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Testimonios de la ficción suprema

El sentido y esperanza para la vida no se encuentran en vía única

SEÑOR DIRECTOR:

Hablar de Dios, de la religión o de la Iglesia es meterse en un pantano. Le escribo después de leer a Álvaro Pombo en ‘Un asalto a la idea de Dios’*. Cuenta lo "vivido y pensado en primera persona del singular". Es una suma de experiencias personales y el aporte de un selecto equipaje intelectual, hecho en el dominio y la belleza del lenguaje que disfrutamos en su poesía y en su narrativa. Hablar de ‘ficción suprema’, título que me parece expresivo y bello, no equivale a falsedad, mentira o engaño. Dios, dirá al final el autor, es la ficción suprema pero "no es, sin más, solo eso".

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La realidad presenta más planos que lo que se pueda masticar. El amor es real, existe aunque sea la suprema fantasía (Shakespeare). Real es la experiencia poética: un ir más allá de sí, rompe los muros temporales para ser otro, como explicó Octavio Paz. Real es la vivencia y la experiencia que transmite en sus diarios y en sus escritos Thomas Merton, el poeta trapense estadounidense. En su busca de la plenitud absoluta en Dios no había cegado la vía del amor-pasión que apareció en el hospital. En la lectura de Merton se siente la belleza, la plenitud. O real es para el espectador o lector el relato que vemos en la pantalla o construimos en la lectura.

Poesía, pasión amorosa y religiosidad aparecen siempre entrelazadas, sostiene Pombo. Tomo tres ejemplos "del poder inventivo del amor". Cernuda: "Bien sé yo que esta imagen/fija siempre en la mente/no eres tú, sino sombra/del amor que e n m i existe/ antes que el tiempo acabe". Sigo con Machado: "No prueba nada,/contra el amor que la amada/no haya existido". Y termino con Shakespeare: tan lleno de fantasías es el amor que el amor es por sí solo preminentemente imaginativo. Pombo, por supuesto, toma en inglés la cita de ‘Noche de reyes’. También el hombre absurdo de Camus que vive sin "el consuelo de la religión" puede adoptar la forma de un amante (Bronner).

Regreso al hilo inicial de la experiencia religiosa. Hay espacios y momentos en los que se experimenta una emoción poética y religiosa. Es la vivencia del misterio que nos fascina. Es el encuentro con ‘Lo santo’, la clásica obra de Rudolf Otto. No es el encuentro con el hechicero que pudiera sugerir la portada de la edición en Alianza; no sucedía así con la de la Revista de Occidente. Las experiencias poético-religiosas, creyentes o no, no se confunden con lo mágico, lo supersticioso o lo totémico o con la busca de consuelo.

Abrirse o vivir la experiencia religiosa no implica que se le deje a la religión el monopolio de satisfacer la sed de sentido de la propia vida o para el mundo, como teme la filósofa Corine Pelluchon. Quien la experimente o la busque tampoco habrá de renunciar a esos asideros —no consuelos— que den sentido a la propia existencia. Salvo quien se cree con el monopolio de toda verdad, como sucede con los fundamentalismos religiosos, incluido el católico, propondrá una única vía para satisfacer la sed de sentido.

Le escribo después de haberme encontrado también con ‘Creer de otra manera’ (Sal Terrae), unas cuarenta páginas de Andrés Torres Queiruga. Le apunto igualmente el recorrido, durante el confinamiento de la primavera de 2020, de ‘40 días con Dietrich Bonhoeffer’. Son tres obras absolutamente diferentes. No hay más relación entre las mismas que la coincidencia temporal para este lector que le escribe.

Nada tiene que ver el ensayo de la experiencia vital e intelectual de Pombo, con la propuesta de autoayuda, creo que se le podría calificar así al manual de reflexión, meditación y oración, construido por una editorial de los jesuitas, a partir de textos del teólogo protestante Bonhoeffer. Fue ahorcado por la Gestapo por su activismo dentro de Alemania en la resistencia frente a Hitler y el nazismo.

Abordar la idea de Dios y la experiencia religiosa como vivencia o ‘experiencia poética’, como hace Álvaro Pombo, exige valor. Hay una cita de Heidegger al inicio que da más significado al testimonio. "Hoy en día, el que por medio de una larga tradición haya conocido directamente tanto la teología de la fe cristiana como la de la filosofía, prefiere callarse cuando entra en el terreno del pensar que concierne a Dios". El poeta y novelista santanderino habla de la experiencia poética, la visualiza en la religiosa, y también de Dios. Me dejó desconcertado, por el autor o por mi incapacidad para imaginar y experimentar, el capítulo que dedica a los ángeles, aunque vengan de la mano de Rilke, o el de Lucifer. No esperaba encontrarlos. Igual que le digo que me pareció esclareedor para mis recuerdos el que dedica a la "no-devoción" a la Virgen María.

El preferir callarse, que dijo Heidegger, aún debe darse hoy. Recuerde usted a Hans Küng o, entre nosotros, al bueno de Andrés Torres Queiruga. Son dos prestigiosos teólogos que representan ejemplarmente una línea de estudio y diálogo para superar el desencuentro de la cultura religiosa con la secular. Los dos sufrieron la desautorización por "una institución sacralizada que tendió (tiende) a mantenerse fiel a las formas del pasado".

El conflicto estalló abiertamente con la Ilustración: en la filosofía, en la política o en la ciencia. Es el rechazo a la autonomía de la ciudad secular. La institución sacralizada convirtió en verdad inamovible el pesado ropaje ideológico que identificó el Antiguo Régimen y las cosmovisiones premodernas con la religión. Ocultaron las claves del mensaje de Jesús. Habría que ir incluso más atrás, como hace Carrère en ‘El Reino’, a los primeros seguidores de Jesús y a la incorporación de Pablo el converso.

Hubo y permanece una militancia política e ideológica de unión con el pasado, que incluye la intromisión y la beligerancia política. Son unidireccionales. Si esto es en nombre de dios ya sabemos lo que produce: intolerancia. Le diré igualmente que en la reacción pendular algunos se fueron al otro extremo: bendicen la revolución, ofrecen con su dios la ‘liberación’ política, económica y social, incluso con la lucha armada. Se sitúan igualmente en el dirigismo. Niegan la autonomía del ciudadano. Se lo diré gráficamente, sospecho tanto cuando bajo su ideología entrometen a Dios en las prácticas de la cama como en "orientarme" en lo que pueda introducir yo en la urna.

No sé si despedirme con un ¡con Dios! o con la cortesía habitual.

De usted, s.s.s.

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