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Bellísimo charco

ALGUNAS cosas nos gustan tal y como están: quizá mal, pero no mal del todo. Estaríamos dispuestos a decir, en un sentido romántico, pueril, que así están perfectas, pese a todo. No las tocaríamos para que estuviesen bien; menuda idea. Eso las estropearía, al perder lo que poseen de particular. Fue justo lo que pensé cuando vi en el Instagram de Patricia Bolaños las fotos de un charco feísimo, muy sucio, lleno de basura, en el barrio de Bushwick, al noreste de Brooklyn, donde vive la ilustradora. Las cosas se extienden siempre más allá de los límites de sus apariencias. Por esa razón hay belleza en un charco sucio, o nos sentimos solos en mitad de la multitud, o el amor alumbra heridas.

Viñeta juan tallonQuién sabe si todo el secreto está en mirar. El trabajo de Patricia Bolaños consiste, en el primer termino, en limitarse a observar el mundo. Eso casi nadie lo hace como ella. Su mirada lo altera y mejora todo, aunque sea un charco. Es sí es un poder: hacer posible la belleza donde no había nada, convertir algo bastante asqueroso en una pequeña obra de arte. Al parecer, cuando se trasladó a esa zona de Nueva York hace tres años, el charco ya estaba allí, bajo un semáforo, en la esquina de Bushwick Avenue con Varet Street. Nunca se seca. Puede verse desde Google Earth. "A veces está verde, a veces transparente, a veces refleja las nubes, a veces le salen burbujas desde el fundo. Pero el charco jamás se seca. Ni en los días más calurosos del verano. Es maravilloso", dice.

Parece vivo. Se muestra irreductible, y un poco soberbio, mientras a su alrededor todo cambia. Las sociedades, las personas, las ideas, las cosas se transforman sin parar, dejan de parecerse a como las conocimos una vez. Todo a nuestro alrededor se desintegra. La vida pasa página continuamente. Cómo no maravillarse ante un pequeño charco que no desparece jamás, ni bajo el sol. Quizá esa agua estancada, sucia, a la que arrojan papeles y plásticos, encarne el viejo sueño de las personas de tener siempre algo a lo que aferrarse, que sea en el futuro como en el pasado, y que nos consuele del miedo a lo desconocido.

Solo unas pocas cosas, tal vez no demasiado importantes, nos agrada que sean como siempre, que sobrevivan al paso del tiempo, que nos esperen como si viviesen para nosotros: el extraño sabor de un plato casero, el olor desconcertante de una habitación, el efecto de un abrigo gastado y fuera de moda, el antiguo cartel de una tienda cerrada, la tranquilidad de una playa no demasiado bonita, pero solo para ti...

Y un charco inmundo. Por supuesto, cuando Patricia se mudó a Bushwick y el primer día salió de su casa y lo vio, y salió más veces y siguió viéndolo, se reveló contra su presencia. "Puse una reclamación al ayuntamiento para que lo limpiaran". Ciertos amores acarrean primero la hostilidad, la ficción de que empiezan por el final, y que no pueden ir hacia atrás, hasta el momento en que surge la esperanza. La respuesta del gobierno local fue que "no encontraban ninguna violación de la ley", así que el charco ahí se quedó, volviéndose una leyenda. Unas semanas tiene más agua y otras más basura, pero siempre es un buen charco.

Lentamente, surgieron los afectos, y con ellos una inesperada belleza. Cuando algunos de sus amigos hablan de sus casas con piscinas, Patricia presume siempre de su apartamento con charco. Solo tiene que salir del portal, dar dos docenas de pasos y ahí está: El Charco que Nunca se Seca. Algunas noches, cuando regresa a casa con su amigo Óscar, confiesa, "lanzamos monedas y pedimos deseos chorras, como salir algún día en las fotos de Images Getty". La belleza es una noción difícil de entender. Dónde surge, por qué, cómo se determina. Quizá no sea algo en cuya búsqueda nos involucramos de forma expresa. Simplemente, aflora, como resultado de otras búsquedas. Por eso un charco inmundo, que resiste los embates del tiempo y rehúye los cambios vertiginosos del mundo, se vuelve un día algo bellísimo.

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