Señor director:
¿Tenía que haber dimitido el primer ministro portugués António Costa ante la información inicial sobre los presuntos casos de corrupción que saltaron esta semana en el país vecino? Es un interrogante abierto en algunos medios portugueses. La pregunta no es ajena a polémicas no muy lejanas, y repetidas en este país nuestro con políticos y juzgados. Cuándo toca dimitir y cuándo toca mantenerse frente a la polémica que pueda suscitarse. Lo de alarma social admitamos que puede ser una falacia con frecuencia.
Adâo Carvalho, presidente del Sindicato del Ministerio Público, asegura que la primera sorprendida –"foron apanhados de surpresa"- por la dimisión del primer ministro portugués fue tanto la Procuradora Geral de la República como el procurador que lleva la investigación judicial por presuntas corrupciones y tráfico de influencias.
Costa es abogado y fue ministro de Justicia por tanto, argumenta el presidente del Sindicato, sabe que ante indicios de un crimen hay que abrir una investigación. De ahí no se deduce, en ese estado inicial, que haya que dimitir. No lo entendió así el primer ministro socialista. Qué llevó entonces a António Costa a dimitir. Si nos atenemos a sus declaraciones al anunciar la dimisión, la explicación es la personal visión de que «la dignidad de las funciones del primer ministro no es compatible con ninguna sospecha sobre su integridad». La sola sospecha es causa de dimisión. Podría entenderse, señor Director, que Costa hila muy fino, mucho más que en las polémicas y debates que en España hemos visto. De esas palabras de António Costa tanto se pudiera deducir que sobre el primer ministro no puede caer ni la sospecha, que se sitúa por encima del bien y del mal, como se pudiera interpretar que ante una mera sospecha, sin más fundamento, al político con la responsabilidad de gobierno le toca la retirada. Es, ciertamente, hilar muy fino. Y apropósito, solo en un caso he visto en los medios portugueses la duda sobre intencionalidad política en la actuación judicial.
Le contaré algo más que he leído y oído estos días. Abundan en Portugal las opiniones de que el caso de presunta corrupción, bautizado como ‘Influencer’, va a tener poco recorrido judicial, por lo menos en lo que respeta al primer ministro dimisionario. Esos mismos medios mantienen que en pocos días, en lo que respeta a António Costa, la investigación judicial acabará archivada. No hay materia, eso dicen, más allá de doce referencias a su nombre en las escuchas telefónicas. El propio presidente de la República, Marcelo Rebelo de Sousa, en el discurso que dirigió esta semana a los portugueses sobre la crisis abierta con la investigación judicial y la dimisión del primer ministro, mandó a la parte judicial el mensaje de que esperaba un rápido y eficaz trabajo que aclare la situación pronto.
Pero puede haber otra explicación para la dimisión de Costa. Además de que alguna de sus amistades, que aparecen implicadas en este caso y fueron detenidas, son calificadas de peligrosas, hay una decisión personal previa. El titular de Infraestructuras, Joâo Galamba, al que algunos califican de «ministro tóxico», presentó la dimisión en mayo en una polémica crisis en la Tap, la compañía aérea portuguesa, -indemnizaciones dudosas- y que originó varias dimisiones. Costa entonces no aceptó la dimisión del ministro frente al criterio del presidente Rebelo de Sousa. ¿Tenía más información Rebelo que Costa sobre Galamba? Y Costa entonces, en un gesto que podría interpretarse como soberbia política, ligó su futuro, retirada incluida, al del ministro Joâo Galamba. Como en aquel «un dos por uno» que dijo González en España. El ministro sí está imputado ahora en la investigación judicial con origen en el litio, el hidrógeno y un Star Campus fallido en Sinis. Si fuese la palabra dada el argumento para dimitir, Costa no olvidó el compromiso como hizo González. Pero el ministro Galamba no se va. Aseguraba el viernes en la Asamblea Nacional, a donde fue a informar sobre los presupuestos para el próximo año, que no piensa dimitir. La permanencia o no de este ministro en funciones, Rebelo de Sousa lo deja en manos de Costa. Hay que seguir atentos.
Para contextualizar la retirada de Costa, puediera ser también ilustrativa una mínima pincelada sobre la situación socioeconómica y política con un gobierno con mayoría absoluta. El Portugal intervenido, de las congelaciones y los recortes, que visitaban los hombres de negro, como el de la ‘geringonça’, transitó, al menos hacia el exterior, de forma modélica. Esa imagen ya no se corresponde con el país de la mayoría absoluta del Partido Socialista de António Costa. En la mesa del gobierno se acumulan ahora los problemas, algunos con gravedad, como la sanidad.
En los últimos meses, señor Director, me sorprendió en las visitas a Portugal escuchar opiniones de malestar sobre la situación a taxistas, comerciantes o personal de servicios diversos. Le pondré dos ejemplos, un joven taxista me explicó con cifras la imposibilidad de contar con una vivienda en la ciudad de Porto. No le alcanzan sus ingresos. Cada día se va a casa de sus padres a un pueblo a unos treinta kilómetros. Este joven taxista hizo una afirmación que me encendió las alertas: las mayorías absolutas son malas. Y en el metro de la capital del norte, que une el centro con los extrarradios, una calurosa noche de verano, un albañil de mediana edad, padre de familia, que muy amablemente, como es norma en las gentes del país, nos ayudó a orientarnos, nos expuso su situación económica. No le quedaban horas ni para dormir. Habló de políticos y banqueros, y sin acritud alguna concluyó que «é tudo uma choldra». El salario mínimo será en 2024 de 820 euros y no veo grandes diferencias con España en el coste de la vida.
Las encuestas, decía el diario Público días atrás, no dan luz alguna sobre qué pueda suceder en las elecciones de marzo. Hay demasiados condicionantes pendientes.
De usted, s.s.s.