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Destructores de máquinas

Will Self le dedicó una trilogía a la interacción entre la mente, la locura y la tecnología a lo largo del siglo XX

WILL SELF (Londres, 1961) es un escritor con una curiosa relación con la tecnología, que va de lo personal a lo literario, pues varias de sus novelas tratan el tema. Self, que debutó con una colección de relatos en 1991, aclamados por Salman Rushdie y Doris Lessing, entre otros, empezó a escribir en serio solo a los 26 años. Creía que "la ficción en prosa depende de un modo especial de un tipo de autenticidad de la voz narrativa que es ligeramente incompatible con la juventud", aseguró en una entrevista a The White Review. A mediados de los años ochenta, por una serie de accidentes, acabó dirigiendo una pequeña empresa editorial corporativa. En esa época empezaron a llegar los primeros ordenadores Mac al mercado, de manera que asistió desde muy cerca al final de una era y el comiendo de otra en el proceso de producción editorial.

Cuando su madre murió, en 1988, le dejó un Amstrad PCW 9512, que era un procesador de textos muy primitivo y con escasa memoria. Su primer libro, The quantity theory of insanity, sin traducir al español, lo escribió en parte con ese ordenador y en parte con el que tenía en la oficina. "Solía llegar a las seis y media de la mañana y escribir durante un par de horas antes de que el resto del personal entrara a trabajar". Escribía en pantalla, imprimía el texto, lo corregía en papel, volcaba los cambios en el ordenador y lo volvía a imprimir para revisarlo. Cuando era un muchacho, sin embargo, Self amaba las máquinas de escribir, propiedad también de su madre, según confesaba en un artículo de 2015 en London Review of Books. Primero una Olivetti Lettera 22 y después la innovadora IBM Selectric, una máquina eléctrica que en lugar de las habituales canastas con tipos pivotantes tenía una bola de tipos, que podía cambiarse para añadir distintas tipografías. Después de eso, Will Self se hizo con una vieja Underwood en una tienda de chatarra. No empezó a escribir en serio hasta que heredó el Amstrad PCW 9512.

Ilustración para el blog de Juan Tallón. MARUXA

Mantuvo esa forma de trabajar hasta que aparecieron los ordenadores con más capacidad y más rápidos. Es decir, le interesó la tecnología informática mientras fue rudimentaria, y una novedad casi incomprensible. En el momento que evolucionó, se produjo el desencanto. "Internet llegó entre 1995 y 1996, y entonces comencé a volverme un tanto tecnófobo".  Aún así, escribió sus primeros cinco libros a ordenador. En un momento dado, se convirtió en un ‘luddite’, un grado superior de tecnófobo. Los ‘luddites’ fueron los artesanos ingleses que a comienzos del siglo XIX protestaron contra las máquinas que trajo consigo la Revolución Industrial, y que amenazan con hacer desaparecer sus empleos. Aunque el origen del concepto es confuso, una teoría apunta a que el movimiento recibió su nombre de Nedd Ludd, un joven que habría destruido dos telares en 1779. Con el tiempo, se denominó ‘luddites’ a los destructores de máquinas en general.

En 2003, Self renegó del todo de la tecnología y redactó su primer libro completo en una máquina de escribir, que ya nunca abandonaría. Se refugió en ella "para alejarse de internet y del sonido sub-sónico de un ordenador". No le gustaba tenerlo encendido en la habitación. Su uso le generaba obsesiones repetitivas. Por otra parte, lo encontraba "hostil hacia al estado de ensueño del que proviene la ficción, mucho menos reiterativa que la forma en que uno trabaja en los ordenadores". La llegada de la banda ancha afianzó su rechazo. "El hecho de estar intentando escribir algo serio y que puedas hacer clic en algunos botones y ver a alguien siendo penetrado analmente con una pistola es increíblemente molesto ¿no?".

Estas convicciones siguieron un camino literario en Phone (2017), su última novela, que hace unos meses el diario The Telegraph definió como "un antituit épico, de 600 páginas, sin un solo salto de párrafo". Phone, junto con Umbrella (2012) y Shark (2014), forma una trilogía sobre la interacción entre la mente, la locura y la tecnología a lo largo del siglo XX, un tiempo durante el cual las personas se vieron dominadas por una tecnología que había prometido ser, precisamente, liberadora.

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