Blog | ¡Callarse, becerros!

La gacela que regateó al viento

NUNCA ENTENDÍ como se puede "torcer" por equipos que están a seiscientos o mil kilómetros de distancia. Confieso que soy más prosaico. Mis colores nunca han ido más allá del celeste y el granate. Osea que ni blaugrana ni blanco. Escribo, huyendo del oportunismo, cuando Cristiano acaba de hacerle un tres al atlético. Al equipo de Luiz Pereira, que convertía el fútbol en divertimento; de Ratón Ayala, melena y bigote setentero tan veloz como técnicamente infradotado; y de Panadero Díaz y Ovejero, cuya defensa era una línea Maginot de provocaciones y tacos de aluminio en las tibias adversarias. El fútbol, amigos, nunca fue un noviciado de ursulinas bordando en la clausura pacífica del convento. Voy a resolver aquí el falso dilema Messi-Cristiano.

Messi, sin duda. Debía esta columna a Pedro, mi kiosquero, madridista de corazón y cristianista de devoción. Pedro hubiera jugado en primera división de nacer hace quince años. Analista futbolístico, le ciega sin embargo la pasión en este asunto. Mantiene que Cristiano es mejor que Messi. Discrepo, amigo. La comparación no resiste el análisis objetivo. Pero déjenme que haga chirriar los goznes del baúl nostálgico. En los setenta cobraban del celtados jugadores. Uno, Sanromán. Delantero. Otro, Mori. Interior. Sanromán era el esfuerzo y la valentía. El sudor estajanovista hecho futbolista. Un toro. Incluso físicamente, porque su cintura era como el tronco del cedro que sombrea la terraza del Blanco y Negro. Ahora bien. Tú le decías a Sanromán que para ganar fracturase su cráneo contra el poste y Sanromán, con la voluntad del soldado heroico y disciplinado lo hacía. Mori, en cambio, era la finta poética, el gambeteo aterciopelado, la elegancia en su trotar sobre el césped. La escuela futbolística andaluza moviéndose con la gracia del caballo adiestrado que deja boquiabiertos a quienes contemplan sus arabescos y cabriolas. Sanromán era sacrificado y se cuidaba, un trabajador obediente que no se fumaba un entrenamiento. Mori amaba el fino y la carallada. Llegaba tarde y, con ese gracejo de allende Despeñaperros le decía a Carmelo Cedrún, su entrenador: "lo ciento, mízter, que me quedao dormío".

Era de Barbate del Puerto. Un genio que necesitaba golfear la noche para, en un regate genial, escribir un tratado de técnica futbolística al alcance de pocos. Sucede lo mismo con Cristiano y Messi. Cristiano es Salieri y Salieri era buenísimo. Un extraordinario músico. El compositor de cámara del emperador. Pero Messi es Mozart y Mozart era un genio que con seis años componía y tocaba el piano de espaldas. Cristiano debería ser condecorado por Báñez con la Medalla del Mérito al Trabajo, pero a Messi debería calcetarle la de las Bellas Artes quien guarde en su faltriquera las llaves del cielo. Porque el fútbol, antes que producto económico rentabilísimo es arte, y el artista es Messi, no Cristiano. Cristiano es ese pintor de paisajes urbanos que nos impresiona por la precisión que incuba su lienzo lleno de detalles, de esfuerzo, de laboriosidad, esa pintura que parece foto de casi perfecta.

Pero Messi es Picasso y Picasso era Dios convirtiendo con los pinceles la redondez en líneas. Cristiano es efectivo pero tosco. Messi es efectivo pero grácil. Cristiano es un ciclón físico aturullado; Messi el avance grácil de la gacela regateando al mismísimo viento. Cristiano bota las faltas cumplimentando un ritual egolátrico cuya finalidad principal es alimentar su imagen, consciente de sentirse enfocado por el mundo entero. Hagan memoria. Tres pasos atrás y espatarre, como si le pesasen los huevos; brazos en jarras, pecho inflado y mirada alternativa a balón y arco; espiración, aflojamiento de hombros y pateo, minuto y medio de empanada. Y fallo. Alguna vez acierta, sí. Algunas veces acierta, vale. Venga, acepto que acierta varias veces. Pero menos que Messi. A Messi le bastan cuarenta segundos para colocar el balón, fruncir el entrecejo y encorvarse sobre la pierna derecha para hacerle, con la zurda, una rosca acariciadora a la pelota que arranca telarañas y la enfunda en la red con ese sonido inaudito de lo perfecto. En las faltas directas, Cristiano acierta bastante, pero Messi casi nunca falla. La diferencia es esa. Cristiano regatea con el esfuerzo de un Panzer avanzando sobre el lodazal de Stalingrado: avanza, sí, pero a trompicones. Messi evoluciona con la gracilidad plástica del campeón del mundo de esquí, convirtiendo a los contrarios en banderines mudos de un eslalon virtuoso. El regate de vista y cintura que le hizo a Boateng en Champions debería enseñárse les a los niños como virtud casi divina que nunca alcanzarán.

Cristiano es el músculo trabajado, alimentado. La dieta proteica del preparador personal que sabe que tiene que poner aditivos para completar un producto. Messi es tal cual lo parieron. No demasiado alto pero proporcionado. Cristiano no. Cristiano es paticorto y esolastra la plasticidad estética de sus movimientos. Cuando yo jugaba, a los Cristianos les llamábamos tourones. El disparo de Cristiano es como el Gran Bertha del káiser bombardeando Francia, que de tanta potencia, a veces se le iba el zambombazo al quinto carallo. Messi, tirando a puerta, es la precisión del cálculo espontáneo, como esos tíos dotados de un don innato para sumar mentalmente sin la ayuda de la calculadora. Su mesurada potencia de disparo para colocarla donde quiere es, sencillamente, letal. Messi es humilde, Cristiano pagado de sí mismo. Messi es discreto, Cristiano no. Messi respeta a su afición. Cristiano reprocha a la suya que le piten porque en su delirio megalómano se siente Dios. Ojo: Dios, apóstol y sumo sacerdote de una religión que él mismo creó y alimentó, el cristianismo vikingo. Messi, generoso en la compartición del éxito, celebra sus goles buscando la concurrencia de sus compañeros en el abrazo común. Cristiano se aísla para pegar un salto, volver a espatarrarse y berrear, solo y como un simio un "uuuh" que recuerda a los gorilas de Tasmania pidiéndole coito a la hembra.

Luego acepta felicitaciones. Por último. cuando el guión exige un piscinazo tirarse en el área es un arte Messi interpreta el derribo ficticio con la plástica del ilusionista genial, y creemos penalti lo que solo era truco; Cristiano, deficiente actor del landismo, finge, pero su caída remeda a la de un saco de patatas llenado con prisa. Cristiano, reconózcase, es un pésimo intérprete del derribo. A Cristiano deberían apodarlo -lo siento- Pepito Piscinas. La caída que fingió con Hugo Mallo debería sonrojarlo. Como soy imparcial, concluyo: Cristiano es, probablemente, el mejor rematador de la historia. Un goleador excelso, un trabajador inconmensurable. Un extraordinario profesional. Pero Messi es, sin duda, el mejor futbolista de todos los tiempos.

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