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Personajes desesperados

Paula Fox comenzó a escribir relatos a los 20 años. Antes solo trató de sobrevivir

EN 1991, Jonathan Franzen se hospedaba en Yaddo, la colonia para artistas situada en Saratoga Springs (Nueva York), preparando un ensayo sobre el postmodernismo, corriente en el que encajaba su literatura en ese momento. Un día, en la biblioteca de la colonia, se fijó en un libro titulado ‘Personajes desesperados’, de Paula Fox (1923-2017), escritora estadounidense autora de seis novelas para adultos y de una veintena para niños. ‘Personajes desesperados’, publicada en 1970, estaba por entonces descatalogada. Franzen no había oído hablar de ella, y le impactó su realismo. Tanto que en 1996, en un artículo para la revista Harper’s en el que reivindicaba la narrativa tradicional, mencionó el libro, refiriéndose al "poder devastador" de su realismo. "Nunca antes había leído un libro sobre lo indistinguible que es una crisis interior de una crisis exterior", señaló Franzen. No pasó en balde, porque el escritor Tom Bissell, que en ese momento trabajaba como asistente para la editorial Norton, se fijó en el texto y logró hacerse con un ejemplar de la obra de Fox. "Cuando el comité de ediciones de bolsillo de la editorial les pidió a sus empleados más jóvenes que aportaran ideas sobre lo que la Norton podría publicar, Bissell sugirió ‘Personajes desesperados", contaba Joan Acocella en The New Yorker en 2011. Lo autorizaron a ofrecer 1.500 dólares por los derechos de reimpresión, y Fox aceptó. En los siguientes años, Norton recuperó sus seis novelas para adultos.

‘Personajes desesperados’ está ambientada en Nueva York, a finales de los años sesenta, y la acción transcurre durante un fin de semana invernal en las vidas de los Bentwood, un matrimonio dueño de una bellísima casa reformada en el vecindario de Brooklyn. Otto es un abogado cuyo bufete acaba de cerrar, y Sophie una traductora del francés que cae en la indolencia. A su alrededor todo muestra un perfecto estado, que no hace si no ocultar lo que pIlustración. MARUXA​or dentro en realidad está podrido. La relación está a punto de saltar por los aires cuando nada más comenzar la novela, a Sophie la muerde un gato mientras trata de darle de comer. Justo ahí comienza el fin del matrimonio.

Paula Fox comenzó a escribir relatos a los veinte años. En una entrevista a The Paris Review en 2004 confesaba que antes había escrito poesía, sin demasiado valor, de la que se perdió todo. Hasta los 20 años había estado demasiado ocupada intentando sobrevivir con trabajos de toda índole, como conducir una grúa en San Francisco. "A menudo pensaba en suicidarme, pero luego quería almorzar. Así que tuve que ganar dinero", comentaba. Por entonces todas sus historias eran rechazadas. A los 25 años se casó y tuvo dos hijos. Se divorció y se volvió a casar. No intentó escribir novela hasta mucho después, cuando ya había pasado de los 40 años. Su infancia, especialmente infeliz, marcó su obra. Todas sus novelas tratan ese período de un modo u otro. Sus padres, cuyas vidas nadaban el alcohol, apenas se ocuparon de ella. Se crió entre instituciones y parientes. Su escolarización fue intermitente. Su madre, que después de su nacimiento la abandonó en un hospital, no volvió a verla hasta que cumplió los cinco años. "Sentí que si hubiera podido ocultar el acto, me habría matado", escribió en una ocasión la propia Fox. Por su padre, que no pasaba de escritor mediocre, sentía tanto o más desapego. A mediados de los sesenta, se mudó con su segundo marido y sus dos hijos a la isla de Thasos, y ahí empezó a escribir en serio, y acabó su primera novela, ‘Pobre George’. Nunca en todos sus años había tenido el tiempo ni las condiciones para hacerlo. En aquella época, "delirantemente feliz, no tuve que hacer nada excepto preparar la cena y preocuparme por las víboras". En esos seis meses que pasó en Grecia su vida cambió y por fin pudo enfocarse hacia la literatura, pero solo recibiría la atención y el reconocimiento de la crítica muchos años después, cuando Jonathan Franzen situó su ficción realista a la misma altura que John Updike, Philip Roth y Saul Bellow.

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