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¡Canta Torito!

photo_camera Roger Torrent y Quim Torra. EFE

EN SU novela, Walter Kirn creo un personaje guapo, gélido en el actuar, impecable en su vestir. Vuela por Estados Unidos explicándole a la gente que su relación profesional con la empresa concluye. Es un cartero de la fatalidad, un heraldo asalariado de la mala noticia que disfruta con su trabajo. Ceremoniosamente, como cumplimentando un ritual Ryan Bingham entrega un kit explicativo: seguro médico seis meses y una indemnización de mierda. Y a la puta calle. También regala una frase que repite metódicamente al desgraciado a quien comunica el despido: "Piense que los grandes imperios, las grandes conquistas en la historia del mundo se han hecho por hombres que han pasado por momentos como los que usted está viviendo ahora. Lo que le estoy brindando, no lo olvide, es una oportunidad de resurgir para siempre". Algunos de los que pierden su curro tienen sesenta años. Qué cínico.

Bingham se encuentra siempre con las mismas reacciones: ¿Cómo se lo explico a mis hijos? Una empleada incluso amenaza con tirarse desde un puente y cumple. Si a mí me llamara Bingham para decirme que metiese mis pertenencias en una caja de cartón le diría que bien, de acuerdo, cómo discutir una decisión empresarial en un sistema que todos, como borregos obedientes, damos por bueno. Ahora bien, el sistema también debería proporcionarme la oportunidad de romperle la cabeza a quien me comunica el fin de mi contrato sin inmutarse. La aceptación de un despido injusto es como la complacencia absurda con que los animales, en el matadero, se resignan a su suerte.

Finalmente a Bingham lo relevan de su labor para estabularlo en un despacho. Capado personal y profesionalmente y como lo que le proporcionaba placer era volar y despedir, comprende que es necesario vivir con pasión, pero también con compasión. Se lo enseña una mujer de la que se enamora, que juega con él con mayor crueldad con la que él se deshace de los trabajadores: cree que lo ama pero le oculta que vive felizmente casada y con dos hijos. Bingham no es, como ella le escupe, más que un paréntesis en su aburrimiento, un polichinela al que se folla para volver luego al calor de la chimenea familiar.

Detrás de cada despido que no se gana el trabajador por su incompetencia, su deslealtad con la empresa o el incumplimiento de sus deberes profesionales hay una tragedia. El despido subjetivo es la consecuencia del quebrantamiento de la relación laboral. Nada que objetar ahí. El despido objetivo, en cambio, me resulta especialmente injusto.

Está bien que se suba el SMI. Si por mi fuera lo equipararía al de los altos ejecutivos. Ocurre que el tejido productivo está constituido por cientos de miles de autónomos que sacan sus empresas adelante con gran esfuerzo, porque el Estado, que es imbécil, los sangra a impuestos. Para muchos autónomos el incremento del SIM supondrá un incremento de costes laborales y algunos, obligados, despedirán currelas.

El dilema es salario mínimo moderado y mantenimiento de trabajadores o incremento y despidos. Celebro que la ministra Iolanda haya encontrado la cuadratura del círculo. El tiempo, juez insobornable, sentenciará si acertó o no, porque el acuerdo con los empresarios que alcanzó no garantiza que no se produzca más desempleo y economía sumergida.

Mientras, el bigobierno capea la Dana de Vox, PP y Ciudadanos, a lo que ha contribuido la analgesia de las pensiones módicamente incrementadas, el SIM que sube y el sueldo de los funcionarios que se eleva. Ah. Y ese conejo del pin parental, magnífico invento de los fontaneros de Ferraz que funciona y distrae de la reforma del Código Penal que abrirá la grillera de Lledoners.

Esa reforma, penológicamente irreprochable desde el punto de vista técnico, adolece en cambio de la inoportunidad. El momento no era este. Cualquiera puede, legítimamente, interpretar su indisimulada intención de liberar a los independentistas catalanes. Necesaria `per se´, la reforma se vuelve discutible por su extemporaneidad. Huele, verdad, a osito de Tous, a relleno y pago de precio, a pacto no escrito ni suscrito que, como los feriantes que venden la vaca sin documento, pero cuyo apretón de manos significa acuerdo inquebrantable, fija un compromiso que hiede a tocomocho, a trile que entretiene el hambre del tigre independentista.

Observo, sin embargo en esta corta singladura gubernamental, un fallo individual ostensible y grosero: su portavoz. Seguí al detalle sus dos ruedas de prensa y su entrevista en la Sexta. Supongo que Montero sabe mucho de medicina, pero como comunicadora es, probablemente y con diferencia, la peor portavoz de los gobiernos democráticos. Alguien en Moncloa debería castigarla una semana viendo videos de Eduardo Sotillos. Seriedad, inteligencia para evitar charcos, la palabra justa y pocas sonrisas. Sotillos sabía que en las ruedas no se sonríe, sino que se administran silencios y se habla lo justo. Seguro que ustedes no se imaginan a María Jesús Montero como portavoz de Merkel, a qué no. Yo tampoco. Sobre todo porque cuando el periodista acierta con la pregunta justa, esa a la que nunca quisieras enfrentarte, la sonrisa se te hiela en los labios y, ahí, culo al aire, demuestras que el cargo te viene tan ancho como Siberia a un ciempiés.

Montero habla mucho y dice nada. Es la locuacidad y el gracejo sureño y también la inconsistencia tangible de su insuficiencia comunicadora. Paso porque diga de sí misma soy una optimista irreverente, en vez de utilizar las más correcta expresión optimista irredenta, porque si vamos de frases hechas, ministra, ciñámonos por favor a su dictadura. Lo que no puedo soportar es, ante preguntas concretas, el lugar común; ante la interrogante dolorosa, la huida por la tangente; ante la espada y la pared de la contradicción pensar que la mayoría de los que la escuchamos somos gilipollas. Bórreme, ministra. No cuente conmigo.

Pero bueno, de momento el Dóberman asesino con el que el PP, Vox y Ciudadanos avisaban en el debate de investidura va quedando en caniche mansurrón, un canciño lambereteiro que oculta el rabo entre las cachas ante la exhibición dentaria independentista.

La maleabilidad del gobierno ante ERC y los de Torra me recuerda aquella escena de una de las obras maestras del cine español, Torrente 2, Misión en Marbella. Torrente bebe con Cuco y su hermano en un bar. En esto bajan dos tíos. El Fari es un hijo de puta, dice uno; y añade: mira que suspender el concierto... Torrente, fan del Fari, escupe el trago, saca la pipa y le apunta: ¿Qué has dicho? ¡Ponte de rodillas! El tío obedece al instante; Torrente, fuera de sí, lo coacciona: Di que el Fari es el mejor cantante del mundo; el nota obedece; di... di... que tu madre es una p.; lo dice; pero no satisfecho, Torrente lo obliga a cantar Torito Bravo, el hit del Fari; el tío no sabe pero se lo soplan los colegas y, a la fuerza ahorcan, comienza a entonar, acojonado...

Cuando observo la chulería de ERC y la de los del atorrante Torra con el gobierno, cuando le recuerdan cuanto depende de ellos me acuerdo de esta escena.

Y es que lo dicho: Torra y ERC apuntan al gobierno: ¡Canta Torito!. Y el gobierno, claro, a cantar.

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