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Merdellas

A HISTORIA me la contó, tomando unas cañas, uno de los integrantes de aquella exigua tripulación, cuatro marineros. Ochenta y ocho años y, sin embargo, una memoria prodigiosa. Tan pródigo en detalles que nada indujo al cronista a dudar de lo que le contó. “Votoulle moitos collóns”, aseguraba. ¿Quién? Vayamos con el relato.

Hubo un tiempo que los U-Boot de Hitler (pronúnciese “iubut”) frecuentaron la ría de Vigo. Submarinos capaces de hundir cuatro millones de toneladas enemigas, se cobraron innúmeras vidas merced al letal poder de sus torpedos. Corre 1943 y en el Morrazo vive un marinero, patrón de un modesto galeón de pesca, al que los parroquianos, tan apegados a los bautizos laicos, conocen con el apodo de Merdellas (el confidente del cronista afirmaba que a causa de su afición a hurgarse la nariz con su dedo). A Merdellas se le tiene por generosísimo con sus marineros en la repartición de quiñones, capturas que suavizan el hambre en una durísima postguerra. Merdellas es también, constante la segunda guerra mundial, un apasionado anglófilo, un partidario de los aliados que se refiere irreverentemente al Führer como “o monte merda de Hitler” o “a mona esa do bijote”.

Sus alegatos en favor de los aliados los formula con vehemencia en el bodegón de Calderetas y siempre desde una evidente minoría porque, de aquella y hasta descubiertos los crímenes nazis, España es mayoritariamente germanófila. En territorio hostil, pues, Merdellas remata sus arengas con un coñac, porque aunque el médico le prohibió el alcohol, también le dispensó –jura– la ingesta de esa bebida, que según el galeno “cría sangre”. Huelga decir que sus convecinos mostraban un radical escepticismo respecto de tan pintoresco consejo terapéutico, que se tomaban a jocoso beneficio de inventario y atribuían a la indisimulada querencia de Merdellas por los espirituosos.

Pero al caso. El epigrafiado, una amanecida del verano de 1943 en que después de una exitosa noche de pesca limpia con su tripulación sus redes en la bocana de Cíes, ve como a unos ciento cincuenta metros se encrespa el mar fruto de un repentino oleaje que afecta solo a una concreta zona de la lámina. (Y ahora disculparán los lectores que el relato continúe en la peculiar isoglosa morracense y, a mayor precisión, con los exabruptos que, por tradición oral, le fueron confiados al cronista en aquella entrevista, lenguaje alejado de los cánones pero que dota de realismo al relato y por el que ya anticipa expresa petición de disculpas).

Estábamos en el extraño rizado del mar y en la emergencia, desde el piélago, de la imponente estampa de un sumergible que, ya en superficie y a poca máquina se ubica a escasos metros del galeón, cuidando de no hacer olas para evitar el zozobre de la nave de Merdellas. Seguidamente aparece en su puente de mando un marino, aparentemente, el comandante de aquel ingenio. Merdellas se va a proa mirando a quien semeja, por sus rasgos físicos, un auténtico ario, y aprecia una esvástica delatora: el submarino es del III Reich. Sin cortarse un pelo, Merdellas se encara con el alemán: “Que carallo queres”; cabreado por la arrogancia impertinente de aquel mequetrefe de poco más de uno sesenta que se dirige a él desde semejante cascarón, el interpelado grita encabronado “¡raus hier, raus hier!” (“¡fuera de aquí, fuera de aquí!”), al tiempo que con su brazo sugiere a Merdellas y los suyos que se piren.

Merdellas, impertérrito, se vuelve a uno de sus marineros: “que di o papán este”; su subordinado responde “quere que marchemos, patrón”. Pero Merdellas, mentalmente agilísimo, ya ha elaborado su estrategia. Vuelve a mirar al alemán, levanta por el pico su boina y se rasca la cabeza. Luego le da la espalda, flexiona levemente la pierna derecha y apenas inclinado sobre la izquierda se descerraja (dispensen) un pedo horrísono cuyo eco resuena en la oquedad de la bocana de Cíes. Enseguida se vuelve al comandante del U-Boot con una descortés invitación: “Vai picando”. El alemán, rojo de vergüenza –y seguramente urgido por el carácter secreto de su misión– ordena “¡ein tauchen, ein tauchen!” (“¡inmersión, inmersión!”).

Poco después, desaparecido el sumergible bajo las aguas, Merdellas se dirige al timonel: “vira todo e tira pa porto, rapas, que aquí xa non pintamos nada”. Así fue como Merdellas derrotó al III Reich. Coram populo comentose que una gaviota posada en el faro, oído el alarde acústico de aquel viejo lobo de mar, levantó el vuelo echando leches camino de Madeira, como temiendo ser alcanzada por un segundo prodigio artillero de Merdellas. A este dato, empero, el cronista no le atribuye más valor que el de una exageración, fruto probable de la pasión chauvinista con la que el pueblo acostumbra a realzar las hazañas de sus héroes.

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