Blog | Permanezcan borrachos

Historia de una tuba

ALGUNAS MAÑANAS coincido tomando café con el dueño de una administración de loterías que hay cerca de mi casa. Tose con enorme énfasis, como si quisiese empujar las nubes, traza dibujos imaginarios con las manos al hablar, y aunque hace meses que se cortó el bigote, sigue ahí, como una ausencia fuerte, que no supo irse. También se ríe mucho, pero nunca se ve: suena un "ja" en su garganta que no alcanza el rostro. Siento por él un aprecio secreto. Casi me ha hecho rico varias veces. Sin pretender que me tomen por alguien con mucho dinero, es cierto que en tres años he amasado 25 euros rellenando sencillas primitivas. En esos minutos que nos vemos fuera de la administración le gusta hablarme de sus clientes maniáticos y de las ridiculeces en las que incurren. Nunca los llama por sus nombres, simplemente dice "el señor que se tiñe el pelo", "la mujer de la muleta", "el hombre que dice ¿sabes?", "el chaval de la cocaína"…

Yo escucho y asiento. Como mucho, añado un "caray" o un "hostia". Solo una vez, refiriéndonos al poder de la lotería, me atreví a contar que viví muy cerca del pueblo en el que, hace algunos años, encontraron a un hombre muerto dentro de su coche, con un tiro en la cabeza, porque en su día le habían tocado nueve millones de euros en la primitiva. Gestionó mal su fortuna. Contrajo deudas, se metió en problemas y al fin se suicidó. Todo, porque tuvo demasiada suerte.

El martes coincidimos de nuevo en la cafetería. Yo había llegado primero, y hojeaba la prensa con desgana. Cuando se sentó a mi lado cerré el periódico como si fuese un baúl, o un bote de tomate frito, y lancé una pregunta genérica: "¿Qué?". Él compuso un gesto indeciso, y luego se dirigió al camarero para pedir un café cortado, muy caliente, con sacarina. Le gustaba enfriarlo con la cucharilla. "Oye", dijo al fin volviéndose hacia mí, "¿tú sabes tocar la tuba?". "¿La tuba?", repetí. En aquel momento ni siquiera conseguía hacerme una imagen exacta del instrumento, cuya forma siempre me pareció muy confusa. "No tengo ni idea. ¿Tú sí?", negó con un aspaviento, como si odiase las tubas en particular. Entonces me contó que hacía tres días, justo en el instante de empezar a comer, llamaron al interfono. Era un mensajero. Los paquetes que llegaban a casa siempre eran para sus hijos, que no paraban de comprar por Internet, así que fue uno de ellos el que abrió la puerta para recogerlo. Se produjo cierta conmoción cuando el mensajero salió del ascensor con una enorme y pesada caja, y preguntó por el padre. El lotero firmó la recepción y metió el paquete en casa rápido, por si acaso. 

Nadie se iba de casa sin hacerla sonar. Le habían hecho hueco en la sala, temporalmente

Todos se preguntaban qué habría en la caja. Era una incógnita. Lo único seguro era que él no había comprado nada. El misterio siguió allí después de abrir el paquete y descubrir que contenía una tuba. ¡Una tuba! Primero creyó que se trataba de un error y después de una broma. Durante unos segundos, incluso pensó si no debería tomar un curso para aprender a tocarla.

Enseguida se corrió la voz y sus amigos, y los amigos de sus hijos, empezaron a visitar el piso para ver el instrumento, como si se tratase de una de esas ballenas que a veces varan en la playa. Nadie se iba de casa sin hacerla sonar. Le habían hecho hueco en la sala, temporalmente. "¿Y no has llamado a la empresa de mensajería para que la recoja, por si solo fue un error de entrega?", le pregunté. Negó con cierta picardía infantil y feliz. "Le he cogido cariño". Escuchándolo, y viéndole la cara, pensé que a veces hay cosas por las que, sin saberlo, aguardamos la vida entera. Quizá estaba destinado a aquella tuba. Dos días después, sin embargo, me pasé por la administración para echar la primitiva. La situación había cambiado. Pregunté por la tuba. Esta vez negó con un gesto de duelo. Se la habían llevado. Al parecer, unos portales más adelante, en su misma calle, vivía un músico que se llamaba igual que él, y alguien se había confundido con la dirección de entrega. Era un final lógico, pero tristísimo.

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