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El objeto más perfecto del mundo

QUÉ HAY MÁS perfecto que un botón? Es un objeto simple, poderosísimo. Su misión es pasar desapercibido, mientras en secreto soporta el peso de innumerables pequeños mundos. Parece ser un invento de la Edad Media, aunque hace ya cuatro mil años existían conchas de moluscos talladas y agujereadas en el centro. Su extrema utilidad lo vuelve una fuerza de la naturaleza. La realidad decaería sin su presencia. Fui testigo de su autoridad hace un par de semanas.

Ese día había quedado a comer con una amiga en Santiago. Nos citamos en la Horta do Obradoiro a la tres. Aparecí tan puntual que caminé hasta la punta de la calle y volví, para entrar al menos con dos minutos de retraso y no parecer así el loco que llega a los sitios justo a la hora. Ella ya estaba en la mesa, esperando. Llevaba un vestido blazer y se le acababa de desprender un botón. No eran necesariamente buenas o malas noticias. Lo tenía en la mano. Estaba vivo. En realidad, un botón nunca muere.

A mitad de almuerzo, de manera inexplicable, se le cayó otro. Boom. Por un instante la realidad se comprimió; luego volvió a su tensión natural. Fue algo más que un percance, justo cuando estábamos a punto de empezar nuestro meloso de ternera con crema de patata asada. En un vestido blazer, como bien se puede imaginar, los botones juegan un papel delicado. Defienden el cuerpo de la semidesnudez. Observé en silencio a mi amiga, mientras con discreción se las veía con las solapas del vestido. "¿Va todo bien?", pregunté genéricamente. "Bueno", dijo tras depositar los botones sueltos en la mesa, "todavía queda uno". Lo estudié educadamente. "¿Y si no aguanta?", pregunté, incapaz de mantener a raya el fatalismo. "Aguantará", respondió con confianza, como si fuese una de esas personas que creen en la luz y la sutileza de la Edad Media, pese a lo que se diga.

Hay cosas que solo un irreductible botón logra. Es un botón en lucha contra el mundo, y al final vence el botón. Acabamos de comer, pagamos, salimos a la calle y nos enfundamos en nuestras chaquetas y gabardinas. El botón había aguantado. Fue un bellísimo triunfo del vestido blazer contra la adversidad, y la prueba de que el diseño a veces lo es todo: estilismo y a la vez pura fuerza.

Esa misma semana, de casualidad, me encontré con una entrevista del diseñador André Ricard en La Vanguardia en la que le preguntaban cuál era el objeto más bello que había a la vista, y respondió que un botón de su camisa. "El botón ha llegado a su perfección funcional, como una cuchara, un tenedor…", y por eso "sus sustitutos, velcros, cremalleras, no logran superarlo. Es bellísimo", concluía. Me hizo recordar a cuando algunos autores de la generación del 98 iban a los cementerios en busca de sus precursores, para homenajearlos, y en una ocasión, en el camposanto de San Nicolás, encontraron los restos de Mariano José de Larra y Azorín se quedó con el botón de su levita de recuerdo. Me gusta pensar que Azorín también admitía la superioridad del botón.

En el siglo pasado, durante la noveau roman, Raymond Queneau captó la trascendencia y perfección de este objeto al consagrarle cierto protagonismo en Ejercicios de estilo, donde narra de 99 formas diferentes una misma anécdota, bastante insignificante, como corresponde cuando hay un buen botón por el medio. En un autobús, un viajero con un sombrero de fieltro le dice a otro que lo está empujando. De pronto, descubre un sitio libre y se lanza a por él. Más tarde se le ve en otro lugar con un amigo que le aconseja añadir un botón al abrigo. Eso es todo. No hay más chicha. La aparente irrelevancia del episodio no evita que Ejercicios de estilo sea una obra maestra, un logro típico cuando un botón de nada se inmiscuye en una historia.

La estrategia que sigue un botón es impecable. Se diluye en la insignificancia. Sabe estar del lado de la nada, hacia donde nadie mira. En cierto sentido, se atiene a su tamaño, mientras se somete rutinariamente al ojal, operación tras la que oculta su poder. Y desde ahí, reducido a sus dimensiones físicas, lo domina todo en secreto. Cada botón se hace pasar simplemente por un botón. Una genialidad.

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