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La abstención marcó las elecciones al primer Parlamento de Galicia

Albor creía que podría seguir en la clínica por las mañanas y hacer de presidente por las tardes

SEÑOR DIRECTOR:

Por vez primera en la historia los gallegos pudieron elegir hace cuarenta años una cámara de representación, un Parlamento propio. Fue el 20 de octubre de 1981, un martes. Recuerdo aquella jornada, que amaneció gris otoñal, como falta de todo entusiasmo en las calles y en los colegios electorales. Lo confirmaron los datos de baja participación. La ocasión para mostrar el deseo de autogobierno, reflejó en la baja participación la indiferencia o el alejamiento del electorado.

Nadie fue capaz entonces de imaginar y dibujar ante la ciudadanía lo que luego vino, lo que hoy es la realidad autonómica, sus instituciones y organismos. El doctor Fernández Albor, candidato de Alianza Popular (AP) y primer presidente autonómico, pensaba que seguiría trabajando en la clínica por la mañana y por la tarde "iría a la Xunta, en lugar del ir al aeroclub". Creo que ahí tiene usted la percepción que había de lo que venía. Me atrevo a apuntarle que a lo mejor la dimensión de hoy, para la economía del país, también pudo haberse multiplicado hasta el exceso. Es otra historia.

MxLa campaña de las primeras elecciones como la del referéndum del Estatuto estaban muy lejos del espíritu de los mensajes, y diría que el sentimiento general que se traduce en los resultados, de junio de 1936. "Votar o Estatuto é votar porque nos gobernemos nós. Leises galegas. Nadie sabe do noso máis que nós". Son mensajes de la cartelería del 36. Quienes en principio se supondría que estarían ahora interesados en movilizar el país en favor de "leis galegas", aunque fuese un primer paso, se pusieron de lado. Descalificaron el proceso o se distanciaron.

De aquellos polvos hubo y hay todavía lodos en la política gallega. El bochornoso espectáculo del traslado de los restos de Castelao a Galicia es una muestra. La ocasión para una afirmación unitaria de país fue división, pretensión de deslegitimación y un rechazo a las propias instituciones democráticas de Galicia.

La defenestración de Antonio Rosón marcó el inicio del final de la poderosa UCD gallega

El interés y la atención mediática del 20 de octubre llegó cuando se conocieron los resultados. Las escaleras para el acceso a las instalaciones de TVE en Raxoi se llenaron de periodistas, curiosos y políticos diversos.

El "estate por aí que xa te chamarei" con que Calvo Sotelo había despachado la oferta de "mayoría natural" de Fraga se le volvió en contra. Le sucedió también a José Quiroga, el candidato de UCD a presidir la Xunta. El individualismo de las baronías de la UCD y la desvergonzada injerencia del partido desde Madrid habían colocado a este médico de A Rúa, sin peso ni personalidad política, al frente de la preautonomía. Una tarde-noche en la madrileña calle de Cedaceros, sede central de la UCD, se cargaron a Antonio Rosón por su veleidades autonomistas y galleguistas. Algunos aún lo desprecian. El oficiante de la ceremonia —dictada la sentencia previamente— de la marcha atrás autonómica, con los ucedeos gallegos presentes y caladiños, fue Rafael Arias-Salgado. No tuvieron ni el decoro de formalizar el recambio en Galicia.

José Quiroga creía, y así lo decía durante la campaña, que era más fácil que el Amazonas cambiase su curso que una derrota de UCD en Galicia. Sucedió que ganó la AP del 'galego coma ti', con Fraga como reclamo, y el doctor Fernández Albor como candidato.

Cuando los periodistas —un síntoma: pocos— acudimos aquella mañana de hace cuarenta años a los colegios electorales no había movimiento. Los datos de una alta abstención confirmarían luego la percepción. Le cuento una debilidad sentimental. Me queda una foto con Diego Bernal, por Efe, y Lino Ventosinos, por la Ser, en un colegio de Santiago en el que votaban dos personalidades del galleguismo, Domingo García Sabell y Agustín Sixto Seco. Ocuparon un largo rato la puerta de entrada para atender a los periodistas. No molestaron a nadie que quisiese entrar. La participación del electorado, el 46,3%, no refleja, como le decía, entusiasmo ciudadano con un hecho histórico. El fantasma de la abstención, con peores porcentajes todavía, ya se había mostrado meses atrás en el referéndum del Estatuto. Entonces fue del 28,1% . Nada que ver con las cifras oficiales del plebiscito de junio de 1936, 74,5% de participación y 99,24% de votos a favor de la autonomía de Galicia.

Se podría concluir que 45 años después los gallegos no estaban interesados por la autonomía. Algo se hizo mal. Y no hubo interés en movilizar. La propia campaña de UCD en el poder en Galicia y en Madrid lo mostraba. Aparecían divididos y sin el menor entusiasmo autonomista. Paracaidistas de Madrid, como José Ramón Caso que luego se iría con Suárez al CDS, marcaban mensajes y ritmo de campaña. No fue así la campaña de AP, con el reclamo del "Galegos coma ti" que se tradujo en votos. La descalificación que de todo el proceso autonómico hizo el nacionalismo político también puede ser elemento a contemplar a la hora de ver la frialdad ante un hecho histórico. Se colocaron en frente o no se implicaron quienes podrían buscar un mensaje de una Galicia que quería autonomía, autogobierno. Esa demanda habría que buscarla, como en el 36, en una alta participación.

La abstención del electorado gallego fue asunto que llenó páginas, estudios académicos y análisis diversos. La propensión abstencionista es una "característica diferencial" del electorado gallego. En la simpleza de algunas opiniones, le aseguro a usted que se llegó a la estigmatización de los gallegos. La alta abstención era una muestra de atraso y desafección del electorado con el sistema democrático. Argumentos que valían igualmente, con el recurso al caciquismo, para explicar el predominio del voto a las formaciones de centro derecha.

El "cambio del cauce del Amazonas" se llevó por delante a la UCD —fue el detonante del fin de un partido de circunstancias—. Había cumplido su papel. Con un 27,8% de los votos y 24 escaños se vio superada por el 30,5% del apoyo que recibió Alianza (26 diputados). El PSOE, con Francisco Vázquez como cabeza, quedó como tercera fuerza, 16. El BNG, con PSG, obtuvo tres diputados. No ocuparon sus escaños al negarse sus diputados al juramento o promesa que incluye acatar la Constitución. Antonio Rosón presidía el Parlamento cuando fueron expulsados. El PC, con Ánxel Guerreiro, y Esquerda Galega, con Camilo Nogueira obtuvieron representación.

UCD, con la maquinaria de poder del franquismo que se apuntó al reformismo de Suárez, triunfó en Galicia en las generales de 1977 y 1979. Era el poder, o la continuidad del poder si se quiere, hasta este momento de 1981. Los dirigentes de la UCD gallega y los cargos instalados en la Xunta preautonómica se resistieron a aceptar la realidad de que era Albor, el candidato de AP, quien tomaría posesión como presidente en San Domingos de Bonaval, en el panteón de gallegos ilustres, hoy casi olvidado.

De usted, s.s.s.

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