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'Cal que neixin flors a cada instant'

TARDÉ AÑOS en descubrir que Cal que neixin flors a cada instant, aquella canción que copiamos en un dictado los niños de EGB de los jesuitas de Sarriá y que cantamos tantas veces en clase, no era religiosa, sino una composición de Lluís Llach, un hermoso y catalanísimo himno al esfuerzo cotidiano. Este cantautor era un símbolo de la lucha antifranquista, en un tiempo en el que el PSUC, en las coordenadas de lo que ahora se definiría como el federalismo rupturista, era la fuerza hegemónica entre la intelectualidad progresista. Hoy Llach es el cabeza de lista del Junts pel Si por Girona, esa provincia que, si creyese que las provincias existen, consideraría la más bella de todas.

Supongo que ningún galaico-catalán puede escribir hoy sobre Cataluña sin sentir un desgarro. Si viviese allí apostaría por la independencia, porque creo imposible que España reconozca su plurinacionalidad, salvo quizá que se abra la sima de una ruptura irreversible. Y ni así estaría garantizado. También pienso que, si bien resultan muy elevados los costes de la secesión que Mas y Junqueras ocultan, el futuro soberano para un país tan europeo y laborioso como Cataluña sólo puede ser prometedor, aunque desearía que ese tránsito se iniciase con una radical ruptura con la corrupción, corte que más bien brilla por su ausencia.

Como soy más gallego que catalán, vivo aquí y tengo el compromiso de escribir lo que pienso, debo insistir en que para Galicia sería una calamidad la independencia de Cataluña. Primero, por sus efectos políticos, porque la España madrileña nos engulliría aún más rápido, ya sin el principal de los contrapesos que nos permitió ser reconocidos como una nacionalidad histórica, aunque lamentablemente la Constitución de 1978 no lo diga de forma explícita. Y en términos económicos, como han mostrado los economistas Xaquín Fernández Leiceaga y Santiago Lago, sin la solidaridad interterritorial de Cataluña perderíamos unos 1.000 millones de gasto público anual, el equivalente al presupuesto de Educación. 

Todo esto, sin el dato numérico, lo dije el año pasado en una jornada sobre el desafío catalán que la Generalitat organizó en Santiago. En una sala llena de nacionalistas me llovieron las críticas, salvo de un señor, Emilio Ucha, que en el coloquio me felicitó por mi atrevimiento casi suicida. Leiceaga y Lago chocaron con algo peor, un muro de silencio e indiferencia, pues su fundamentado estudio pasó sin pena ni gloria por la prensa gallega. Es el tabú que impide que Galicia tenga una voz genuina en esta cuestión, mientras se han escuchado frases del calibre del “hoy Galicia paga y Cataluña pide” de Feijóo.

No es que crea que la independencia se vaya a producir a corto plazo, ni tampoco tengo nada claro cuál va a ser el resultado de hoy porque allí las encuestas fallan tanto como aquí, o más. Pero ya hace tiempo que llegué a la conclusión que el de la secesión no es un escenario descartable a medio o largo plazo. Y la campaña ha confirmado ese diagnóstico, sobre todo porque ha consolidado la sensación de que Rajoy y sus aliados mediáticos fomentan el soberanismo buscando un choque que le permita ganar claramente las generales. Es una maniobra de alto riesgo para él y para España. Porque, dependiendo de cómo se dramatizase una hipotética victoria independentista, podría suceder algo parecido a lo del 14-M del 2004, si la gente opta por las palomas socialistas antes que por los halcones populares. Y sobre todo es un juego muy peligroso porque agranda la brecha emocional de una parte más que considerable de la sociedad catalana respecto a España. 

Cal que neixin flors a cada instant. Es preciso que nazcan flores a cada instante.

El problema de Abel son sus ediles imputados, no el reloj
Si no aparece nada más de lo que se conoce y si como se espera las diligencias son archivadas tras su declaración judicial, Abel Caballero podría hasta salir bien parado del trance de su imputación en la operación Patos, pues mientras se pierde el tiempo hablando del reloj y la pluma que supuestamente le regalaron, la atención no se pone en lo grave, en el papel en la trama de sus concejales Rivas y Regades.

El encomiable esfuerzo lugués por desprestigiar la diputación
En estos tiempos disparatados en los que el ministro de Asuntos Exteriores es la voz del Gobierno de España para Cataluña parece que la de Lugo es en realidad una provincia vasca, pues los portavoces de PP, PSOE y BNG no paran de apelar a la supuesta voluntad expresada por los ciudadanos en las urnas para justificar sus posiciones en el vodevil de la Diputación, el primero para proclamarse la lista más votada y el segundo y el tercero para reivindicar una mayoría progresista. Manipulan bastante, ya que sólo en Euskadi las diputaciones son elegidas a través del sufragio del pueblo, mientras que en el resto se utiliza un oscuro procedimiento indirecto a partir de los resultados municipales, un método desconocido hasta por algunos de los que opinan sobre estas instituciones.

Una vez hechos eses cálculos y repartidos los escaños, lo lógico era que en el antiguo reducto de Cacharro siguiese gobernando la alianza de PSOE y BNG, porque su ya rodada coalición volvió a obtener la mayoría de diputados. Pero el 24 de junio el bastón de mando le cayó en las manos a la popular Elena Candia, fruto de las oscuras maniobras socialistas y de un ataque de dignidad del Bloque, con su súbita recuperación de la coherencia que se había dejado olvidada en la puerta del palacio de San Marcos y que retomó para vetar como presidente al imputado alcalde de Becerreá, Manuel Martínez, cuya tozudez desató el desastre que empezó a poner a Besteiro contra las cuerdas como líder del PSdeG.

Desde entonces la duda residía en cuándo se presentaría la moción de censura contra una presidenta que no fue capaz ni tan siquiera de explorar la política de integración que imponía su posición minoritaria, mientras se centraba en acopiar munición contra sus rivales, buscando debajo de las alfombras, además de disfrutar brevemente de los resortes de la máquina de comprar voluntades que es la diputación, para proyectarse como líder emergente del PP. 

El tic tac de la renovación de la Federación Galega de Municipios e Provincias, Fegamp, desencadenó el viernes la presentación de la moción de censura, pues PSOE y BNG buscan eludir el ridículo de entregarle también al PP la presidencia de esta institución. La Fegamp no es muy importante, pero sí resulta relevante para socialistas y nacionalistas evitar escenificar de nuevo su incompetencia. Con el anuncio de la moción de censura Besteiro logra algo de oxígeno, aunque tiene el problema de que José Blanco se le adelantó al anunciar el acuerdo. Y el BNG se consolida como una fuerza encaramada a unas instituciones provinciales que siempre abogó por suprimir, mientras no aclara si se ha tragado su veto a que Martínez gestionase áreas de poder entre tanto sigue imputado.

De todos modos, el bochornoso pero muy logrado y entretenido espectáculo del 24 de junio invita a no sacar muchas conclusiones hasta comprobar si el 8 de octubre triunfa, como todo parece, esta hasta natural moción de censura. De momento es de justicia agradecerles a los implicados su esforzada labor en pro del desprestigio de las muy anacrónicas diputaciones provinciales.

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