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“Tranquilo, chaval, que esto va rápido”

SI LA cara es el espejo del alma Luis Villares me parece un buen tipo. Nada semeja ocultar una mirada que trasluce una suerte de inocencia bienintencionada. Tampoco dudo de su capacidad: ningún juez se sienta en estrados sin habérselo currado. Y hasta puedo reconocer que ir del ejercicio de la judicatura al carajal político habla mucho y bien del convencimiento ideológico de quien lo hace. Pero eso es una cosa y otra compartir que, el día de la Constitución, no hay nada que celebrar. No puedo, caray. Que los que tenemos memoria, vaya que si lo celebramos. Y lo hacemos porque vivimos cosas que otros, nacidos en o después del 78, no. O sea que quizá tocan de oídas o, en el mejor de los casos, de lecturas. Pero eso no llega. Se trata, sencillamente, de hacer un poco de memoria. Por ejemplo. A mediados de los sesenta, aquí, en Pontevedra, un profesor le propinó una patada en un oído a un escolar. Lo dejó sordo. Se cuenta en la contraportada de un libro que no fue objeto de libelo ni interpuesta querella alguna contra su autor. Y es que de aquella la autoridad coercitiva del docente podía ser física -y ocasionalmente brutal- y nadie rechistaba, porque se negaban libertades tan básicas como la de expresión. Y con ese terror áulico acabó la Constitución del 78, oponiendo libertad de cátedra a libertad de patear y anteponiendo, con buen criterio, aconfesionalidad docente frente a crucifijos. Así fue. La “Consti” mandó al carajo el deber de rezar en clase, porque aunque les cueste creerlo a nuestros jóvenes, los educados en el nacionalcatolicismo rezábamos, por cojones, al principio y final de clase. Ser mayor es una lata, por supuesto, pero te dota de vivencias que no se aprenden en unas oposiciones. Otro ejemplo. La pena de muerte. Con ella acabó la Constitución que muchos detractan y que daba lugar a situaciones tan grotescamente trágicas, tan de Berlanga como el sarcasmo del verdugo de Puig Antich : “tranquilo, chaval, que esto va rápido”; y una mierda, porque Salvador agonizó media hora larga como un ternero sacrificado con impericia. Aún más. Cuando charlé con Flor Baena , la hermana de José Humberto , el último fusilado del franquismo, me contó que su otro hermano, que estuvo con él en capilla, todavía hoy, mudo traumático, es incapaz de hablar de esas últimas horas con Pite porque ya era un muerto en vida antes de subir al Jeep de los grises y ver el ataúd abierto que iba a ocupar después de ser fusilado. Hoy, gracias a la Constitución, Pite y Salvador vivirían. ¿Insignificante la Constitución? En modo alguno. Fue la que nos convirtió en ciudadanos libres y con derechos desde nuestra previa condición de ovejas obedientes a las que el franquismo llevaba del ronzal al redil del silencio forzado. La que permitió ir de una dictadura que perjudicaba seriamente la salud a una democracia. Imperfecta, si quieren, pero incomparablemente mejor que aquello. Porque, recuerden, cuando Paquiño nuestra identidad de gallegos se pisoteaba, y el respeto a ella no iba más allá del ballet Rey de Viana. Hoy, Constitución mediante, tenemos más autonomía que algunos Estados federales. ¿Nos hemos olvidado? Hasta los topónimos en castellano imponía el régimen, que como viviese el general andaríamos todavía como pijos veraniegos diciendo Sangenjo y La Puebla del Caramiñal. Qué decir del ejército, evolucionado desde posiciones filofascistas a unas FAS modélicas. Yo vi en la mili -lo juro, darle de hostias a algún tío hecho y derecho porque, sometido a subordinación jerárquico-militar, la alternativa era unos años de castillo si abrías la boca. No quiero pensar que algunos prefieran el recurso de contrafuero, que resolvía Franco, al de amparo, que falla el constitucional. Y muchas otras cosas. Comprendo que para alguno sea duro admitir que situarse al margen de la Constitución es gracias a que ella misma, garantista modélica, lo permite. Con Franquiño no trascendería el insumiso la categoría de integrante da cofradía dos caladiños. Puedo tragar que la nueva política vaya de propalar enormidades tremendistas para ganarse al os descontentos. Que claro que los hay con razón y razones. A mazo. Pero los análisis falaces, deliberadamente desenfocados de la contemplación desapasionada de la historia no van a granjear más apoyos electorales. Concluyo. España y Galicia evolucionaron mucho gracias a la Constitución del 78, nadie lo niega ya salvo el cerril empachado de ideología. Por eso, a la opinión de que el día 6 no hay nada que celebrar solo puede aplicársele la atenuante de la juventud. Algunos integrantes de la nueva política tuvieron la suerte de no vivir cosas que yo -y mi generación- sí tuvimos la desgracia de padecer. Por ellos me alegro. Pero también les digo que, en ocasiones, mejor permanecer callados.

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