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Hogueras en Tomba

Pedro Sánchez, presidiendo el Consejo de Ministros, junto al vicepresidente Pablo Iglesias y la vicepresidenta, Carmen Calvo. CEDIDA
photo_camera Pedro Sánchez, presidiendo el Consejo de Ministros, junto al vicepresidente Pablo Iglesias y la vicepresidenta, Carmen Calvo. CEDIDA

ANTES de que Sánchez declarase el estado de alarma, la alarma ya la habían declarado en el Estado Ana Rosa y Ferreras. AR y Ferreras como paradigmas del exceso de información, un empacho virulento de pánico previo, el terror en el recibidor. Decía Dalí que el culo hay que lavarlo en el bidé con agua y un poquito de jabón. Si algo ha demostrado el coronavirus es que España no utiliza el bidé para esto. El bicho no sé si lo mataremos, la economía fijo. 

Pero antes hablemos de la cárcel, que el corona le ha venido muy bien a Junqueras. En la cárcel hay casi de todo: Tele, colchón, mantas, excusado, comida, agua, gas y energía eléctrica. Gratis. En la cárcel hay navidad, periódicos, libros, servicios médicos, psicólogo, asistencia social e incluso en alguna, gimnasio. Un maoísta viviría encantado allí: De todo, para todos y sin pagar. De todo, salvo una cosa: primavera. En la trena no hay primavera. 

Recuerdo a finales de los noventa varias visitas a la cárcel. A algunas de ellas me acompañaba mi padre, ya mayorciño, empezando el viacrucis de sus achaques pero encantado con su hijo convertido en visitador de presos del turno de oficio, lo que él hubiera querido ser. Recuerdo algunas visitas a Pereiro de Aguiar, recién inaugurado el penal. Charlábamos el trayecto y parábamos a comer en el San Miguel. No se me borra su cara de satisfacción. Como no se me olvidará nunca la vuelta y el desvío a Cea para agenciarnos una bolla de pan recién horneada con la que mi madre flipaba. 

(Mientras escribo esto habla un tertuliano en la tele de la dificultad de luchar contra el coronavirus. Dice, el nota, que "porque estamos en un Estado compuesto". El tío promete. Estado compuesto ¿El nuestro? ¿España? Descompuesto, más bien). 

Pero estaba en la cárcel. Y decía yo que lo desagradable de ella no es la ausencia de libertad. Puedes sentirte libre en apenas unos metros cuadrados. Como yo cuando vuelvo por la tarde del curro encerrado entre libros y cine. 

Nunca más libre que el otro día viendo 1945, una peli húngara de 2011, emulsión en blanco y negro; dos judíos ortodoxos de una familia represaliada durante la invasión nazi y a la que incautaron todos sus bienes, que vuelven al pueblo al fin de la guerra; los lugareños, cobardes e interesados colaboraron aprovechándose del expolio y ahora tiemblan porque, piensan, los judíos vienen a recuperar lo que les pertenece, a lo mejor a vengarse; sin embargo, solo vuelven para cavar y enterrar unos juguetes en la tumba de los críos asesinados. Luego se van, sin más. En ese torbellino narrativo el atardecer me hace completamente libre. Libre en unos cuantos metros cuadrados. Conmigo me basta. 

Pero volví a irme. Lo insoportable de la trena, decía, es que no hay primavera. En Meaño se enseñó a finales de febrero. Soltó el magnolio cientos de piñas como bombas de racimo y el salgueiro, que germinó caprichosamente en la terraza del ático y que trasplanté en Axís, verdeó muriendo enero. Viendo su tallo robusto retorcerse buscando la luz, sus hojas adolescentes peleando por solazarse recordé a la población reclusa de este país. Paga su deuda con la sociedad (no sé cuándo pagará la sociedad su deuda con algunos presos) pero no tiene primavera. 

Supongo que la población reclusa de España está rumiando todavía la primavera de los ‘héroes’ del procés, ese adverso vergonzoso de Berlanga: Todos a la calle. Ya es primavera en Lledoners, ven a las rebajas de Lledoners. Algún raterillo que tacha fechas en el calendario pensará que qué habrá hecho él, con menos pena, para no ser tratado con idéntica manga ancha que el Oriol, los Jordis, el Joaquim… 

Dicen que Sánchez tiene un plan; no espero más que estrellar, marcha atrás y a toda hostia, su coche oficial contra un bazar chino

La normativa penitenciaria, por supuesto. El 100.2. El artículo 100.2 interpretado con flexibilidad tan intensa que lo que no se entiende es como de tanto estirarlo no rompe. Pero claro, estamos hablando de la élite política catalana, la aristocracia regional española. Palabras mayores. Al penado pobre, carente de categoría política se le tranca la interpretación laxa del 100.2. Imaginen a Dimas Montoya, nombre figurado, dialogando con el director: Señor Dire, mirusté, yo quería lo del Oriol ¿Tú, piltrafilla? Adónde cojones vas tu sin paraguas, tu a comerte la condena con patatas, gilipollas. 

Ya sé que los dires de prisiones no hablan así, que son gente seria. Pero me apetecía la conversación imaginada, metáfora de la injusticia, de la diferencia de trato, del agravio comparativo. Tan fulero, tan evidente que parece que una fauna cadavérica te devorase el estómago. En Galicia tenemos un viejo apotegma para esto: "O que fixo a lei, fixo a trampa". Una exégesis tan generosa con los indepes que hasta el más lerdo de los pillagallinas condenado a prisión es consciente de que apesta. 

Menos mal que la población reclusa española es responsable y está bien atendida. Si no, el motín iba a ser como el de esos presidios brasileiros que vemos por la tele y en los que una multitud de morenos histéricos queman colchones y gritan como comanches pasados de coca para, faltos de esperanza alguna, prepararse una riquísima mortadela de funcionario de prisiones. 

Del coronavirus algunos moriremos y otros se contagiarán pero sobrevivirán. Solo el contagio inmuniza y, además, lo que más mata es vivir. La vida como escuela de muerte. Somos lo que somos: Muertos a los que la propia vida ha permitido salir de fiesta pero, eso sí, solo hasta una hora prudencial, muertos de permiso. Vivos sanísimos pero preocupados por una especie de gripe cuando, a lo peor, la diñamos por un infarto. Ya se lo decían los chavales, qué cabrones, al acomodador casi jubilado del cine aquel: ¡Hay que ir morrendo que sube a madeira…! 

Landín explica qué cosa fue el coronavirus del siglo pasado aquí: Carros llenos de muertos para ser enterrados en cal viva, puertas trancadas y hogueras alimentadas con maderas aromáticas en A Fracha, en Tomba, en Xeve… Mucha más poética, esa lucha contra el bicho, que Ana Rosa y los vips bien pagados amasando el alarmismo sensacionalista con sus manazas esterilizadas por contratos millonarios, que esos sí que inmunizan. Nosotros, al menos, quemábamos leña en las colinas. Romántico, candoroso espectáculo la vieja Pontevedra fantasmagóricamente iluminada desde los outeiros de sus parroquias. 

Pero no hay pega. Casado tienen un plan alternativo a Sánchez. Casado apostado al amparo de las sombras arbóreas del Kalahari y esperando una debilidad de la cansada presa. Luego saltar sobre ella, y atenazar su tráquea con sus mandíbulas. La presa deja de respirar. Se acabó Sánchez. 

¿Y Sánchez? Sánchez ya sabe ahora que gobernar encierra más complejidad que trampear con buenas intenciones, ofrecer diálogo como bálsamo de fierabrás y prometer, como mantra totémico, "mejorar la vida de la gente", que cómo me deprime el lugar común ese, "mejorar la vida de la gente". 

Dicen que Sánchez tiene un plan. Pero yo no espero de la figura política de Sánchez más plan que estrellar, marcha atrás y a toda hostia, su coche oficial contra un bazar chino. O comparecer, solemne, brazos flexionados y manos entrecruzadas, para mandar a la nación un esperanzador mensaje: 

¡Sálvese quien pueda!

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