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El taparrabos de Rufián

EN LA segunda acepción del diccionario de la RAE rufián es el que trafica con prostitutas. Rufián no comercia con putas pero trafica con el efectismo. Porque inauguró el tremendismo parlamentario, consistente en sustituir el debate por tuits simplones. Los de Rufián son como los efectos especiales baratos de una peli mala, el taparrabos de un sastre miserable que no cubre sus vergüenzas. Rufián entró en el parlamento como mamut en calderería y tuiteando pilló a sus señorías con el pie cambiado (especialmente a Hernando, el del PP, que es tan impecablemente conservador que llama a la mierda caca. Un horror, Hernando). Los orígenes de Rufián están en Alcaudete, Jaén, pero él se agregó al nacionalismo chupi guay de Súmate, plataforma que reivindica el independentismo catalán pero en castellano. Que se sume su tía, si tal. Yo no. Ser de Alcaudete e independentista catalán es como Salvatore Lucania, alias Lucky Luciano ungido presidente de Cáritas Interparroquial. Rufián no es tonto. Ni Melania Trump. Melania es un florero y un florero no puede ser tonto. Pero estábamos en Rufián, que tampoco es tonto pero se sobrestima. Rufián se dijo que para epatar, para ser el mejor (Rufián confunde melonada con mensaje y literatura con twitter) había que ensayar una suerte de terrorismo expresivo, acojonar al adversario llamándole a Rivera el Hacendado del PP y a los socialistas Iscariotes. Y algunos periodistas, más pendientes del efecto que de la causa y de la forma que del fondo, corrieron a sus redacciones a contar que había una verdad, que Rufián estaba haciendo el Toneti, que no podía pisarles una buena noticia, o sea que en el parlamento se había instaurado el terrorismo tremendista que medio inaugurara Iglesias Turrión (el terrorismo tremendista, que es hijo del izquierdismo juvenil, consiste en consentir a Iglesias que diga sin peaje que azotaría a Mariló Montero hasta sangrarla. Al izquierdismo juvenil se le consienten licencias que a usted, amigo lector, le saldrían muy caras). Pero volvamos con Rufián, que para los platós elige vaquero prieto. Marcar paquete es una seña de identidad del izquierdismo juvenil. Como criticar modos de vida capitalistas, explotadores y deslocalizadores y luego calzarse y vestirse con zapatos y ropa capitalistas, explotadores y deslocalizadores, quinta esencia de la coherencia en la nueva política. En los platós, Rufián intenta cuidar la puesta en escena, pero a veces le sale como culo aseado en WC donde olvidaran reponer papel higiénico. El miedo escénico le puede. Y disimula su respiración agitada, ese ritmo cardíaco alterado que revela el terror de saberse joven y sin embargo mal preparado para según qué empresas (hace veintisiete años, la primera vez que hablé embutido en una toga casi me voy por la pata abajo. Hay cosas que únicamente se aprenden con los años). Cuando Rufián fracase, que ya comenzó a hacerlo el domingo en Cuatro con Risto Mejide, se preguntará cómo ha podido pasarle a él. Cómo tanta caída. Y entonces habrá alguien sensato (siempre hay un sensato para amargarnos la vida) que le dirá aquello de El Manantial, la novela de Ayn Rand, hermosa película también: "lo que tienes que preguntarte no es por qué estás tan abajo ahora, sino cómo subiste tan alto antes" (comienza a pasarle a alguno en Pontevedra). El único antídoto contra Rufián es Rajoy. Cuando lo interpela, Rajoy lo mira como a la cigüeña a la que, en la azotea del 13, Rue del Percebe se enfrentaba Rompetechos. El miope Rompetechos confundía a la cigüeña con la portera y la cigüeña miraba a Rompetechos como diciendo toleou. Rufián frente a Rajoy se desasosiega porque Rajoy pasa de él, que busca cabrearlo infructuosamente. Rajoy hipnotiza a Rufián y éste lo confunde con la portera. El domingo en el Chester de Risto, Rufián entró con la suficiencia del líder megalómano que protagoniza en Las Ramblas una quedada con la colegada. Pero Risto, una bestia televisiva que había entrevistado antes a la Esteban sin hacerle daño y se notaba que le tenía ganas a Rufián, le puso unos tuits en los que Rufi criticaba a Amancio Ortega. Rufián, gustándose, se reafirmó en ellos y se vino arriba esbozando una sonrisilla cínica, orgulloso de su ingenioso talento. Entonces Risto miró sus zapatillas y le dijo coño, unas Nike; luego le abrió la chaqueta y, oh sorpresa, era de Zara. Oye, mira ¿no es un poco incoherente criticar a Amancio y vestirte con su ropa, tío? Y Rufián, ante el cachondeo del público zozobró primero y después naufragó. Se fue al piélago y quedaron en evidencia sus lagunas, su juventud y su falta de preparación. Lo peor de Rufián no es que vista la camiseta del independentismo catalán de Alcaudete. Lo peor es que no sabe escribir. Por eso le soplan lo tuits. Y menos mal que lleva taparrabos.

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