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Pesadilla nazi en la Feria del Libro

El pasado viernes hacía setenta años y un día que Hitler se pegó un tiro en el búnker y, además, abría sus puertas la Feria del Libro de Santiago. También era Primero de Mayo, así que como mi mujer y yo teníamos la tarde libre nos acercamos a la Alameda.

Me gusta pararme, por lo menos a echar un vistazo, en cualquier feria o rastro en el que vendan libros, aunque, personalmente, prefiero las del libro antiguo y usado, que es donde, más que descuentos, se encuentran rarezas.

Sea como fuere, allí fuimos a darnos un paseo y con el ánimo de volver a casa con un par de libros debajo del brazo.

La llegada a Porta Faxeiras fue un tanto desconcertante. Comenzamos a escuchar silbatos antes de llegar al semáforo que da al parque, desde donde tampoco diferenciamos ningún caseto, solo un par de personas que sostenían una pancarta, lo cual no encajaba, porque las manifestaciones habían sido por la mañana.

Nos acercamos con desconfianza y descubrimos que la feria estaba en realidad cubierta por una carpa y que los pitidos y la pancarta de la ruidosa mini-manifestación estaban dirigidos hacia la entrada de la misma. Allí, un tipo con tapones en los oídos repartía panfletos informativos que explicaban que aquella era una protesta de artesanos callejeros para pedir que el Concello regularice su situación al igual que había hecho con los puestos de recuerdos, de helados y de castañas. El hombre con tapones en los oídos me dio el panfleto y me dijo: “El alcalde está dentro, si lo ves, dáselo”. Luego me pidió perdón por el ruido –si cuento esto es solo porque me siento en deuda con aquel tipo–. Yo cogí el papel, le dije que vale. Después me adentré con mi mujer bajo la carpa sin mas dilación.

Hacía años que no me pasaba por la feria del libro de Santiago y he de reconocer que la recordaba mejor. Había menos puestos que la última vez que fui y la novedad de la carpa es comprensible para una ciudad con un clima como Santiago, aunque genera cierta condensación, olor a humanidad, fruto del éxito del primer día de feria, del bullicio. Una circunstancia que, sumado a los pitidos de afuera, conseguía que allí se respirase cierto ambiente a barracón.

Por supuesto, el alcalde ya no estaba allí. El tipo de la puerta debería saber que Agustín es  infinitamente más hábil que sus predecesores en la legislatura, incluido en lo que concierne a escabullirse entre bastidores.

Una desesperada deducción me llevó a resolver que aquella lona se había colocado sobre la feria del libro no por protegernos de la lluvia, sino para gasearnos

A pesar de lo reducido del lugar, de repente Carmen ya no estaba a mi lado. La había perdido. Este era un hecho que, unido al alcalde que entra bajo la carpa y desaparece como si se tratase de El misterio del cuarto amarillo; los pitidos que teníamos que soportar antes de pasar adentro, y que seguíamos escuchando; y el debate sobre la eminente liberación de derechos de autor del Mein Kampf era razón suficiente como para hacer saltar las alarmas. Una desesperada deducción me llevó a resolver que aquella lona se había colocado sobre la feria del libro no por protegernos de la lluvia, sino para gasearnos.

También reparé en el notable número de ejemplares de diferentes ediciones de Cantares gallegos que poblaban puestos daba pie a pensar que hasta podíamos ser víctimas de un primer brote de un nuevo exterminio cultural. La posibilidad de que alguien amarrase al suelo la entrada a la feria para luego prenderle fuego y dejar que libros y personas ardiéramos allí dentro no estaba del todo descartada.

Como es obvio, no pasó nada de eso y no tardé en localizar a mi mujer entre los puestos de la feria. Sin embargo sigue siendo preocupante el previsible pelotazo editorial del abc del nazismo, un éxito que, a mi entender, será equiparable a la vigésimo tercera edición del Diccionario de la Rae que conmemora el tricentenario de la Academia. Y es que hay que tener en cuenta que, aunque ya existían versiones de ambos textos accesibles en internet, el papel tiene la cualidad de fomentar el estatus de “de cabecera” sobre cualquier obra.

La reedición del Mein Kampf dará a más de un adolescente un nuevo objeto que adorar en el pequeño hervidero de monstruos que se haya montado en los estantes de su habitación

No dudo que la nueva edición del Mein Kampf incluirá amplios comentarios de historiadores a pie de página para que nadie se confunda, pero sí creo que su reedición dará a más de un adolescente reprimido un nuevo objeto que adorar en el pequeño hervidero de monstruos que se haya montado en los estantes de su habitación. No pretendo ser alarmista, pero teniendo en cuenta que los partidos neo-nazis están a un paso de convertirse en Europa en una opción política como otra cualquiera, en mi opinión, este sería un punto preocupante.

De todos modos, la nota más escalofriante en estos días de celebración editorial en los que los nazis también dan que hablar la dejó Abel Caballero el pasado Día del Libro. El alcalde de Vigo aprovechó la efeméride para pronunciarse en un cántico contra la indiferencia –de los demás– que si llegase a los oídos Fhürer, éste no podría evitar llevarse la mano al bigote para verificar que no se encuentra dentro de un sueño. Y es que Caballero aseguró el 23 de abril que no solo era capaz de escribir una novela de una sentada, sino que ya estaba acabando una, titulada El cuarto oculto, basada en el hallazgo de un libro y unos manuscritos relacionados con Hitler cuando compartía piso con unos amigos allá en los años 70. Espeluznante.

Pero no teman. Pase lo que pase, aunque el Mein Kampf inunde las librerías, aunque sea el propio Abel Caballero quien lo edite bajo el sello del concello de Vigo –no es que Caballero sea nazi, solo algo excéntrico–, no olviden pasarse por la feria del libro de su localidad y llevarse algún libro para casa. Si lo escogen bajo un criterio intuitivo, mejor que mejor. Yo el viernes me llevé El bigote (Anagrama), de Emmanuel Carrère. La historia arranca cuando un hombre que se afeita el bigote para darle una sorpresa a su mujer. Cuando llega el momento, ésta no muestra reacción alguna y le dice que nunca ha llevado bigote. No me pudo parecer un argumento más apropiado para aquel día.

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