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UPdeG, Unidos Podemos de Galicia

POCO MÁS de dos minutos, sobre una intervención total de diez minutos, alrededor del 20%. Éste fue el tiempo que dedicó a hablar de Galicia en la tribuna del Congreso en el debate de la moción de censura Antón Gomez-Reino Varela, Tone, el actual portavoz de En Marea, en el debate. La estructura del discurso de este diputado coruñés recordaba a la habitual de los de los líderes españoles en sus visitas a Galicia, con un amplio repaso a la situación general, para incluir alguna referencia al final a las cuestiones autóctonas.

Con la destreza aprendida en su larga trayectoria en la política de base, Tone resolvió sin dificultades el reto de síntesis que suponía tener que hablar en poco más de dos minutos de la contaminación de las rías, con Ence como pestilente emblema, de las eternas crisis de la agricultura y la pesca, de la negativa del Estado a transferirle a la Xunta la Autopista del Atlántico, del mal estado de la mayor parte de la red ferroviaria interna y del raquitismo industrial. Sin embargo, los mensajes gallegos supieron a poco, frente a los más de siete minutos dedicados a justificar la moción de censura desde el punto de vista global, repitiendo los argumentos que ya habían expuesto con solvencia la víspera Irene Montero y Pablo Iglesias, la portavoz y el líder de Podemos, y también, el mismo miércoles, Alberto Garzón, el coordinador de Izquierda Unida.

A Gómez-Reino le habría sido mejor utilizar ejemplos gallegos para justificar sus argumentos generales, como el de la escandalosa designación del exdirector general de la Guardia Civil y antiguo delegado del Gobierno en Galicia en los tiempos del Prestige, Arsenio Fernández de Mesa y Díaz del Río, como miembro del consejo de administración de Red Eléctrica Española, que le brindaba todo un paradigma de lo que Pablo Iglesias llama la parasitación del Estado por parte del Partido Popular.

El discurso de Gómez-Reino contrasta con los muy centrados en Galicia que hacía su antecesora en la portavocía rotatoria de En Marea, Alexandra Fernández, militante de Anova, el partido de Xosé Manuel Beiras. Para los dirigentes gallegos de Podemos y de IU eran intervenciones excesivamente nacionalistas. Sin embargo, en combinación con las de los portavoces del partido morado, contribuían a mantener ese mestizaje entre los mensajes de Beiras e Iglesias con el que En Marea logró un espectacular éxito electoral en 2015 y que repitió en parte, pese a su bajada, en 2016.

Así, la intervención de Tone Gómez-Reino supuso la puesta en escena de Unidos Podemos de Galicia, lo que sería la versión gallega de la coalición de Podemos e IU y que tendría las muy curiosas siglas de UPdeG, una combinación entre el nombre del partido hegemónico del Bloque y los acrónimos de las sucursales galaicas de PP y PSOE.

El de Unidos Podemos de Galicia de Tone y de la líder de Esquerda Unida, Yolanda Díaz, es uno de los proyectos que coexisten hoy dentro del maremágnum de En Marea. El otro es el personal de Luís Villares, con la alianza de cariz nacionalista que formó para poder asumir el liderazgo de la dirección del partido instrumental que creó En Marea el verano pasado. Para ello se alió con los antiguos tránsfugas de Cerna, el partido de Mario López Rico y Luís Eyre, los viejos afinadores del piano electoral de Xosé Manuel Beiras y de los que ahora se podría decir metafóricamente que se ocupan de la gaita que toca el juez en excedencia Luís Villares.

Los otros proyectos son el municipalista, con el que Marea Atlántica y Compostela Aberta tratan de resistir en el poder mientras Ferrol en Común arde en la pira de la plaza de Armas, y el de los utópicos, como la Anova de Antón Sánchez y los Anticapitalistas, que todavía creen en el mestizaje.

El Ferrol del Caudillo, la Galicia más antifranquista del 77

EL 60,7% Y EL 53,8%. Estos dos porcentajes marcaron las elecciones de hace 40 años en Galicia. Reflejan, respectivamente, la tasa de participación, la más baja de todo el Estado, y la proporción de votos obtenida por la Unión del Centro Democrático, (UCD), la segunda más alta en lo que hoy son las comunidades autónomas, sólo superada por la de Canarias, del 59,9%. 

España llevaba 41 años y cuatro meses sin celebrar unas elecciones, desde las de febrero de 1936 en las que venció el Frente Popular. El hambre de urnas se tradujo en una participación masiva, del 78,8%, que contrasta con ese 60,7% de Galicia. Como sostiene el politólogo Ignacio Lago los censos electorales gallegos estaban plagados de errores, derivados de la muy intensa emigración al extranjero. Aún así había un menor entusiasmo, sobre todo en las zonas rurales, pues en la Galicia urbana acudió a emitir su sufragio el 73,3% del censo. 

La ciudad gallega en la que hubo la mayor participación fue la que en 1977 se llamaba oficialmente El Ferrol del Caudillo, con un 76,9%. El ignominioso nombre que llevaba la urbe natal del dictador contrasta con el antifranquismo expresado en las urnas, pues fue la única ciudad en la que los partidos de la oposición democrática superaron a los herederos del régimen. La extraordinaria fuerza mostrada por la UCD en Galicia, así como el mayor respaldo que logró la Alianza Popular en la cuna de su patrón, Fraga Iribarne, propiciaron un aplastante dominio del centro-derecha, el mismo que se expresaría cuatro años después en el primer Parlamento gallego, aunque entonces AP ya fue la formación más votada.

Mientras que en 1977 en el conjunto de España la suma de los partidos del centroizquierda y el nacionalismo superaron con claridad a la de UCD y AP, en Galicia sólo lo hicieron en nueve municipios, cuatro de ellos de la ría ferrolana, Neda, Narón, Ferrol y Fene, que en el que la izquierda tuvo su mejor resultado gallego. Los otros cinco fueron los cercanos de As Pontes y Cabanas, así como Negreira, Rianxo y Vilar de Santos. Este último, inaugurando una tradición, fue el escenario de la solitaria victoria nacionalista, con el 53% de los sufragios del PSG de un Xosé Manuel Beiras que sufrió un descalabro, como sexta fuerza en Galicia, con un 2,4% de los votos. Este fracaso desencadenaría la crisis personal que bautizó como su bajada a los infiernos.

El BNPG de la UPG sacó aún menos, el 2%. Fueron unas elecciones catastróficas para la izquierda de Galicia. El PSOE quedó de segundo en votos, con el 15,5%, pero de tercero en escaños, con tres, frente a los cuatro de AP, que obtuvo un 13,1%, pero que se benefició de su segunda plaza en Lugo y Ourense. Con el 53,8% de los sufragios, el partido de Suárez se hizo con el 74,1% de los escaños gallegos, 20 sobre 27. En el conjunto de España el 34,4% de los votos de la UCD se convirtió en el 47,1% de los diputados. Obtuvo 165 de los asientos de la Carrera de San Jerónimo, 44 más de los que le tocarían proporcionalmente, gracias a una ley electoral hecha a la medida de las encuestas que tenían los de Suárez, que, al mismo tiempo, negociaron hábilmente el sistema con Fraga y la oposición. El problema es que sigue vigente.


Rajoy revivió la moción contra albor, emuló a Fraga y obvió a Feijóo

"No me molesta su moción de censura, algunas cosas ya he vivido a lo largo de mi vida política", le dijo Rajoy a Irene Montero sobre la moción que derribó en 1987 a un mudo Albor con él de porta voz.

Rajoy aplicó el manual de Fraga, al darle aire a Podemos para ahogar al PSOE, como hacía el de Vilalba con Beiras y el PSdeG. Y obvió el triunfo de Feijóo, pese a que Iglesias sí habló de Galicia.

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