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Tíralle do aire

La campaña se ha convertido en un descomunal Black Friday en el que los líderes se atropellan unos a otros

Adolfo Suárez Illana. RAQUEL MANZANARES(EFE)
photo_camera Adolfo Suárez Illana. RAQUEL MANZANARES(EFE)

HACE AÑOS los automóviles venían con un dispositivo que siempre admiré, el starter. Popularmente conocido como áire, tirar hacia arriba de un pequeña palanquita solucionaba la terquedad del encendido.

Casado hace campaña en Ávila acariciando a un ternero. Deberían poner en el número uno por Madrid al ternero; en Guadalajara, montado en un tractor Rivera pide el voto. A lo mejor es momento de que el tractor presida el Comité de Garantías del partido. Mola un tractor roturando el terreno disidente. Abascal, un hombre llamado caballo, sube montañas mientras lo filman, siete años en un Tíbet que no pasa de Mulhacén. A Abascal le ladran, luego cabalga. Todo apunta a que sobre Casado.

No entiendo, votantes, que no hayan agenciado aun unas botas de equitación como Abascal, acaso inimitable como la Matty de Fuego en el cuerpo. ¿Recuerdan? Provocadora, Matty le dice al picapleitos perdedor Racine: siempre tengo las manos calientes; él responde eso es un problema del motor; tendré que arreglarlo, entonces; Racine ve el mundo abierto: no se preocupe, yo puedo hacérselo gratis; Matty lo corta: no estoy segura de que disponga usted de la herramienta adecuada. Matty es el electorado y Racine encarna, que ni Dios, a los líderes que persiguen la orla palaciega, así sea orla tan aburrida como la que adorna Moncloa, Palacio con corrientes y fantasmas.

Nuestros cabezas de lista pretenden aplacar el fuego social. A cara de perro compiten por ver quien posee más centímetros de argumento. Pártele la pierna, decía un entrenador a un defensa al que el delantero estaba volviendo loco. Lo hizo, pero ni fracturador ni fracturado consiguieron nada porque sus equipos empataron y eso viene a ser la atomización del voto. Como Matty, no estamos convencidos de que nuestros líderes dispongan de la herramienta adecuada para arreglar el motor de España.

El otro día en Tui reparé en el desparpajo de los feriantes, melodía seductora al comprador nada disímil al susurro cautivador, pero inveraz, de los políticos a sus votantes. En esta feria de las oportunidades vale incluso enfrentarse en San Jerónimo a las fuerzas de orden público. Los trabajadores de Alcoa y tal. Seamos francos. A esos diputados se la trae floja Alcoa y el precio de la energía. Buscaban la foto de su solidaridad proletaria y de paso unos votos, pero no era una interpretación lo suficientemente convincente como para no semejar electoralismo sin apellidos. Quizá surtiese más efecto dirigirse cariñosamente al Consejo de Administración de Alcoa: garanticen los puestos de trabajo o les vamos a partir las piernas.

La campaña se ha convertido en un descomunal Black Friday en el que los líderes se atropellan unos a otros mientras depositan en el estante la prenda sobada que desechan, que es la cita ingeniosa, el eslogan ganchero. Son como zombis programados para leer el argumentario que prepara el encargado del botafumeiro del partido, replicantes condenados a los que abandonará el desodorante cuando los sufragios no acompañen.

En esa noche de los muertos vivientes la ocurrencia de ayer no vale para hoy, porque hoy es un futuro demasiado viejo y el ayer es el neandertal abortado y sin cabeza de Suárez Junior que, hablando de cabezas, lleva sobre su testuz la ensaimada canosa e incomible que le dejó en herencia su mamá, Amparo Illana. Adolfo J. R. es la imagen física de Amparo y también el desamparo que en él dejaron las neuronas políticas de su padre, emigradas y durmientes en una tumba de Ávila. Adolfo Papi tenía inteligencia política y Adolfo Amparo carece de ella. Cuando a Jesús Gil se le cayeron los Ángeles de San Rafael, Adolfo Senior cogió su coche y presentó, sobre los cascotes, sus respetos a los muertos. Se remangó y ayudó a quitar aquellos restos de avaricia ladrillera que aplastaban a las víctimas. Era el Gobernador Civil y allí comenzó Adolfo su carrera. Su hijo reinicia la suya lastrado de error. El segundo intento de Adolfo junior por ser alguien en política es su renuncia tácita –e involuntaria– a la conversión en un verdadero patricio.

Parecía insuperable la metedura de gamba de Casado, aquel… las mujeres deben saber que llevan dentro (e logo que carallo van levar ¿unha avellana?), pero la historia olímpica del disparate demuestra que el signo distintivo del homínido es su capacidad de superación. La melonada de hoy es rebasada por la bobada de mañana. Y para captar incautos recurren nuestros próceres a lo que llaman sociedad civil, como si los afiliados del partido no pudiesen ir en listas porque fuesen sociedad militar. Y entonces –con perdón– le dan por saco al militante currante y fichan a Mbappé para el PSOE y a Miguel Abellán para el París Sint-Germain, y a Hazard para las europeas y a uno de la Coca-Cola para abrir chapas en el Congreso. Abellán dijo que él podía aportar mucho al partido; luego añadió conocimiento sobre el mundo del toro. Solo se me ocurre una cosa para la siguiente intervención de Casado en el Congreso: mu. Convertida entonces por Abellán and Company la política en futbol, salen a ganar –dicen– desde el minuto uno, que qué originales, coño.

Cuánto hay de ensayo en sus anzuelos, aunque sea el ensayo de una obra teatrera de colegiales torpones; cuánto de menosprecio a la inteligencia de la gente. De unos y de otros, que tan bo é Xan coma Pericán.

España y sus políticos, Matty, Racine y su herramienta. Y el starter. Cómo me recuerdan una conversación en la taberna del Campillo, O Quente, hace treinta años. Dos plusmarquistas del Ribeiro blanco, veteranos de la vida, quejándose uno al otro de sus problemas conyugales. Cajo na c., a patrona vólveme tolo. El interlocutor elevó la taza, bebió con parsimonia y aportó su solución: tiralle do aire.

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