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Volver a fumar

Ser otro constituye un sueño viejo que permite fantasear con alguien mejor, que lleva una vida más emocionante, sin rutinas



En alguna etapa de nuestra vida, tal vez cuando estamos en un atolladero perfecto y queremos hacer algo para abandonarlo y no nos sale, casi todos acabamos por pensar, en silencio y fugazmente, qué ocurriría si fuésemos otra persona, y no nosotros. Eso nos sacaría en efecto de nuestro atolladero. A cambio, no sabríamos a dónde nos conduciría. Ser otro constituye un sueño viejo que permite fantasear con alguien mejor, que lleva una vida más emocionante, sin rutinas, que no debe afrontar los problemas que nos atosigan cada día a los demás.

¿Es posible reinventarse, cortar abruptamente con lo que has sido, y convertirte en una persona nueva, irreconocible, que empieza desde cero, sin su pasado aplastándolo como una pared recién derrumbada? Seguramente no. Si no estuviésemos conectados por miles de cables a otros individuos, que a su vez se conectan a otros, y que vuelven imposible evadirse de esa red, sería fascinante ser otra persona cuando nos aburriésemos de ser la que somos. Llegaría el año nuevo y expediríamos un carné con nuestra nueva identidad, en el que aparecería el nuevo domicilio, y el nombre de los nuevos padres. Entre los mil recados que tendríamos que hacer durante los primeros días se encontraría llamar a los nuevos amigos, para conocerse y empezar a establecer bellas costumbres, como salir a mamarse los martes, en lugar de los jueves. En la nueva ciudad, bajo un nuevo nombre, ya no serías del Atlético de Madrid, por ejemplo. Puesto que ahora vives en Baltimore, y ahí nadie sabe qué es el fútbol, te corresponde actuar como un aficionado de los Orioles, el equipo de béisbol de la ciudad. Te gusta ir con tu hija. En efecto, ahora tienes una hija, te has divorciado tres veces, y diriges una empresa de limpieza a escala interestatal, responsable de mantener relucientes las cristaleras de los rascacielos más altos del país.

Dejar el tabaco me había convertido en otra persona, que era algo que yo no quería



Cuando no te apetece ir a trabajar, coges un avión y te presentas en Malibú, donde tienes una pequeña casa al lado de la playa. La vida te sonríe hasta que un día te empieza a doler un brazo, y en el hospital te descubren un cáncer de pulmón. En ese minuto decides que quieres ser otra persona. La vida no es esto, por supuesto. En ella no puedes abandonar tus márgenes, y los días se caracterizan por la búsqueda, a menudo sin querer, de problemas y más problemas, ante los que improvisas una solución y otra, hasta que alcanzas un período de tranquilidad, víspera de nuevas dificultades y escapatorias. Ello no impide, sin embargo, que puedas reinventarte y empezar otra vez desde el principio, sin abandonar tu nombre, a tu pareja, familia, amigos y, sobre todo, a tu club de toda la vida.

Hace seis meses conocí a un editor que me contó que, de la noche a la mañana, canceló su número de teléfono, arrojó el móvil a la basura, cerró su cuenta de twitter, y eso le cambió la vida, porque pudo volver a ser el de siempre. Me recordó al día que dejé de fumar por primera vez. Le aboné doscientos euros a un señor que me ayudó a olvidarme para siempre del tabaco. Yo temía un proceso dolorosísimo, dramá- tico, que abriese un boquete en mi vida personal, pero tal y como me prometió en la primera consulta, dejar el tabaco fue sencillo, instructivo y hasta cierto punto divertido. Me entregó un diploma y regresé a casa con un hueco en el bolsillo, en el que ya no estaban ni el mechero ni la cajetilla de Chesterfield, de los que los pantalones ya tenían la forma.

La única objeción que descubrí en todo aquel proceso es que me había vuelto loco. Mis amigos me notaban irascible, tajante y tosco, mientras yo me sentía feliz. Por si fuera poco, no volví a escribir una línea. Prefería salir a correr. Incluso me apunté a un curso de jardinería. Había hecho un mal negocio. Así que volví al tabaco. Aquella pequeña decisión, consistente en dejar de consumir 20 o 30 cigarros por las buenas, me había convertido en otra persona, que era algo que yo no quería. Hay que ser muy cuidadoso, porque sin querer también puedes reinventarte.

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