Blog | Permanezcan borrachos

La maldición del libro

No lo conozco, pero me contó que mis obras le estaban costando sus amores

Recibí un mail demoledor de un señor que no conozco, llamado David. Yo estaba desayunando unas aburridas galletas con café y me empecé a reír sin querer. Me escuchaba y pensaba: "Yo tengo que ser idiota". Marta preguntó desde el baño de qué me reía, y me puse serio de repente. "De nada", aclaré en voz baja.

Leí el mail hasta el final, en silencio. Cuando finalicé, lo leí de nuevo, y me volví a reír solo. Me costaba creer lo que David me contaba, y a la vez resultaba imposible que mintiese. Me apresuré a escribirle para saber si podía contar aquella historia. No puso ninguna objeción. Todo empezó un sábado, mientras David escuchaba en la radio A vivir que son dos días, el programa de Javier del Pino, en la Ser. Por entonces, mantenía una relación sentimental con Helena. Los sábados les gustaba quedarse hasta tarde en la cama 'fuchicando', un verbo empleado en gallego para referirse a algo que estás haciendo y que no sabes cómo se hace. También se usa como sinónimo de follar. El caso es que, cuando llegaba mi sección en el programa, David y Helena dejaban de hacer lo que estuviesen haciendo —esta parte tenía más mérito cuando fuchicar significaba follar— y me escuchaban con atención. "Disfrutábamos con usted. Éramos Tallonistas", me confesó, feliz.

Algunos días, además de escucharme, leían juntos mis columnas. No tardaría en manifestarse lo que David y sus amigos llamaron la ‘Maldición Tallón’. En enero de 2015 se acabó su relación con Helena. Fue duro, pero se rehizo. Mientras, siguió fiel a la tradición de escuchar la radio los sábados, ahora ya solo. En junio conoció a Silvia, una chica de Vallecas y oyente habitual —qué casualidad— de A vivir que son dos días, y comenzaron a salir. Esta vez nada iría mal, se impondría el amor. En un viaje en tren a Madrid, él acabó de leer El váter de Onetti, y en la estación de Chamartín, entre besos y abrazos, Silvia se lo pidió prestado. Apenas un mes después, David conoció a María, se enamoró y Silvia salió de su vida para siempre. Y con ella, mi novela, que jamás le devolvió.


No lo conozco, pero me contó que mis obras le estaban costando sus amores


En el verano de 2016, mientras disfrutaban de una tarde de playa en Galicia, María le preguntó a David qué estaba leyendo. "Mientras haya bares, de Juan Tallón", le dijo, mostrándole la portada. Hablaron brevemente de la obra y del autor, y ella se quedó con la referencia. Cuando él se despistó, ella tomó su ejemplar para leerlo, y un mes después abandonó a David. Lógicamente, se llevó consigo el libro.

A esas alturas, me confesó David, empezaba a sentirse extraño ante mis títulos. En cierto sentido, le estaban costando los grandes amores de su vida. Por no decir que se había quedado sin sus ejemplares. Pero como no era una persona supersticiosa, un par de semanas después de romper con María se fue de cámping a las islas Cíes, y entre los libros que metió en la mochila incluyó Manual de fútbol. Esta vez fue su amigo Vicente, al que ya le había hablado de mí, el que le pidió prestado el libro.

No parecía que eso pudiese poner en riesgo su amistad, ni siquiera la relación que Vicente había iniciado hacía poco con una mujer detrás de la que había pasado varios meses, así que no se opuso. "Toma. Pero con vuelta", le advirtió, no obstante. El préstamo sirvió para deshacer cualquier sospecha. Vicente acabó de leer el libro y se lo devolvió a su dueño a los pocos días. Para mayor alegría, él y su novia fantaseaban con estar toda la vida juntos. Puesto que se acercaba el cumpleaños de su amigo, David quiso regalarle un ejemplar de Mientras haya bares.

En uno de los días más alegres del año para cualquier persona, poco antes de soplar las velas, a Vicente lo dejó su novia. Menudo cumpleaños de mierda, pensó. Llegados a este punto, David ya no sabía qué pensar. Por lo pronto, no pensaba regalar ninguno de mis libros a nadie más, al menos temporalmente. Tal vez la maldición solo necesite tiempo para disiparse. Además, justo acaba de iniciar una hermosísima historia con Inés. No quisiera ponerla en riesgo.

Incluso ha dejado de escuchar la radio los sábados por la mañana. Sin embargo, el otro día la sorprendió leyendo Fin de poema en ropa interior, y ahora está temblando.

Comentarios