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El movimiento conserva

La monarquía británica es cosmética que cumple un papel para la estabilidad

SEÑOR DIRECTOR:

En la carta de la pasada semana le citaba a Gorbachov y en esta es obligado hacerlo de Isabel II. Hasta la bandera de Cuba estuvo a media asta desde las seis a las doce de la mañana del pasado viernes. Había duelo oficial en la isla caribeña por la muerte de la reina de Inglaterra. Con Gorbachov se fue la URSS. Isabel II asistió a la desaparición del Imperio británico. Commonwealth es un sucedáneo. Con estos dos personajes se va un tiempo. Si usted prefiere, es el adiós definitivo al mundo de la segunda mitad del siglo XX.

Blog de Lois Caeiro. MX
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Le cito el detalle de Cuba como indicativo de la dimensión mundial y por encima de ideologías de la popularidad de la Reina. Así, sin más, Reina, sobre todo después de ‘The Queen’ y ‘The Crown’, que tuvieron inesperadas audiencias millonarias. Isabel II resulta familiar globalmente. Con la referencia a Cuba no seré yo quien pretenda contradecir al ABC cuando criticó editorialmente a Ayuso y a Moreno, presidentes de Madrid y Andalucía, por decretar luto oficial autonómico. La verdad es que la medida suena a una sobreactuación más de la presidenta madrileña. Se pongan como se pongan sus entusiastas, a esta señora le vale todo. Sorprende en el presidente andaluz —nos habían dicho que era un político serio—, salvo que se haya incorporado al todo vale para darle estopa a Sánchez. Un toque ridículo sí puede verse en esos lutos en unas autonomías de las que desconocemos cualquier lazo singular y extraordinario con Inglaterra. Puestos así, podrían haber decretado luto en cualquier municipio de A Mariña luguesa, por cuestiones de vecindad, o en Ferrol, adonde Torrente Ballester recordaba la normalidad hasta la guerra civil de las visitas de los barcos de la Armada inglesa.

En el jubileo por los setenta años del reinado de Isabel II, una destacada figura del periodismo —permítame que me calle el nombre por aquello de que no nos pisemos la manguera entre bomberos— escribió que no entendía la atención que se le prestaba en España a la familia real inglesa ni el interés de las audiencias. El opinador habrá encontrado ahora la respuesta: el mundo entero sigue de forma casi ininterrumpida, sin que sea necesario conectarse a la BBC, las noticias que genera la muerte de Isabell II. Valoramos la solemnidad, la pompa, la liturgia, como la que ofrecía ayer la proclamación como rey de Carlos III. La austeridad no se contrapone a lo solemne.

La monarquía británica es pura cosmética desde 1911, sostiene el economista Piketty. Pero, digámoslo todo, una cosmética brillante, solemne y que con Isabel II cumplió un papel para la estabilidad y unidad. Cohesiona una sociedad. Fue, también se ha dicho estos días, además una monarca global. Era indicativo observar el viernes las portadas de las ediciones en papel de la prensa de diferentes países. Este periódico publicó una buena muestra. La foto se repetía: un primer plano de la cabeza coronada de Isabel II. BBC World, por cierto, en las referencias a la repercusión en el mundo de la muerte de Isabel II ofrecía una composición de portadas de periódicos españoles, que la situaban como foto y primera noticia de portada. 

Hay una cita de Thomas Piketty que le hacía y que me permito subrayarle. Puede interpretarse desde España. Le hablo de lo que el economista escribe en Le Monde de este fin de semana con la referencia a la crisis del ‘People’s Budget’. Desde 1911 la monarquía británica es pura cosmética, sostiene. El reformismo social —seguro de desempleo, por ejemplo, planes de desgravación a las parejas con hijos— que impulsan Lloyd George y un joven y liberal Churchill para afrontar el impacto en los menos favorecidos por una crisis económica necesita recursos, presupuesto extraordinario. En el proyecto figuran medidas como un canon para los campos en barbecho, sobretasas para las personas de más ingresos, tributos por sucesiones y donaciones a partir de un millón de libras. El presupuesto se aprueba finalmente por los Comunes. Supuso la pérdida de privilegios fiscales y de poder para la Cámara de los Lores. Sigue la monarquía cosmética, tras la ‘guerra de los descamisados’, que Churchill vio anticipadamente.

Churchill dice entonces que las medidas son síntoma de la evolución social, ‘del progreso de las tesis de la Democracia Conservadora’. Ese período 1909-1911, como otros, muestra que el respeto a las tradiciones y que incluso en el conservadurismo inglés hay ‘evolución social’. 

Me van a permitir usted y Juan Méndez otra mínima referencia a Churchill para despedirme. «Ni aun recorriendo el mundo entero en busca de una estrella habrían podido los cineastas del globo encontrar a nadie tan adecuado como ella para tan crucial papel», comentó Churchill a su médico de cabecera, lord Moran, tras un encuentro con la Reina. La cita la recoge Andrew Roberts en la monumental biografía (‘Churchill. La biografía’. Crítica) que le dedicó al histórico político inglés. Ahí también encontramos el testimonio de que en las audiencias entre la Reina y el primer ministro se escuchaban con frecuencia ‘relámpagos de risas’ fuera de la sala. Churchill había detectado muy pronto ‘luces prometedoras’ en la que sería reina. Le propuso al rey Jorge que le diese el título de Isabel, princesa de Gales, al cumplir los 18 años. El padre rechazó la idea. Juan Méndez, se lo citaba a usted unas líneas atrás, publicó en la edición digital de este periódico un bonito artículo, con un título que lo decía todo: ‘Churchill, el primer ministro de Isabel’. Exactamente. Cuando se va, la Reina le escribe de su puño y letra una carta que encabeza como ‘Mi primer ministro’. Y es la Reina la primera que entra en el templo, contra todo protocolo, para asistir al funeral de Churchill.

De usted, s.s.s.

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