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La siesta de las llaves

Hoy hace un año que se fue sin dar tiempo a despedirse a la mayoría de sus amigos. Un desenlace imprevisto y rápido, bueno para ella y desolador para los que nos quedábamos. Extraño ha sido el día, durante todos estos meses, en el que no me haya acordado de ella por algún motivo, porque nuestras conversaciones eran constantes.

Diez días antes de su muerte almorzamos juntas. Lo hacíamos con cierta regularidad y los encuentros solían ser en su casa. "A la tuya voy a tus cenas y celebraciones", me decía "pero estamos más cómodas en la mía porque así puedo echar una cabezadita". Y dormía unas siestas que eran sus ráfagas de descanso.

Un día le conté lo que, en una entrevista, me confesó Luis Miguel Dominguín. Recuerdo que el torero me dijo que él dormía "la siesta de las llaves". Yo, que no soy de ese tipo de relax tan nuestro, no tenía ni idea de lo que me estaba hablando. "Me siento en mi sillón favorito con un manojo de llaves en la mano, que dejo estirada mirando al suelo. Hay un momento determinado que el sueño te vence y las llaves se caen. El sonido me despierta y, esos 20 segundos de siesta, son más reparadores que las más largas, que hacen que te despiertes desorientado".

A Paloma le hizo mucha gracia la anécdota y decidió ponerla en práctica en sus sobremesas. Llaves en mano, se abandonaba a esos veinte segundos mágicos, en los que se cargaba de una energía que tuvo hasta el último momento. Era inagotable, con una cabeza privilegiada que encadenada una anécdota con otra, lo que siempre la convertía –sin ella pretenderlo- en el centro de toda reunión en la que estaba.

Esa última conversación (larga como todas las nuestras), días antes de saber que estaba enferma, dio mucho de sí. Me hablaba, no sin cierto dolor, de lo desprotegida que se había sentido al final de su etapa en la radio, cuando decidieron que dejase de ser la corresponsal en el Vaticano. "Después de tantos años, este es el pago. Y ponen a otra con mi mismo nombre y primer apellido. Eso es mala idea", pero lo decía con esa voz cantarina que tenía y me hacía reír, lo que no siempre le gustaba.

paloma
Volver a la tele le dio mucha vida aunque, con el tiempo, dejó de tener la presencia casi diaria del comienzo. Y de lo que anímicamente eso le supuso, también hablamos. Sus conferencias sobre Santa Teresa y, sobre todo, su idolatrado Juan Pablo II le llenaban por completo. Ahí sí era plenamente feliz, aunque le suponía un desgaste físico considerable el viajar sin descanso.

Se fue con las botas puestas, trabajando hasta el último día. No había quién la parara. Estoy convencida que "allí arriba" se siente en la gloria con quienes quiso y también se fueron. Me juego el cuello, y no lo pierdo, que estará explicando a todos qué es la siesta de las llaves. Y que se preparen si se le ocurre hacerlos levitar, como hizo conmigo en el programa de Channel nº4, pero ese es otro artículo.

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