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Quen con indepes se deita…

La vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, durante la rueda de prensa posterior a la reunión del Consejo de Ministros. CHEMA MOYA (EFE)
photo_camera La vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, durante la rueda de prensa posterior a la reunión del Consejo de Ministros. CHEMA MOYA (EFE)

"EN EL CALOR de la noche” decían a Sidney Poitier “levántate negro”. Aquel alegato antidiscriminación fue en el 67 una patada en el corazón de una América que latía racismo. Tengo la sensación de volver a “En el calor” viendo la sobreactuación con Maduro: ¡Levántate indio! Cuidado. Que a lo mejor Maduro es un indio irreductible, un experto en relaciones internacionales que se alía con las tribus del tío Vladimir y del chino “Chimpín”. Y con ese Dúo Dinámico igual no le entona a la UE y a España el perdóname, sino el resistiré. Esa subestimación respecto de Maduro, juvenil y atolondrada de Sánchez desde el gobierno y Casado y Rivera desde la oposición, tiene algo de colonial.

Venezuela sería un juguete al que pasamos un algodón para verificar sus zurraspas democráticas. Porque, ahítos de sobreestimación, creemos que la perfección de nuestros sistemas políticos es irrebatible. Incluso Évole preguntó con la arrogancia del descubridor que enseña el catecismo a los nativos. Venezuela nos aventó el hambre en los sesenta, conviene no olvidarlo. Y acaso dejar que las cuitas familiares las arregle la familia en la que surgen, sin coadjutores externos. Estoy tan cerca de Maduro como de Marte. Pero me preguntó quién es España para ponerse a arreglar la lavadora ajena sin pedir permiso a su propietario. O sea, en qué F. P. nos expidieron un título de fontanero con tan amplia formación como para meternos en morada extraña y cambiarle los rodamientos a otro Estado. Venidos arriba, exhalamos un aire de insufrible superioridad porque resulta que esos comunistas bolivarianos nos han dicho que nos vayamos largamente al carajo.

Ya el proemio de la novela “La Diada de San Camilo, 1936” lo dedicaba Cela a todos los españoles de buena fe que, desde distintas sensibilidades, se habían matado entre ellos por un ideal; a renglón seguido, rehusaba el genio el homenaje a quienes, sin haberles dado nadie vela en el entierro, vinieron a intervenir en una guerra que no era de ellos.

Al régimen político venezolano se le pueden hacer todas las tachas del mundo. La pregunta es si ello justifica injerirse en asuntos que solo a los ciudadanos de ese Estado corresponde resolver. Haciendo una revolución violenta, desobedeciendo cívica y pacíficamente a Maduro o transitando hacia unas elecciones que devuelvan el status quo venezolano a una cierta normalidad. Eso hicimos en España modélicamente, por más que ahora los negacionistas ignorantes e ideologizados digan que aquello fue fallido. Sobre la soberanía se asienta el orden internacional, y aunque haya mil razones para justificar una intervención en Venezuela, lo primero es respetar el derecho de los Estados a que nadie se inmiscuya en sus asuntos. Porque miren. Por lo mismo Venezuela reconoce mañana la República catalana y luego va Rusia, que no está lejos políticamente hablando del Arauca ni de la Sardana, y hace lo propio.

Y además. Por qué no tanta chulería con Arabia Saudí o Irán, Egipto o Corea del Norte, satrapías igual de fedorentas. Quiero decir que menos lecciones en corral ajeno y mayor atención al propio, que tampoco es que esté como para que se le rinda visita. Esto iba a ir solo de Venezuela, pero la semana la complicó la señora Calvo (claro). Cuya incapacidad para la oración política elemental es equivalente a la capacidad de una correligionaria suya, Soraya Rodríguez, para acertar en la sintaxis breve. La primera circunvala una hora en su elipsis elusiva (Sánchez no claudicó ante los indepes) y a la segunda le sobraron minutos para explicar que un relator entre Estado y Cataluña es inadmisible por su tufo a cesión y porque no puede sustraerse a los españoles aquello que a todos ellos pertenece. Por ejemplo debatir sobre soberanía. Insisten los claudicantes, coincidiendo con los indepes, en que existe un problema, y la solución sería Ibuprofeno. Polo carallo. No tengo ningún problema con Cataluña, excepción hecha de que no voy a consentir, en mi cuota parte alícuota, que Galicia sea un poco más pobre porque a los indepes les salga de los huevos no contribuir al presupuesto común.

El problema lo tendrán los independentistas como lo tiene el peque encaprichado que no puede conseguir aquello que ansía. Guerra (forever Guerra) dijo en la presentación de su libro que lo había escrito él. Añadió “lo siento, será malo, pero mío, no como otros que ponen su cara”. Y claro, una coña de carajo. Manual de resistencia y tal. Y por qué no Manual para alcanzar la incompetencia en dos lecciones. Para eso no necesitaría Sánchez negro, mejor dicho negra. Guerra dejó claro que el libro no se lo había escrito Irene Lozano, la “upeidera” arrepentida reconvertida en sociata, aliada y negra ocasional del Doctor Sánchez.

Lo dije hace tiempo. El problema del PSOE no es la buena gente repartida entre sus millones de simpatizantes y votantes, ni sus barones territoriales, ni siquiera los que formaron parte de la clase dirigente de este país, escribientes de una de las páginas más brillantes de su historia, Felipe y Guerra. El problema del PSOE es una parte de su militancia, por desgracia para el partido justita pero mayoritaria, que ha entregado su mando a un infante. Porque Sánchez es un niño. Y como el niño caprichoso y zangolotino que cambia de gusto con constancia, Sánchez varía su criterio dependiendo de lo que a él -no al partido ni a España- más le conviene. Iba a convocar elecciones pero luego no; era rebelión pero luego no; era necesario aplicar el 155 y ahora no; no se necesitaba un mediador pero luego sí, sí se necesitaba. En qué quedamos. Tengo unos años ya. Y no recuerdo, en política, mayor informalidad ni más grande cantamañanada.

En un país serio, Pedro no sería presidente ni de su comunidad de vecinos. A lo mejor es cierto que antes teníamos a un señor gris y aburrido que -decían- no hacía nada. Carmen Calvo (claro) llama a eso política de mesa camilla. Mire señora. Esa ataraxia reprochada a Rajoy no ponía en almoneda la integridad territorial del Estado, ni humillaba a sus nacionales ubicando en pie de igualdad a una parte de ese Estado con el Estado mismo. Era soso, vale, pero serio y con criterio, acertase más o menos. Sánchez no. Sánchez es el niño caprichoso que juega con los intereses generales con la complicidad de sus progenitores, que le ríen las gracias. La metáfora paterna son aquí sus ministros, palmeros agradecidos incapaces de decirle Pedro, por ahí no. Penoso papel el de Doña Carmen Calvo (claro) gritándole al mundo que el rey está vestido cuando el monarca Sánchez pasea en pelota picada su indigencia. El viernes Doña Carmen Calvo (claro) ya daba por roto el diálogo. ¿Para ese viaje tantas alforjas? Menuda leche. Ah. Que me olvidaba. El sicofante. El que susurra la oreja de Pedro. Ese que pasa desapercibido porque es lo suficientemente listo (aunque a mí no me la da) para mover el muñeco sin que casi se note, el maniobrero Iceta. El hombre que traza a Sánchez la estrategia en Cataluña. Tan ambigua y lábil como fracasada. Ya se sabe. O que con indepes se deita, mexado se levanta.

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