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Y dale con las banderas

Secesionistas y antiautonomistas coinciden en minar el diálogo
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SEÑOR DIRECTOR:

MX¿Hay voluntad de encauzar el problema abierto en Cataluña por el nacionalismo secesionista y por el uniformista antiautonomismo? La pregunta surge ante los intentos de hacer imposible el diálogo. Esta semana hubo coincidencia de ultranacionalistas en minar y descalificar una mesa de diálogo entre la Generalitat y el Gobierno de España. No parece que partes de un lado y otro del conflicto hayan aprendido lección alguna del fracaso que llevó a octubre de 2017 y a que el Gobierno se viese obligado a intervenir la Generalitat de Cataluña. A la vista de los resultados -choque frontal, que se negaba como posibilidad- ya casi nadie defiende la política que siguió Rajoy con Cataluña. Incluso las trescientas mil firmas de Casado contra los indultos parecen haberse extraviado. Tampoco, salvo por Puigdemont, exconvergentes y antisistemas, parece que el independentismo apueste ahora por la vía unilateral. Lo aprendieron de la experiencia anterior: la intervención por aplicación del artículo 155 de la Constitución, cárcel para muchos de sus dirigentes que, indultados, están inhabilitados, multas y cansancio-frustración en sectores afines de la sociedad catalana.

Racionalidad


En la busca de soluciones, posibles unas y otras no, el cauce es el diálogo. Se puede y se debe hablar frente a la ruptura de la legalidad o a las barricadas en las calles. La cuestión está ahí, enraizada en sectores de la sociedad catalana. No deja de existir por ignorarla o perseguirla, en lugar de darle oportunidad al diálogo. Hubo, algo que se ignora u olvida, históricas llamadas para ser integrados como tales, en la pluralidad, para ser escuchados dentro de España. El "Escucha España" de Joan Maragall es ya decoración. Hubo y hay expresiones de frustración por quienes se sintieron y sienten en "tierra de nadie", como Francesc-Marc Álvaro escribió de Gaziel (Agustín Calvet), "probablemente el escritor más inteligente que dio la derecha catalana" en el pasado siglo, según Josep Benet. Gaziel se preguntaba retóricamente en 1929, "¿seré yo español?". Concluía: "Yo me siento absoluta, profunda e indestructiblemente español: hijo de esas Españas que no son solo meseta, ni Goya, ni Felipe II, ni inquisidores, ni otras realidades semejantes, sino todo eso y mucho más que no ha sido, no es ni será nunca nada de eso". Escuchando esta semana a unos y otros, y créame usted que no quisiera transmitirle pesimismo, todavía hoy la posición de Gaziel aparece como una utopía inalcanzable.

La confrontación abierta, la negación de cualquier razón en el otro, afloró de nuevo ante la celebración de "la mesa" entre el Gobierno y la Generalitat, la parte de Esquerra. Una estrategia que pretende hacer imposible el diálogo y que lo pudieran rentabilizar Pedro Sánchez y Esquerra Republicana. Unos y otros opositores en el secesionismo o en el nacionalismo madrileño priman el objetivo electoral frente al trabajo por la salida al problema. Quieren aparecer como la esencia del nacionalismo secesionista o españolista. Lo evidenciaron quienes le llamaron traidor a Junqueras en la Diada. Del otro lado, y con el mismo interés de hacer inviable el diálogo, trabajó el nacionalismo uniformista de la derecha. Se aplicaron intensamente los medios madrileños en esa línea político-editorial. Agotaron las descalificaciones -"humillación"- frente a la escenificación de diálogo entre Sánchez y Aragonès.

Un artículo de Juan Carlos Girauta -"La mesa esa"- en Abc deja en evidencia que Ciudadanos ni hubiese intentado formar gobierno en Cataluña cuando fue la primera fuerza política: no tienen más propuesta que la negación de la pluralidad. Hay, señor Director, en estas refriegas un autoproclamado constitucionalismo, dejémoslo como presunto, que no reconoce ni garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que figura en el artículo 3 de la Constitución.

Guerra de pendones


A unos les molestó hasta el exceso que el presidente del Gobierno expresase una señal de respeto ante la bandera de Cataluña, al fin y al cabo una enseña de una comunidad autónoma, legalmente reconocida como tal -la bandera y la autonomía-, que forma parte de España. Cabría suponer que en la defensa de la unidad de España habría interés en que esa enseña catalana se sintiese integrada en España. Otros, en el otro lado, tuvieron la ocurrencia de retirar la bandera de España del escenario en que se iba a producir una comparecencia del presidente de la Generalitat. La bandera española estaba allí porque acaba de intervenir el Gobierno de España. ¿Le molestaba o resultaba un problema para el señor Aragonès, presidente de la Generalitat? Seguramente que no se les ocurriría esta auténtica majadería -y falta de respeto- si la visita fuese del mandatario de otro país. No retirarían la bandera de EE.UU., Israel o Rusia para la comparecencia del presidente de la Generalitat si la visita al Palau de la Generalitat fuese de un mandatario de cualquiera de esos países. Lucirían orgullosos la senyera al lado de las barras y estrellas o del azul y blanco israelí, con Pere Aragonès ante los medios. Miremos atrás, ni Trillo ni Aznar tuvieron la sensibilidad de acoger las banderas de las nacionalidades y regiones por la inmensa de España, que luce en la plaza de Colón en Madrid.

En el cabreo subido de tono de los medios de la derecha madrileña por la inclinación de Pedro Sánchez ante la bandera catalana -"Pedro Sánchez se parte el espinazo"- y en la provocación mal educada hacia el visitante y hacia el conjunto de los españoles con la retirada de la enseña española para la intervención de Aragonès tiene usted, señor Director, los niveles de irracionalidad y pasiones en los que se mueve el conflicto del independentismo catalán.

No me atrevería a decirle si estas bobadas con las banderas son expresiones en sí mismas de sentimientos o reflejo de desencuentros racionales de mayor calado. Algún opinador radiofónico de la mañana criticó incluso que el señor Sánchez citase a Salvador Espriu y la "Pell de brau", conocida obra frente al franquismo. Con mimbres así poca esperanza hay.

De usted, s.s.s.

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