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Un abismo de inmundicia

El editor Barney Rosset fue el más arriesgado y lúcido de una profesión en la que se metió porque tenía demasiado dinero para gastar


BARNEY ROSSET (1922- 2002) fue seguramente el editor más obstinado y peligroso de Estados Unidos. Publicaba libros que otros no se atrevían, primero porque era demasiado arriesgado, y después porque sus autores resultaban demasiado vanguardistas: Miller, Beckett, Ionesco, Kerouac, Burroughs, Malcolm X, Leroi Jones, Frank O'Hara, Che Guevara, Duras, Pinter, Stoppard, Robbe-Grillet, Céline, Kenzaburo Oe... También se hizo editor porque tenía dinero. Rosset admitía que si querías ser editor debías heredar mucha pasta, o casarte con alguien que la tuviese por ti. "Esta es la historia de la buena edición americana", cierta para sellos como Scribner, Knopf, Viking, New Directions, Simon and Schuster... 

Tenía 29 años cuando compró la editorial Grove Press por 3.000 dólares. Por entonces "no estaba haciendo nada y pensé que eso podría ser interesante". Era 1951. Antes había malgastado 250.000 de su herencia en un largometraje que fue una ruina comercial. Enseguida encontró su sueño: publicar Trópico de cáncer, de Henry Miller, por "anti-americano y anti-conformista". Lo intentó en 1953 y no lo consiguió. Los jueces lo consideraron pornográfico.

Envió El amante de Lady Chatterley de D. H. Lawrence por correo postal para que la interceptasen

Entretanto descubrió a Samuel Beckett, y después de pagar 100 dólares por los derechos, en 1954 publicó Esperando a Godot. Sylvia Beach, la editora de James Joyce en París y propietaria de la librería Shakespeare & Co., pensó que a Glove Press le gustaría editarlo y llamó a Rosset, que viajó a París enseguida. Conoció al autor en el bar del Pont Royal Hotel. Habían quedado a las seis de la tarde. Beckett apareció puntual. Saludó y dijo: "Solo tengo cuarenta minutos". A las cuatro de la mañana seguían bebiendo champán. Firmaron el contrato y el primer año apenas vendieron 400 ejemplares, pero dos después la obra se produjo en Broadway y se popularizó. Llegaron a vender dos millones de libros.

La prohibición de Trópico de cáncer llevó a Rosset a fijarse en El amante de Lady Chatterley, también en la lista negra, y según algunos críticos "un abismo de inmundicia". A Rosset no le gustaba. "Me afligía de una extraña manera", declaró a The París Review, pero le interesaba en la medida que podría infligir una derrota a la censura y ayudarle a publicar Trópico de Cáncer. "Lawrence era una figura más respetada que Miller, que tenía un mayor impacto en la escala de calificaciones, por lo que sería más fácil presentarla como literatura ante los tribunales". Utilizó la obra de Lawrence como caballo de troya, y lo hizo bajo un cuidadoso plan, cuyo primer paso fue enviar la novela a través del correo postal para que la interceptasen. La Dirección General de Correos era una agencia del gobierno, "y si te arrestaban ibas a la corte federal, de modo que no tenías que defender el libro en los juzgados de una pequeña ciudad". En 1959 publicó El amante de lady Chatterley tras conseguir que fuese declarada legal, y ganar la batalla a los guardianes de la moral que habían prohibido el libro de D.H. Lawrence por obsceno.

En 1961 al fin publicó Trópico de cáncer, cuando el Tribunal Supremo resolvió que poseía valor social y literario y la liberó de la censura. Su obsesión con esa novela había empezado en los años cuarenta, cuando compró el primer ejemplar ilegal en la librería Gotham Book Mart de Nueva York. Tardó años en convencer a Miller para publicarla. Primero lo visitó en su casa de Big Sur (California), en lo alto de una montaña, con un sofá en el césped, con vistas a un acantilado. Encontró solo a su esposa, que le advirtió que su marido ofrecería resistencia. "Cuando Henry llegue, y se lo proponga, yo voy a fingir que estoy en contra, porque él aborrece que estemos de acuerdo". Aún así, Rosset no lo convenció. Pero una tarde recibió una llamada de Maurice Girodias, el editor francés de Miller. Estaba en Hamburgo. "Ven, Henry está aquí". Girodias y el editor alemán del escritor lo habían persuadido para publicar en América. "Me subí a un avión y me fui a Alemania. Allí estaba Miller. Estaba de mejor humor. Mucho mejor. Jugamos al pingpong. Firmó el contrato". Ese día empezó una bella odisea, que duró hasta 1961.

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