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Feijóo allá arriba y solo Pontón abajo

La entente de Leiceaga y Villares frente a la nacionalista, al estilo complaciente del socialista, facilitó que el presidente saliese airoso del Parlamento pese a su distanciamiento de la realidad

SUS ASESORES LE HAN JUGADO una mala pasada a Feijóo. Quizá compartieron profesor de Historia con Pablo Casado, el portavoz del PP que, en el mejor de los casos, no sabía que a Lluís Companys lo fusilaron en el castillo de Montjuic tras ser entregado a Franco por los nazis. El miércoles en el pleno del Parlamento el presidente de la Xunta repitió el que a él y su entorno les debió parecer el brillante titular contra Puigdemont que ya había dado la semana anterior en sus incursiones en las radios madrileñas: "En la España del siglo XX se exiliaban los demócratas, en la del siglo XXI se exilian los golpistas". Supone, por ejemplo, considerar demócrata al dictador Primo de Rivera, que murió en París tras sus más de seis años de régimen autoritario, y al general Sanjurjo, el cabecilla del fallido golpe de Estado de 1932, que después se marchó a Portugal, así como al propio Alfonso XIII, el rey al que no le valía ni el degenerado sistema de la Restauración, que le entregó el poder en 1923 a Primo y que ya destronado falleció en Roma. 

"Emilio está allá arriba y nosotros, aquí abajo", decía un colaborador de Touriño sobre la posición casi divina en la que veía al anterior presidente de la Xunta en la residencia de la colina de Monte Pío. El problema de la desconexión de la realidad se agrava porque allá arriba los gobernantes no están solos, sino rodeados por quienes le dicen lo bien que lo hacen, tienden a no corregirles y, a veces, a confundirles.

Aunque Feijóo sea más terrenal y según parece resida más bien en A Coruña, sobre esa posición del presidente hubo pistas en dos momentos clave de la sesión parlamentaria de esta semana. El primero fue el martes, en la comparecencia sobre la ola de fuego del 15-O. Más allá del problema de credibilidad que presenta su catálogo de 30 medidas, pues muchas de ellas están pendientes desde hace tiempo y quien las tiene que aplicar es la pétrea personificación del modelo vigente, el imputado responsable de la política forestal, lo llamativo reside en que supone una enmienda a la tesis oficial de explicar lo sucedido en aquel día negro por un supuesto terrorismo incendiario. Solo el 17% de las medidas van dirigidas a actuar en esa dirección y tímidamente.

El giro resultaba previsible pues todos los que fueron en el pasado en esa dirección, empezando por el maestro de Feijóo, Romay Beccaría, chocaron con algo parecido a lo que, con ingenio, el socialista Leiceaga describió como la trama terrorista más improbable de la historia, formada por el hombre que asaba chorizos, que está encarcelado, y una anciana que quemó rastrojos en Mos.

El otro momento clave en el que afloró la realidad paralela del gobernante llegó el miércoles en las preguntas al presidente cuando, para responder a Ana Pontón, Feijóo aludió a sus fotos con Oriol Junqueras, oportunidad que la líder del BNG no perdió para preguntarle si deseaba comentar las suyas con el narco Marcial Dorado o con el conseguidor de la trama Zeta. Cualquiera que pise este planeta sabe que si de algo no puede hablar el presidente es de fotos.

Demostrando que mantiene su rapidez de reflejos en el cuerpo a cuerpo, Feijóo estuvo mucho mejor cuando confesó que Luís Villares le desconcierta, después de que en el debate del fuego el portavoz de En Marea dejase petrificado a los suyos al felicitar varias veces al presidente. Se sumaba al estilo complaciente de Leiceaga, quien casi pidió disculpas al demandar dimisiones en la Xunta. Ambos mantienen una alianza anti Pontón, que, en su sitio, se quedó sola, en un día en el que esa posición debería ser para un Feijóo que, otra vez, pudo salir del Parlamento silbando de felicidad. Lo importante, de todos modos, fue que no explicó sus criterios ante el nuevo Plan Forestal.

La burla incesante de las diputaciones, con el BNG dentro

VISTO en perspectiva y aplicando la misma exigente vara de medir que se acostumbra a usar en esta página, tengo que reconocer que el 21 de agosto de 2011 hice un ridículo bastante espantoso con el titular principal de mi Crónica Política Gallega. Pequé de exceso de entusiasmo y me dejé llevar por mis propias pasiones, aunque cuando lo escribí pensaba que mi conclusión era el producto de los datos objetivos entonces disponibles y de la racionalidad. ¡Ay, la racionalidad aplicada a la política ibérica, qué peligrosa y traicionera puede resultar!

Quizá aún imbuido por la felicidad producto de las vacaciones de julio dando la vuelta a Polonia en tren y con la ingenuidad de un principiante aquel domingo de 2011 titulé así: "Diputaciones: el principio del fin". Menos mal que como prueba de descargo puedo presentar el subtítulo: "Con su ofensiva contra las caducas instituciones provinciales, Rubalcaba ha abierto el cami no para una reforma territorial que tardará años pero es irreversible".

Para que algo sea irreversible tendría que empezar y por más que el candidato del PSOE asumiese que había que emprender esa senda, no solo no se ha dado ningún paso en esa dirección, sino que incluso hubo un impulso en el sentido contrario. Fue cuando Rajoy convirtió sus batallitas de su lejana juventud, esas sobre como llevó la luz y el teléfono a aldeas remotas cuando presidía el gobierno provincial pontevedrés, en la base de una política pública, al abanderar desde La Moncloa un intento de reforzar las diputaciones. Y su secretario de Estado de Administración Territorial lo redondeó con el macabro chiste de poner como ejemplo a la de Ourense, presidida por Baltar II, hijo de Baltar I.

El triste espectáculo del caciqueo redundante con los fondos públicos y con los muy preciados puestos de trabajo donde no hay otras muchas alternativas de empleo no ha cesado desde entonces. Y ahora se asiste sin apenas escándalo a la voladura de la única vía de control autonómico, por más simbólica que fuese, la comparecencia anual en el Parlamento de los presidentes para informar de los presupuestos. Se instauró en los tiempos del bipartito del PSOE y el BNG y se la carga el PSOE, con el silencio del BNG, que en los últimos lustros se ha especializado en cogobernar, a la vieja usanza, esas instituciones cuya desaparición formaba parte del ADN del nacionalismo gallego desde sus inicios.

"La Xunta coordinará la actividad de las Diputaciones Provinciales de Galicia en cuanto afecte directamente al interés general de la Comunidad Autónoma, y a estos efectos se unirán los presupuestos que aquéllas elaboren y aprueben al de la Xunta de Galicia", se lee en la disposición adicional tercera del Estatuto. Para desarrollarla el tripartito de Laxe promovió una polémica ley de coordinación de las diputaciones, que Fraga derogó. El bipartito se limitó a esteablecer esa comparecencia que se acaban de saltar dos socialistas, el presidente de Lugo, Darío Campos, del que en el fondo da casi igual que vaya o no, y la de Pontevedra, Carmela Silva. Ésta tiene de vicepresidente al nacionalista César Mosquera, mudo en esta cuestión. La felicidad de Mosquera el día de la toma de posesión, en 2015, no auguraba nada bueno.

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