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Feijóo, entre Cataluña y Euskadi

Los posibles acuerdos del Gobierno central con el PNV e incluso con la Generalitat son el frente más complicado para la Xunta, con la transferencia de la AP-9 como telón de fondo

LAS PRINCIPALES amenazas para la Xunta de Galicia y su presidente, Alberto Núñez Feijóo, en este plácido comienzo de legislatura gallego se juntaron este sábado en la Casa de Juntas de Guernika en la toma de posesión de Íñigo Urkullu para su segundo mandato como lehendakari. Feijóo no estuvo en el País Vasco, lo que no resulta sorprendente, porque Urkullu tampoco viajó a Santiago a su toma de posesión y los presidentes autonómicos que acudieron este sábado eran los de la órbita nacionalista, el canario Fernando Clavijo, la navarra Uxue Barkos y el catalán Carles Pugidemont. Pero mientras que en Galicia el representante del Gobierno central fue su presidente, Mariano Rajoy, que habló más de sí mismo que
de Feijóo, a Guernika la que se desplazó fue la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, en un momento en el que, como nueva responsable del área territorial, tiene el encargo de su jefe de desbloquear las relaciones tanto con el Gobierno Vasco como con la Generalitat.

En el primer frente, el de Euskadi, pesa una necesidad de aritmética parlamentaria, porque el voto del PNV puede ser crucial para la aprobación de los presupuestos del Estado, junto con el de Ciudadanos y el de Nueva Canarias, si no hay ausencias. En el segundo frente, el catalán, las prioridades
de Rajoy parecen otras, las de apaciguar el conflicto que supone el desafío soberanista, tantas veces retroalimentado desde Madrid y que amenaza con llegar a un punto de difícil retorno en los tribunales. Parece muy complicado que pueda haber acuerdos entre el Gobierno y la Generalitat y también resulta discutible que la vicepresidenta, con su estilo más jurídico que político, sea la persona adecuada para lograrlo. Pero lo cierto es que en las relaciones entre Madrid y Barcelona se percibe desde hace semanas un deshielo, que ese sábado reforzaba la imagen de Sáenz de Santamaría sentada junto a Puigdemont en la toma de posesión de Urkullu. Y hay un factor clave, que la Generalitat necesita dinero.

Feijóo, que este lunes estará en Barcelona, aparece en medio de este tablero por varios motivos, más allá del clásico de la peculiar posición de Galicia, como la única nacionalidad histórica gobernada por el PP y beneficiaria de la solidaridad interterritorial, esa que desearía dejar de practicar Cataluña y de la que está exenta el País Vasco. Y es que el presidente de la Xunta y la vicepresidenta del Gobierno mantienen una disimulada pero evidente rivalidad con vistas a una hipotética sucesión de Rajoy, el primero avalado por los resultados electorales y unos mayores apoyos en el partido y la segunda, por su posición de facto como número dos del Ejecutivo. Todo esto ocurre cuando se va a renegociar la financiación autonómica. Y hay un precedente peligroso para Feijóo, el de 1996 cuando, por el pacto entre Aznar y Pujol, la Xunta de Fraga tuvo que retirar su recurso ante el Constitucional contra la cesión del 15% del IRPF a Cataluña y aceptar que se le transfiriese el 30%.

Como telón de fondo la gran cuestión de actualidad del momento en Galicia, la transferencia de la Autopista del Atlántico, que pidió el Parlamento por unanimidad, pero a la que se opone de plano el Gobierno central, una contradicción que está capitalizando sobre todo el BNG, aunque Núñez Feijóo le recordase el miércoles a Ana Pontón que el Bloque en 2007 votó contra ese traspaso. Si hay más transferencias al País Vasco o a Cataluña, el PP lo tendrá más difícil para justificar su veto a un traspaso ante el que no se ve gran interés en la Xunta por conseguirlo ni, desde luego, en Madrid por concederlo. Mientras no tenga la competencia, la Xunta siempre se puede escudar en Fomento frente a las críticas por los frecuentes
busos de la concesionaria.

Las dudas sobre la duración de la calma en el Parlamento
Los ciclos de tensión en el Parlamento gallego están muy ligados a los períodos electorales, por lo que, sin urnas a la vista, resulta natural que reinase la calma en el primer pleno de la legislatura. Sin embargo, hay un cambio de fondo, fruto del mayor sosiego que muestran los portavoces de la oposición. Está por ver si lo logran mantener. Para el PP, que ganó con las broncas, podría ser un problema.

Fidel Castro o la astucia del 'gallego-descendiente'
El fallecimiento de Fidel Castro ha vuelto a poner de manifiesto la carencia, tanto en español como en gallego, de una palabra que sirva para designar a los descendientes de los emigrantes, a los hijos y nietos, esos que ya son mayoría desde hace tiempo en el abstencionista por obligación censo electoral del exterior. En la lengua portuguesa sí que existe, a través del término de "luso-descendente", que permite distinguir entre los nacidos en Portugal, que son los portugueses propiamente dichos, y sus hijos y nietos. De esta manera, Fidel y Raúl Castro, como Alfonsín, De la Rúa y tantos otros políticos latinoamericanos, no serían gallegos, sino "gallego-descendientes", lo que resulta más clarificador.

Raúl Castro, del que sus familiares decían que mostraba un mayor apego a Galicia, se definió en alguna ocasión como medio "gallego", en referencia a que lo era su padre, Ángel Castro Argiz, nacido en Láncara, mientras su madre, Lina Ruz González, era cubana de origen canario. Es una fórmula que también usó el propio Fidel.

Sin embargo, la trayectoria política del que sería el Castro I, Fidel, sí muestra un rasgo bastante gallego, pues alcanzó el ideal por el que tanto han luchado otros muchos hijos o nietos de Galicia, el de una larga, casi eterna, permanencia en el poder. Él estuvo 47 años, desde que triunfó su revolución en enero de 1959 hasta que en 2006 una enfermedad le obligó a delegar en su hermano Raúl. En ese momento el régimen cubano pareció adoptar rasgos de monarquía comunista, aunque, a diferencia de Corea del Norte, no hubo una sucesión de padre a hijo, sino entre hermanos, ni hay de momento signos de que la saga familiar de los Castro vaya a tener continuidad.

El momento de comprobarlo será en 2018, si Raúl, el Castro II, cumple su promesa de retirarse tras su segundo mandato de seis años. Esos 47 años de permanencia al frente de un estado soberano como Cuba constituyen una marca que solo se puede alcanzar un régimen autocrático, sin elecciones con unas mínimas garantías. Y son más de los que ejerció Franco como "Caudillo de España".

El hijo del emigrante de Láncara y el general de Ferrol fueron dos de los protagonistas individuales del siglo XX desde coordenadas ideológicas totalmente opuestas en teoría, pero que comparten elementos comunes en sus trayectorias más que llamativos, al margen del evidente de la extensión de sus respectivos mandatos.

Los dos sobrevivieron al régimen que había sido su mecenas inicial, la Alemania de Hitler en el caso de Franco y la Unión Soviética en el de Fidel. Y lo hicieron gracias a una cualidad que Fidel Castro consideraba muy gallega, como insiste en afirmar en la entrevista que le hizo Ignacio Ramonet para el libro "Fidel Castro. Biografía a dos voces".

Se trata de la astucia. Así, tras elogiar que, pese a la enorme distancia ideológica Francisco Franco no hubiese sucumbido a la presión de Estados Unidos para romper con Cuba, Castro destaca varias veces lo astuto que fue al no entrar en la Segunda Guerra Mundial. Y cuando habla de Fraga Iribarne en el mismo libro dice también que "es un gallego astuto, inteligente".

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