. Su número de móvil sigue en mis contactos y aún pienso que algún día va a sonar mi teléfono para una de esas charlas en las que me hacía un quinto grado.

Ha habido cambios en nuestras vidas que le harían muy feliz y me habría gustado compartirlos. Imagino que los estará siguiendo al dedillo desde arriba, que es donde quería estar y para donde estaba preparada. No merece otro sitio. Me la imagino de tertulia con la gente que quiso y que se marchó antes, porque siempre fue muy de los suyos.

Hija ejemplar, hermana protectora, madre insustituible, esposa entregada, amiga incondicional. Nunca superó que sus dos hermanas pequeñas se fueran antes. Su vida emocional quedó «tocada» irremediablemente. Igual que me ocurre a mí, ella se rebelaba ante «la ley de vida». No le valía, ni a mí me vale como consuelo.

Hay días que pienso que estaría mejor con ella. Y lo verbalizo siendo consciente de lo que eso significa. El duelo no es la consecuencia de perder a alguien. El dolor de verdad es la pérdida de lo que realmente te importa. Y eso es lo difícil de asumir para seguir viviendo.

El dolor que no se transforma, se transmite. Lo sé, pero asusta vivir sin ella. Solo me queda que no me suelte la mano.

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