Blog | Permanezcan borrachos

"Ponme otra, anda"

ME PARECE natural, y hasta cierto punto edificante, que a un bar se vaya a discutir. Nacieron para eso, seguramente. Todos necesitamos que de vez en cuando nos lleven la contraria, y acalorarnos casi sin venir a cuento y, si tenemos mangas, remangarnos. Llevar razón representa una forma de hambre, y saciarla es una vieja obstinación. No nos importa a qué precio se obtenga. La razón es la razón, y la queremos. Nos agrada pensar que nos pertenece. En realidad, no se trata tanto de tener razón, sin más, como de disputársela. Si la obtenemos sin esfuerzo tendemos a repudiarla. No nos gusta que nos la den, como a los tontos. La vida reverdece ante un desencuentro, durante el cual, para reponer fuerzas, cada poco te giras hacia la barra y le dices al camarero: "Ponme otra, anda".

La razón vive un movimiento perpetuo. Y más en un bar. Pasa de unas manos a otras, va y viene, hasta que alcanza la barra y descansa

Da igual qué se discuta. La pasión por imponer tu razonamiento abarca todas las materias, desde las más populares a las más sofisticadas. Hace un par de años fue muy comentada la detención de un exprofesor, en la región de los Urales, como sospechoso de matar a puñaladas a un amigo durante una discusión sobre los géneros literarios. Antes del mortal ataque habían estado bebiendo juntos, en armonía. Hasta que la víctima afirmó que "la única literatura verdadera es la prosa", y el tono se agrió de mala manera. Su amigo, que creía que esa gloria correspondía a la poesía, no supo contenerse y con un cuchillo zanjó el tema. Quizá no existan las riñas menores. 

Sir Hugh Beaver supo sacar rédito como nadie a las disputas de bar. Después de todo, era un hombre de negocios. En 1954 dirigía la fábrica de Guinness cuando tuvo una idea para promocionar su cerveza. Tras un laborioso trabajo de campo, que algunas veces incluía beber, llegó a la conclusión de que la gente, entre copa y copa, ambicionaba tener la última palabra. A ese fin, ideó El libro Guinness de los récords, al que se reconociese autoridad en caso de disputa. Beaver tuvo la certeza de que una obra así sería de enorme valor en los pubs irlandeses. Y lo fue.

Necesitamos que de vez en cuando nos lleven la contraria, y acalorarnos casi sin venir a cuento

En la propia naturaleza del bar, si tal cosa existiese, está el desacuerdo, el fuego, la pasión. Karmelo Iribarren, uno de los poetas que mejor ha llevado el bar a la poesía, o al revés, escribió hace algunos años, y aún flotan en el tiempo, unas piezas esclarecedoras sobre la llamada a la guerra que habita en cada barra. Con un ritmo palpitante, sin afectación, entre versos que equivalen a carraspeos, Iribarren evocaba cómo las ciudades se volvieron lugares difíciles, solitarios y fríos, sin pizca de calidez, pero por suerte "aún nos quedan los bares/ esos sitios/ oscuros/ que se encienden/ cuando se apaga todo lo demás,/ esos rincones con alma,/ con auténtico calor;/ quien sabe /si ya el último refugio /desde el que abrir fuego otra vez". 

La razón vive un movimiento perpetuo. Y más en un bar. Pasa de unas manos a otras, huye, regresa, va y viene, hasta que alcanza la barra y descansa, mientras el camarero hace su trabajo. Ningún cliente da fácilmente su brazo a torcer. No está preparado, digamos, para decir, "qué razón tienes, y qué equivocado estoy yo". Una rendición incondicional, sin ofrecer resistencia, sería una fuente de discusión inmediata. La razón sin batalla previa vale más bien poco. Me temo que significaría el fin de los bares, y quién sabe si quizá también de la bebida. Yo me quedo muy tranquilo cuando alguien me dice "No tienes ni puta idea". Tal vez el ser humano quiera armonía, tranquilidad, decía Kant, pero la Naturaleza sabe mejor qué es bueno para su especie, y quiere discordia. La paz que uno va buscando al bar es justamente el enfrentamiento con los demás. Hay otro poema de Iribarren que ilustra la guerra interior en la que viven los clientes de un bar. "El tipo se bebió/ la copa/ de un trago/ y miró alrededor./ Como no quedaba/ nadie,/ mató de un manotazo/ una mosca,/ pagó,/ y se fue a buscar/ sangre/ a otro bar".

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