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Cold War

EN UNA DE las entrevistas promocionales de ‘El hilo invisible’, Paul Thomas Anderson explicó lo que, para él, es el romance en su más pura esencia: "El amor vuelve a la gente loca y te obliga a hacer cosas muy extrañas. ¿Quién nos ha vendido que es algo maravilloso? ¿Un psicópata?". El amor como prisión y como enfermedad, como pesadilla más que como ensoñación, inspira piezas más interesantes que las de su vertiente romántica. Lo era ‘El hilo invisible’, y lo es ‘Cold War’, una historia que transcurre a los dos lados del Telón de Acero y en donde los barrotes que encierran a los personajes son físicos y mentales, pero sobre todo, de pura fascinación malsana.

Pawel Pawlikowski es un polaco emigrado a Londres que descubrió en la distancia el imán que le atraía hacia sus orígenes. Tanto ‘Ida’ como ‘Cold War’ vuelven sobre una Polonia de otro tiempo, bajo una presión medioambiental que empuja a los personajes a equilibrar sus vidas como buenamente puedan.

En ‘Cold War’, Wiktor es un músico que busca en el folclore rural una representación de la tradición y la belleza de lo esencial. Viaja por los pueblos de Polonia buscando cantantes y canciones con los que girar por teatros del país, y mostrar el patrimonio cultural popular después de la guerra y en pleno asentamiento soviético. En uno de esos cástings, Wiktor encuentra a Zula, una cantante inusual que hace la prueba con una canción rusa aprendida de una película, y no con una de tradición oral.

Las autoridades polacas ven, en esa escuela de coros y danzas, un mecanismo fundamental para transmitir otros valores de ensalzamiento a los nuevos líderes y a Stalin, provocando en Wiktor una desazón que le obliga a marchar de su país.

El romance entre Wiktor y Zula se cuenta mediante pequeños fragmentos enlazados por elipsis. Los huecos del texto amplifican los ecos de la guerra fría que se combate entre dos amantes enfermos de fascinación por el otro. Wiktor entra varias veces en el país del que huyó buscando la compañía de Zula, exponiéndose a la cárcel y arriesgando su integridad física más allá de lo razonable.

Pawlikowski repite con su operador de cámara Lukasz Zal en una película delineada por la historia musical del siglo XX y fotografiada en un blanco y negro de belleza extraña. Como en ‘Ida’, el encuadre y el foco son declaraciones de guerra, así como los 35mm de la película y la capacidad de síntesis de una historia de amor que es cualquier cosa menos maravillosa.

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