"DE QUÉ VA?" es una pregunta incierta, algo desganada, pero tan efectiva como decir "¿Qué hora es?" Se hace en todo el mundo, a todas horas, y se obtiene respuesta, aunque no sea nada relacionado con la verdad. Debe de ser una genialidad, en el fondo. Al fin y al cabo, es imposible que las cosas no vayan en algún sentido de algo. Ya es célebre, o por lo menos tristemente célebre, ese "¿De qué va?".
No puedes destacar delante de alguien lo que te gustó una película o un libro, o una simple columna de periódico, sin que su primera pregunta sea "¿De qué va?". Nadie va a interesarse, de buenas a primeras, por la estructura, o por el uso del lenguaje, o por cualquier otro aspecto formal de lo que sea que estéis hablando. Casi resultaría excéntrico. Más te vale tener pensada una respuesta clara, corta, atractiva incluso, que empiece justamente con un "Va de". De lo contrario no se entenderá que recomiendes nada; mejor cierra la boca. Qué bonito título sería para cualquier cosa "Va de": una novela, un ensayo, un documental, una ópera. Sería hasta un bonito nombre de perro.
A una pregunta facilísima se espera de ti que seas capaz de aportar una respuesta de una sencillez asimismo resplandeciente, o el desaliento lo cubrirá todo, como en aquella viñeta de Castelao en la que un paisano le soltaba a otro: "Nuestro candidato vale mucho. ¡Pero mucho!", y cuando el vecino le preguntaba cómo se llamaba su candidato, aquel respondía: "Hombre... no me acuerdo". Desolador, ¿verdad? Aunque en el caso de la viñeta la desolación no implicaba a los vecinos, sino más bien al candidato.
Cuando te preguntan de qué va algo algunos días resulta tentador decir sin más que "va de todo", o "va de muchas cosas", o "va de la vida", o incluso "no va de nada", para evitar los detalles. Serían todas respuestas vagas para preguntas aún más vagas. Salir al paso de un "¿De qué va?", si lo pensamos bien, es reduccionista. A menudo esperamos que un libro vaya de una cosa, expresada en un par de frases cortas, que pretender ser todo lo que se puede decir de, pongamos, cinco años de escritura. Respondes con cualquier "Va de" porque sabes qué es el aburrimiento y te manejas bien en esos laberintos. Y porque al final vamos a morir todos, y no merece la pena complicarse. Digamos que, después de la pregunta, es tu turno, como cuando te toca tirar el dado al parchís, y dices algo vagamente insatisfactorio.
César Aira llama a estas salidas "el seguro temático". En las páginas de Continuación de ideas diversas cuenta que "un agente literario me decía que cuando se le ofrece una novela a un editor, lo primero (y lo único) que preguntan es ¿de qué va?" El fondo se impone a la forma. Conviene disponer de una respuesta concisa preparada, con al menos un elemento reconocible, de tal manera que si alguien te pregunta de qué va tu libro, y tu respondes "va de un empleado pequeño burgués que vive con los padres y una maña se despierta convertido en escarabajo", la mitad de la batalla está ganada.
"Va de" es un gesto, una concesión, un sacrificio que a veces hay que hacer por los otros, o simplemente para sacarse a un pelma de encima. No pocas creaciones son forma, y cualquier descripción que se haga de su temática, para responder al famoso "¿De qué va?", no expresa nada sobre su mérito o demérito. Pero a estas alturas no vamos a resolver un debate —¿forma o fondo?— que no tiene solución.
Quizá solo Juan Marsé estuvo a punto de zanjarlo en una ocasión que visitó unos estudios de televisión. Fue en México. En un momento dado el entrevistador le preguntó eso tan tópico en literatura: ¿qué es más importante, el fondo o la forma? Marsé decidió en décimas de segundo que el fondo. Cuando ya abandonaba de los estudios apareció a la carrera un técnico, que le explicó que había surgido un problema y había que repetir la entrevista. Al llegar a la pregunta sobre la forma y el fondo, esta vez respondió que lo importante era la forma. Fue su manera de decir que ciertos debates no sirven para nada.