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Los 80 son míos

Concha Velasco. DP
photo_camera Concha Velasco. DP

ACABA DE cumplir los ochenta, así ¡como si nada! Y le han llegado en esa plenitud como mujer y como artista, que le acompaña desde hace décadas. Concha Velasco ha celebrado un año más con salud, vitalidad, una cierta melancolía por los amigos que se han quedado en el camino y sabedora de que lo suyo ya ha hecho historia.

Siempre recuerdo en ella una enorme sonrisa y ese brillo tan suyo en los ojos con el que me recibió en nuestra primera entrevista. Han pasado unos cuantos años, muchos incluso. Yo empezaba a ejercer esta adorada profesión en Madrid y, después de aquél encuentro, vinieron muchos más, un trabajo conjunto en televisión y un enorme bagaje de confidencias, vivencias, risas y alguna que otra lágrima, porque las dos somos muy flojas para el llanto. Y para la carcajada también, esa es la verdad.

Ha tenido que pasar por una etapas de oscuridad para disfrutar ahora intensamente de toda la justa felicidad que, desde hace unos años, le está regalando la vida. Después tiempos sentimentales turbulentos, que a nadie nos han sido ajenos, Concha saborea una soledad voluntaria muy enriquecedora. Dice que, a pesar de todo lo vivido, es una mujer de suerte a la que la vida le ha dado más de lo que le ha quitado. A esos recién estrenados 80, ya le quedan pocas cosas por hacer, después haber aprobado “con nota” la asignatura pendiente de ser abuela. Su nieto Samuel llegó en el momento oportuno, en el que tenía que cerrar el ciclo de la que, ahora reconoce, es la mejor etapa de su vida.

A lo largo de todos estos años, hemos diferido en muchas cosas y, a pesar de decirnos siempre todo a la cara y sin rodeos, nunca ha habido un mosqueo ni un distanciamiento. Solamente hay un motivo de “enfado” por su parte (sé que va a soltar una de sus carcajadas tan características al leer esto) y no es otro que ¡el maquillaje!

Concha es coqueta hasta extremos enfermizos. “Tienes que maquillarte, hay que salir a la calle pintada”, me dice desde hace años. “Mira, cuando estoy de gira y pido el desayuno en los hoteles, me pinto los labios para que cuando venga el servicio de habitaciones vean en mí 'a la chica yeyé' y no a la 'Doña Angela' de Gran hotel. Mi madre, a la que tú conociste, una hora antes de morirse se estaba pintando los labios y yo he heredado eso de ella, por eso siempre procuro estar ideal hasta en casa: nunca estoy con chándal y nunca me pongo rulos”.

Hemos celebrado también nuestras “bodas de plata en la amistad”. La quiero por encima de todo y me enorgullece comprobar que el cariño es mutuo. Siempre está ahí, la necesite o no, me cuida, mima e, incluso desde la distancia, está pendiente de lo que ocurre en mi vida. No hace falta que hablemos todos los días, ni siquiera todas las semanas. Ambas sabemos que, en un rinconcito de nuestro pensamiento, siempre estamos presentes. Esa soledad, que tanto le asustaba, es hoy su mejor compañera. Ha aprendido a convivir con ella e, incluso, se encuentra a gusto escuchando el silencio. Tal vez por ello, está convencida más que nunca que estos 80 son muy suyos.

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