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San Andrés

«Y AHORA qué hacemos?». «Reconstruírlo». El hombre al que un día se le llamó The Rock tiene la solución a la destrucción real y simbólica que arrasó con todo lo que está pegado a la falla de San Andrés. Volver a levantar los cimientos de la familia implica también una reconstrucción física como solo sabe hacer el pueblo americano: con subcontratas y trabajadores de músculo a punto de estallar. Y con la música subiendo en el momento justo en el que unas barras y estrellas ondean en el cielo californiano.

'San Andrés' es una película de catástrofes que representa su propia metáfora sobre la crisis de una forma muy periférica, y en la que cada 'set-piece' de demolición recuerda su versión televisada en los informativos de lo que va de siglo. El 11-S en las ondas expansivas del polvo que levanta la caída de los rascacielos, el tsunami de Japón en la entrada de agua llevándose por delante a los turistas que pasean por la bahía de San Francisco. Hay también un villano; un constructor que no tiene hijos porque su vida es levantar los edificios más altos que pueda imaginar, y con el que 'San Andrés' se toma su particular revancha con un final cómico.

Brad Peyton se saca de la manga un 'blockbuster' veraniego como tiene que ser: con exceso de sufrimiento y heroicidad de alguien que está dispuesto a lo que sea por volver a unir a su familia. No sé si es una impresión falsa de este crítico, pero Peyton hace sobrevolar a Dwayne Johnson por el monte Lee cuando las letras de Hollywood se desploman. El héroe las ve caer y es cuando se da cuenta de que está pasando algo realmente gordo. Su mirada va más allá del hecho de cartel de acero tambaleándose; es la propia industria la que se siente inestable en un género que dominó como nadie.

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