Blog | Permanezcan borrachos

Besos para escribir

PUEDES PASARTE semanas, casi meses, sin ver a nadie besarse con cierto sentido del desbordamiento, y a la vez armonía. Es una de las cosas en las que noto que el paisaje ha cambiado. En realidad, puede también que el paisaje no haya cambiado en absoluto, y sí lo haya hecho yo. Tal vez mis ojos han adquirido mala educación, y no saben ver a la gente que se besa como yo creía que antes se besaba la gente y ya no. Aplastados por los buenos modales, la estúpida corrección, la diplomacia o su puta madre, creo que hemos dejado de besarnos con efervescencia y desmesura, al modo en que los volcanes entran en erupción, como si después de ese beso desenfrenado y llameante fuesen a cortarnos la cabeza con un sable milenario, elaborado por algún maestro oriental.

De pronto, el beso es un guiño sutil, acaso una abreviatura con la que pareces decirle a tu pareja ''ya nos besaremos como dios manda más adelante, cuando no nos vean''. La discreción nos ha ido empujando de las calles, o de la barra de los bares, al salón de nuestra casa. Recuerdo que en tercero de BUP acompañé a una amiga y su pareja a comprar bebida al supermercado, para pasar la noche en grupo, buscando la borrachera por la borrachera. Estábamos haciendo cola en la caja, cuando mis acompañantes, que se pasaban el día besándose, empezaron a hacerlo en plena cola, incontinentemente. En un momento dado, perdieron el equilibrio, y se desplomaron sobre una gran pirámide de botellas de cerveza, que estaban de promoción. Algún día contaré cómo acabó la historia del supermercado. Hoy solo quiero hablar de besos y de cómo alguna vez no nos autocensurábamos y nos besábamos en mitad del incendio.

Hoy solo quiero hablar de besos y de cómo alguna vez no nos autocensurábamos y nos besábamos en mitad del incendio

Hay un tipo de beso, menos visible cada día, que incorpora una enorme complejidad arquitectónica, sumada a la belleza y la pasión. Casi se trata más de besos para escribir o filmar que para dar. En alguna medida, se vuelven una construcción, un castillo en el aire, esa nube que nos recuerda con su forma a un personaje conocido. Yo siempre trato de imaginar el beso que Julio Cortázar describe en ‘Rayuela’ largamente. ''Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca […] las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio […] Nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura''. Te entran ganas de quedarte a vivir en la página, llevando una existencia sencilla, sin preocuparte por qué harás de comer o qué vas a vestir. En una página así te librarías de tener que dar un beso sin ganas, como si no significase nada, o solo equivaliese a un ‘hola’ o un ‘hasta luego’.

No resulta sencillo ser testigo de un beso que trasciende a las bocas, y ocupa varios kilómetros a la redonda. Supongo que en el fondo algunos besos constituyen un asunto de vida o muerte, y con nuestras sociedades actuales viviendo bajo la tiranía del miedo, cada vez más los amantes huyen de la luz. No vayan a pensar los testigos que llevan una vida completamente feliz.

Mientras me iba, pensaba si aquel beso no se parecería no tanto al de ‘Rayuela’, que al fin y al cabo todos hemos experimentado en varios momentos de nuestra vida

Ante la perspectiva de una espera larga, prefieres soñar según qué besos. Es más rápido. Pero a veces, ocurren. Este jueves presencié uno de esos insólitos y oscuros besos en la biblioteca, cuando me dirigía a la sección de los diccionarios. Es un rincón más o menos discreto, de hecho ideal para besarse, incluso para matar después del beso. Permanecí quieto, contemplando a los amantes un segundo. Tal vez segundo y medio. Después di la vuelta y renuncié al diccionario. Mientras me iba, pensaba si aquel beso no se parecería no tanto al de ‘Rayuela’, que al fin y al cabo todos hemos experimentado en varios momentos de nuestra vida, como a alguno de los que describe Albert Cohen en ‘Bella del Señor’. En ocasiones me pregunto si por ahí fuera quedan restos de los besos que narra. Del tipo: ''Besos en arabesco superpuesto cuádruple''. O de la clase: ''Un beso denominado incruste de tercio con enroscamiento continuo''. O el que a mí más me gusta: ''Un beso de la categoría denominada doble colombina con inversión interior''.

Artículo publicado el sábado, 25 de abril de 2015, en la edición impresa.

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