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Megafuegos

El cambio climático se refleja sobre la Acróplis ateniense con humo y silencio

SEÑOR DIRECTOR:

'Megafuegos' es una palabra que aparecía en el titular de un análisis que publicaba Le Monde esta semana. Responde a un fenómeno nuevo. Lo hemos conocido este verano: incendios de dimensión hasta ahora inédita devoran los bosques en varios continentes. El fuego que días atrás afectó a unas 20.000 hectáreas en Ávila es una referencia geográfica próxima del fenómeno que se produce tanto en los países mediterráneos como en el norte de Europa y América. Con incredulidad asistimos a mediados de julio a las informaciones de las altas temperaturas que se registraban en el oeste de Canadá y California y a los incendios que obligaban a desplazar poblaciones. Con asombro seguimos las inundaciones por lluvias torrenciales y desbordamiento de ríos en Alemania. ¿Qué sucede? Se acepta que la explicación radica en el cambio climático.

Permítame usted dos referencias a la Acrópolis ateniense, en silencio y oscuridad en pleno verano. Por las altas temperaturas que se registraban las autoridades decidieron cerrar la Acrópolis a las visitas de los turistas durante cinco horas centrales del día. El silencio dominaba en la Acrópolis y en su entorno, algo absolutamente insólito en agosto hasta el covid-19, como la oscuridad que provocó sobre ese punto de máxima atracción mundial de turismo el humo de los incendios que llegaron hasta la capital griega.

Novedad en el lenguaje

Si el lenguaje lo crea la necesidad y si refleja los cambios en la sociedad, entenderá usted que me haya quedado, por significativo de novedad y acontecimiento extraordinario, con, para mí al menos, este nuevo término: megafuegos. Algo de dimensión y efecto extraordinario que amenaza con convertirse en habitual. Las altas temperaturas, el aire seco y la falta de precipitaciones convierten los incendios en un riesgo real, más allá de la acción directa del hombre como causa. El desencadenante o el combustible que alimenta estos megafuegos es el cambio climático, según todos los análisis y opiniones. "El planeta ha entrado en una era de megafuegos", titulaba Le Monde el análisis al que me refería, con una impactante foto de una inmensa superficie arrasada por el fuego en Siberia.

Le hablaré a usted, como hice en otras ocasiones, de un indicador doméstico que observo en el centro de Galicia. El canal que bordea el prado donde paso algunas horas vuelve a estar sin agua este agosto. Ayer observé con tristeza que el cauce está reseco y agrietado como en esas imágenes que vemos cuando se habla de sequías y hambrunas en África. Hasta hace muy pocos años, por estas fechas veraniegas se podían ver las truchas en ese canal y escuchar por las noches todo un concierto de ranas. Es la aceleración del cambio en pocos años lo que me lleva a presentárselo a usted como una muestra doméstica de algo global. También aquí en este prado del interior de Galicia se hace el silencio de la fauna, secan los rosales y las pestes aniquilan los árboles ribereños, con unas políticas sancionadoras para la limpieza y plantación de reposición que entenderán únicamente en los despachos de Santiago, Madrid y Bruselas y en los conciliábulos de los ecologistas de salón y subvención.

Qué puede hacer el ciudadano de forma eficiente, sin liturgias ideológicas, para reducir los efectos negativos

Frente a los negacionistas del cambio climático, al modo Trump, la realidad de este verano es terca. Tanto las altas temperaturas, con un mes de julio con máximas nunca registradas, como las proyecciones que se conocen -los cincuenta grados pueden alcanzarse en varios puntos de la península Ibérica- desatan las alarmas.

La atención por el cambio climático no es en este caso una serpiente informativa de verano, un recurso para atraer -o distraer- la atención. El verano actual aporta titulares sin necesidad de hablar del tiempo como recurso de encuentro en el ascensor. Es la realidad que lo convierte en noticia. El plural interés informativo se multiplica incluso en pleno ferragosto: la retirada de Afganistán, sus consecuencias y la gestión de las repatriaciones; la próxima desaparición de Angela Merkel en el escenario alemán y europeo sin que se vea la figura que cubra su papel en Europa; los precios de la luz nunca vistos, que vacían los bolsillos de los consumidores de una Galicia con embalses, que anegaron valles fértiles, y que apostó como ninguna otra zona por las vía eólica; la continuidad de la pandemia que cobra vidas, o ya, para aterrizar en la política gallega, las eternas luchas en el seno del socialismo.

Cambios y responsabilidades

¿Es la acción del hombre la principal causa del cambio climático? Qué dimensión y qué consecuencias tendría para la economía y para la calidad de vida de las personas la adopción de medidas eficientes en el objetivo de reducir drásticamente los gases de efecto invernadero, las emisiones contaminantes o la deforestación. Con o sin carga ideológica, y más allá de lo simbólico, qué podemos hacer las personas individuales para contribuir a desacelerar este proceso. Qué grado de prioridad deberíamos exigir en la agenda de las clases dirigentes. Que no se me olvide, ¿hasta dónde estaríamos dispuestos a aceptar los cambios que en ese objetivo afectarían de forma importante a nuestro modo de vida? El cierre de las centrales térmicas, como vemos en Galicia, tiene efectos sin que se haya ofrecido alternativa para el empleo y las consecuencias negativas en comarcas como As Pontes.

Al hablar, como hacía con valentía el papa Francisco en 2015 —"Laudato si" sobre la necesidad de cortar la obsolescencia programada en bienes de consumo masivo, algo que solo se explica por el afán incontrolado de acumular riqueza por unos pocos, habría que presentarnos a los profanos las consecuencias sobre el empleo y la marcha de la economía en la que estamos instalados, y qué políticas y economías alternativas corregirían el frenazo. Y, por citar el chuletón de Pedro Sánchez ante la invitación a reducir el consumo de carne por el ministro Garzón, habrá que presentar a la ciudadanía el impacto de los cambios en la producción agroganadera intensiva para el precio y consumo y para el acceso general a los alimentos.

Pretendía decirle, señor director, que el mal está ya presente y visible. Y frente al dominio de relatos dramáticos sobre el pasado y la actualidad aparece una urgencia de cambio que se ocupe de qué podemos y debemos hacer los individuos para contribuir a frenar de hecho el avance del desastre y, sobre todo, que se estudien y apliquen políticas globales de cambio con información veraz sobre la fuerzas de intereses de resistencia y con alternativas frente a los impactos negativos en empleo y economía. Puede ser utopía pero es urgencia, como avisó alguien tan poco sospechoso como Macron.

De usted, s.s.s.

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