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La segunda reconversión

Solo la intervención pública vía reducción de costes amortiguará el fin de ciclo industrial

UN ingeniero ferrolano que había trabajado en los astilleros de la ría antes de la Guerra Civil emerge entre las tinieblas como nombre propio estos días en Galicia, en plena convulsión industrial. La llegada de Endesa a As Pontes y Alcoa (antes Inespal, heredera de Alugasa) a San Cibrao, e incluso la historia de Hijos de J. Barreras y su actual preconcurso de acreedores o la mismísima Ence en Pontevedra, han tenido a lo largo de los años un mismo padre intelectual. No es otro que ese ferrolano, Juan Antonio Suanzes, dos veces ministro de Industria con Franco y creador y durante más de veinte años al frente del Instituto Nacional de Industria (Ini), hoy la Sepi de la maltrecha Navantia.

Suanzes fue la encarnación, en palabras del catedrático Xoán Carmona, del ideal autárquico y desarrollista del franquismo. Sin él no se puede entender ese proceso de industrialización tardía de Galicia, siguiendo con el mismo autor. Bajo el paraguas de lo que se podría calificar ya como segunda reconversión industrial se refugian actualmente empresas que han tenido vida al abrigo del sector público y el propio Ini (Endesa, Inespal, Barreras, Ence...) y que fueron privatizadas en los años noventa por el estrenado Gobierno de José María Aznar. Unas a través de ventas directas. Otras, mediante colocaciones en Bolsa. Todas acabaron en manos privadas. En síntesis, hay un pasado común entre los protagonistas de las distintas crisis industriales que asoman ahora por Galicia.

Si tras la entrada de España en la Comunidad Europea llegó la primera reconversión, que golpeó a la siderurgia y al naval, sobre todo, es ahora la industria pesada (y contaminante, hay que subrayarlo) en su sentido más amplio la que está en jaque. En los ochenta, apertura al exterior y reconversión fueron sinónimos. Ahora, es la estructura de costes y la falta de competitividad lo que marca la agenda de las grandes empresas y ayuda a entender (nunca a justificar) sus decisiones. En todo ello tiene un peso determinante la historia más reciente, la de los diez años de una crisis nunca vista en España, y las reformas energéticas activadas para aliviar el déficit de tarifa (déficit público, al fin y al cabo) que han resultado demoledoras. Cierra el círculo la falta de Gobierno en estos momentos. Ni interlocutor ni legislador. La tormenta parece perfecta.

En la primera reconversión, España logró arrancar de Bruselas toda una batería de cláusulas de salvaguarda para proteger a su industria, que para muchos analistas resultaron a la postre insuficientes. Entonces, Eduardo Punset, antes economista que divulgador, se preguntaba hasta qué punto esas cláusulas eran un freno al cambio o un intento por retrasar la reconversión que la llegada a Europa debía suponer. Punset hablaba en ese momento del aprendizaje necesario para manejar ese período transitorio que afectó a algo menos de la mitad de la población activa en España. Y es esa la piedra angular en la que volvemos a tropezar ahora, esta vez encarnada en una transición que parece no existir pero a la que cualquier responsable público debe apuntar para tomar decisiones, incluida (lo dice el nombre) la ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, actora determinante en la política industrial reciente de este país.

Y, sobre este tapete tan deshilachado, vuelven a converger las soluciones para aminorar y reconducir, nunca resolver, las crisis que, concretamente, golpean comarcas enteras del norte de Galicia. Un dato: el 75% del tráfico del puerto de Ferrol pasa por el carbón de As Pontes y la bauxita y la alúmina para San Cibrao. Es el colapso.

Tanto en un caso como en otro, Alcoa o Endesa, el recurso está en intervenir en sus costes, sea a través de un estatuto de la industria electrointensiva para abaratar la factura energética en San Cibrao, o en rebajar la fiscalidad de As Pontes, e incluso doparla a través de los pagos por capacidad, asunto que resulta clave ahora. Básicamente, esos pagos son una forma de remunerar a las eléctricas para que mantengan una capacidad excedentaria de generación con vistas al futuro, que en este caso eran diez años. En otras palabras, un plus por su disponibilidad, en la misma línea que las subastas de interrumpibilidad. Y la solución a todo esto está en Madrid y en Europa.

Galicia puede afrontar la reconversión que llega, por ejemplo la eléctrica de carbón, teniendo claro que en la UE todavía operan 280 centrales que usan lignito, especialmente en Alemania y Polonia. De las diez más contaminantes, siete son germanas. Por tanto, cambio, sí, que parece sin vuelta atrás, pero con red: una transición y recursos. Estamos ante el fin de un ciclo que puso en marcha el ferrolano Suanzes.

As Pontes, la biomasa y la realidad

LA mayor planta de biomasa de España, y una de las más grandes del sur de Europa, acaba de conectarse a la red eléctrica hace poco más de una semana. Se trata del complejo que Ence ha levantado en Huelva sobre parte de las instalaciones de la antigua celulosa. No llegan a cincuenta los megavatios de potencia instalada que tiene la planta de biomasa, a la que le ha salido un competidor en Galicia, la fábrica de Teixeiro promovida por Greenalia, todavía en ejecución. Serán otros cincuenta megavatios.

Esa es la realidad de la biomasa en nuestro país. Es por ello que alentar la conversión del complejo de As Pontes hacia la explotación eléctrica basada en los recursos forestales resulta un pelín audaz sobre este escenario. Por un motivo: la potencia instalada de la térmica de Endesa se va a los 1.400 megavatios, que viene a superar la de cualquier central nuclear convencional en España si se dejan al margen las que tienen dos grupos (Ascó en Tarragona y Almaraz en Cáceres). Bienintencionadas son las propuestas alternativas, sin duda, ante el escenario que se avecina, pero siempre sobre la base del realismo. En sus mejores momentos, en la década de los noventa, Endesa aportaba desde As Pontes el 6% de toda la electricidad que se consumía en este país.

Todo se complica un poco más al contemplar cómo la propia Endesa no acierta con sus proyectos alternativos a otros cierres, como los de Compostilla (León) y Teruel. El grupo italiano se compromete con planes alternativos, pero de momento el único negocio que atisba es el propiciado por su propio desmantelamiento. En esto hace falta actuar a corto y pensar a medio plazo.

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