Blog | Permanezcan borrachos

Bah, pajas mentales

LOS DIARIOS son un género literario que te libera de la esclavitud del argumento, entre otras cosas. Miles de escritores no han podido completar un libro porque no han encontrado los elementos con los que hacer que la obra pase de diez páginas. Yo calculo que he dejado de escribir treinta o cuarenta novelas porque no tenía el argumento necesario. En cierto sentido, puedo decir que soy autor de muchas novelas que no he escrito todavía, algunas de ellas buenísimas. No sé en qué sitio me deja eso dentro del panorama narrativo. Supongo que en algún lugar intrascendente, encerrado en uno de esos cajones de armario falsos, decorativos, en los que la humedad te carcome en silencio, y cuando mueres ni siquiera dejas un cadáver. Lo que sí sé es que el argumento, en especial su ausencia, me ha hecho mucho daño. Y también me ha proporcionado gran felicidad.

Millones de lectores se arrojan a un libro buscando exclusivamente un argumento, que tenga aspecto de edificio, o castillo, con habitaciones y pasadizos. Los hechos encadenados los mecen, proporcionándoles un placer semejante al de un chapuzón en la piscina. Tal vez el agua esté caliente, por efecto del verano, e incluso del pis, pero caer en ella, como en una especie de infancia feliz, es cuanto le piden a un libro.

Millones de lectores se arrojan a un libro buscando exclusivamente un argumento. Los hechos encadenados los mecen

El infierno tan temido de estos lectores es precipitarse a un libro sin argumento. Sienten que se les rompen los huesos en el golpe contra el lenguaje puro y duro, que para ellos equivale a una piscina vacía. Es una pena. En ocasiones el argumento ni siquiera es lo que un autor cuenta en sus libros. El qué ocurre dentro de una novela, pongamos, no siempre es la sucesión de acontecimientos en los que nadas. Infinidad de veces, cuando un escritor se pone a escribir una historia, está hablando de otras cosas muy diferentes y no lo advierte. Resulta común que tú, como autor, ignores qué escribiste realmente, hasta que viene un tercero y te lo aclara: «Tú escribiste de esto, esto y esto, aunque no lo sepas, imbécil». Y en efecto, así es. ¿Cómo pudiste no darte cuenta?

Lo bueno de la literatura es cuando aparece por detrás de ti una señora o un señor, y con su lectura mejora la mierda de novela que tú creías haber escrito. Porque, ¿te tomaste la molestia de leer tu propio libro? Seguramente, no. Te crees tan especial que te limitaste a escribirla. Eso no te da verdadero poder sobre el libro, que exige distancia y desconocimiento para entender muchas de las cosas que ocurren en él.

En el diario y su cotidianeidad, el escritor está solo ante el peligro, desarmado y muerto de frío. No tiene más herramienta que su arte y los minutos y las horas. El reto es coger un lunes y conseguir que parezca un viernes por la noche en París. Conozco a gente que le hablas de leer diarios y se encoge de hombros, como si el invierno estuviese durando demasiado, y se le escapa un «bah». Cuando quieran leer un diario, afirman, ya escribirán el suyo. «Pajas mentales», añaden con desdén, de pronto aburridos por escuchar la simple palabra diarios. Qué pena.

Soy el autor de muchas novelas que no he escrito todavía, algunas de ellas buenísimas

Encuentro un enorme consuelo en las anotaciones diarias, capaces de convertir un gesto en un edificio de setenta plantas iluminado a las nueve de la noche. «Siempre termina importando la diferencia entre el qué y el cómo. La literatura es el cómo», sostiene Juan Sasturain. Existe una alegría secreta, inhallable, en el fraseo con que algunos escritores de diarios nos van descubriendo los milagros escondidos entre las horas del día. Tal vez al final no existan los géneros, sino simplemente los autores.

He encontrado felicidad cuando alguien me explica, como si fuese una cuestión de vida o muerte, que ayer descolgó las cortinas del salón para lavarlas después de veinte años. Qué importa de qué trate un libro. Cuando un escritor es realmente bueno, y como decía Frank Kafka posee un hacha para romper el mar helado de su interior, el vacío provee, y se puede escribir un libro con nada. La literatura solo precisa de alguien superado por lo que lo rodea, y unas cuantas frases.

Cualquiera puede escribir un libro que trate de algo, donde los personajes van de aquí para allí con un ritmo que causa vértigo, experimentan situaciones o aventuras efervescentes e inauditas, resuelven un problema que no tenía en apariencia solución, aman, lloran, toman drogas, follan, resucitan. ¿Y qué? Un libro bueno, de los que no pasa en balde por las manos de un lector, puede permitirse cualquier libertad, incluso hacer lo contrario de un libro común. Pero para eso su autor tiene que ser capaz, como decía Anne Sexton, de hacer un árbol con unos muebles, como en algunos diarios.

Comentarios