Blog | Permanezcan borrachos

¡Vivan las libretas!

Ante algunas lecturas, esas capaces de asombrarme, me pregunto cómo serían los cuadernos de notas que el escritor rellenó

NOS PASAMOS la vida hablando de los libros, y casi nada de las libretas. Ni que no supiésemos de dónde viene una novela, un poemario o un ensayo, incluso un periódico o un programa de radio. Y sin embargo, libro y libreta forman una familia secreta. Después de venir de la nada, y convertirse en una idea que deambula a la deriva en la cabeza, los futuros libros pasan una larga temporada, que puede ser corta, en un pequeño cuaderno, que puede ser grande. Esa estancia es crucial, aunque no lo parezca. Ahí, en esas hojas caóticas, garabateadas, con tachones, en las que a veces se mezclan tus frases con las de otros, o el desarrollo de un personaje con una lista de la compra, o un número de teléfono con la descripción de un sentimiento, el libro se hace adulto, y a la idea le salen pies y manos, y un día te dice: "Quiero ser libro".

A través de su libreta, el autor pasa de no saber a dónde va, a descubrir el final de su libro, que todavía está por escribir. Vive por y para esa libreta. No importa qué esté haciendo; de repente surge una frase que corre a apuntar, y al finalizar se escucha un "uff" de alivio: la puso a buen recaudo. La libreta siempre flota, y con ella cuanto se anote en sus páginas, aunque después se descarte y se arroje a la papelera. Eso también es literatura. A su manera, la papelera escribe. En esa fase del proceso, el autor lo fía todo a su libreta, que se vuelve un pulmón que se llena de aire continuamente. Respira por ella. Muchos días se despierta en mitad de la noche y se pregunta, por seguridad, dónde puso el cuaderno. Se levanta, lo busca, lo encuentra, lo besa por las dos caras y lo guarda mejor, donde ni él pueda encontrarlo: solo ahí estará a salvo de verdad.

"La vida empuja y no espera, y en ese movimiento aplasta las ideas que no resguardaste"

Nada está perdido si tienes a mano el bloc y lo escribes rápido. Todos desperdiciamos para siempre ideas maravillosas, frases geniales, porque creímos que no las olvidaríamos en el tiempo —pongamos— que acabábamos de ducharnos, así que dejamos de salir en pelotas, goteando toda la casa, para llevarlas a la libreta. Inevitablemente, cuando al fin estuvimos secos, y preparados para acudir con tranquilidad al bloc, la idea ya no estaba con nosotros. Se perdió para siempre. Voló. O murió. La vida empuja y no espera, y en ese movimiento aplasta las ideas que no resguardaste enseguida de la intemperie a la que se somete en cada minuto la memoria.

El cuaderno nos salva, y pese a todo, nunca o rara vez nos referimos a él en público. No imagino a un poeta o a un novelista diciendo "me ha salido un libro regular, pero la libreta era maravillosa". Mencionamos la idea, las circunstancias en las que de pronto emerge, y enseguida saltamos al libro, a su historia, a la estructura, a los temas, al estilo, etcétera. Ni rastro de los blocs, como si los escritores nos avergonzásemos de ellos, o si tras publicar el libro los hiciésemos desaparecer. Ante algunas lecturas, capaces de asombrarme, me pregunto cómo serían los cuadernos de notas que el escritor rellenó hasta conseguir que se convirtiesen en el libro que tengo entre manos, y que es tan bueno, que en realidad me sujeta él a mí. ¿Albergarían ya el brillo que el libro exhibe?, ¿serían, por el contrario, rupestres? 

A veces el libro futuro se queda simplemente en libreta, y no llega a ser novela, ni poemario, ni nada. Eso tampoco se menciona a menudo. Piensen en un autor que dijese "quise escribir un gran libro, pero solo me salió una libreta; lo siento", o algo por el estilo. A mí no se me ocurre ninguno. Qué bello sería, sin embargo, que en las solapas de tu próxima obra, junto a tu edad y el lugar donde naciste, se hiciese referencia a que escribiste cuatro novelas, dos ensayos y veinticinco libretas con anillas. Quizá un dato así diese mejor la medida de la obra de un autor que los simples volúmenes publicados. Habría que presumir más de nuestras libretas. No hace falta ser escritor para ello. Muchísimas profesiones no existirían sin libretas. Periodistas, editoras, médicos, comerciantes, meteorólogas, químicos, músicos, realizadores, pintores… Somos nuestras libretas. ¡Vivan las libretas, hostia!

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