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Cómo empezar un libro

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En las novelas de Sergio Bizzio (Argentina, 1956), apenas lees el primer párrafo, es fácil que se te escape en voz bajita un "ufff", un "madre mía", o quizá un "hostiaputa". El vértigo al que este escritor somete sus comienzos te hace sentir que desaparece el suelo bajo tus pies, y que caes en picado, con el libro entre las manos, en forma de paracaídas. Se me ocurren pocos autores que entren en harina con su fuerza, huracanando la lectura. Creo que ahora mismo ninguno.

Escribir de ese modo casi peligroso conlleva apuros que a veces conducen al desastre. La velocidad instantánea siempre soporta riesgos, aunque no escribas, y no porque vayas rápido al principio, sino porque hay que seguir yendo rápido todo el tiempo, sin rendirse a los obstáculos. En Era el cielo (2007), por ejemplo, Bizzio te vuela la cabeza en las ocho primeras palabras: "Cuando llegué, dos hombres violaban a mi mujer". En España la novela se publicó en Caballo de Troya, y su editor, Constantino Bértolo, advertía en una contra maravillosamente escrita de la peligrosidad de un comienzo tan kamikaze: "Supongo que todos estaremos de acuerdo en que una novela que empieza con esa frase está condenada a ser una birria comercial o a ser una obra maestra".

Después de Era el cielo, que leí sin saber nada de su autor, solo por la fe que deposité en el texto de Bértolo, me lancé a por más libros de Bizzio. Enseguida se publicó Realidad (2009), que arrancaba de modo también particular: "Si lo que sigue va a leerse como una novela, entonces conviene decir ya mismo que los terroristas entraron al canal con un lugar común: a sangre y fuego". En los siguientes párrafos, igual de fulgurantes, el narrador detalla cómo los terroristas llegan a la parte del edificio donde la dirección de la televisión mantiene encerrados a los finalistas de un reality show.

El comienzo de las novelas de Bizzio te hace sentir que desaparece el suelo bajo tus pies

Enviar a la lona al lector en el primer párrafo te obliga a seguir haciéndolo el resto de la novela, cosa dificilísima, y un tanto bárbara. A menudo el propio escritor constata que esa combinación de golpes letales es insostenible en el tiempo, y tiene que relajar el inicio. Alfred Hitchcock contaba que en su día había abandonado la idea de rodar El naufragio del Mary Deare porque empezaba muy alto, con el descubrimiento de un navío en pleno Atlántico. No había nadie a bordo y el mar estaba en calma. Un grupo de personas subía al barco y comprobaba que los botes de salvamento habían desparecido y que las calderas estaban aún calientes, pese a no haber signos de vida. "¿Por qué es imposible rodar esta historia? Porque tiene un comienzo demasiado fuerte, y una gran cantidad de misterio desde el principio", reconocía el cineasta.

Pero a Bizzio le da igual. Borgestein (2012) arranca así: "Borgestein me atacó en dos ocasiones. La primera vez no pasó de un empujón y un golpe en la cara; la segunda intentó matarme. Yo salía del edificio donde tengo el consultorio y cuando lo vi ya era tarde. Se me acercó de frente. Quizá porque había planeado atacarme por atrás, empuñaba un cuchillo con la hoja para abajo"; El escritor comido (2010) así: "Mauro Saupol (Río de Janeiro, 1956) había nacido y crecido en la pobreza y era un escritor inmensamente rico y famoso cuando decidió hacerse pasar por muerto"; Aiwa (2009) de este otro modo: "Quién fue el primer hombre en darse cuenta de que en la aldea había otro hombre con tetas, aparte de él mismo, es algo difícil de decir, pero es sabido que Houseman fue el primero en hablar del asunto". En Último día a la vista, su libro más reciente, la primera frase es: "Me hice invisible de pronto".

Años atrás Sergio Bizzio confesó que se demoraba bastante en los comienzos. Le costaba arrancar. "No porque haga ningún cálculo, sino porque necesito dar con algo que me entusiasme. Si no, no puedo seguir". Una vez arranca, sin embargo, la máquina de la literatura ya no se detiene hasta alcanzar el final en perfecto estado, sin desintegrarse ni chocar contra los muros que la propia literatura levanta.

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