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La decisión más importante

En el trámite de regulación de la eutanasia, que se abre camino en el Congreso, es necesario el diálogo ante la sociedad y la información
Lois Caeiro - Carta abierta al director

SEÑOR DIRECTOR:

La regulación legal de la eutanasia inicia su camino en el Congreso con la toma en consideración, 201 votos a favor y 140 en contra, de una iniciativa socialista. No hubo, que conozca, diálogos abiertos sobre esta cuestión que, pese a quien pese, es transversal en la sociedad. Las televisiones públicas en lugar de La Clave, que en los años de la Transición educaba y entretenía, o de la entrevista en profundidad optan por competir por la misma audiencia que alimenta el barullo tabernario de esa programación de gritos y famosos que embrutece. ¿Es necesario para esto que el Estado conceda licencias y que existan televisiones de titularidad pública? La respuesta es no.

Todos, por encima de las creencias o ideologías, nos encontramos en algún momento con los interrogantes del final de la vida

Creo que cumplo con la tarea de un periodista si le propongo algunos ejemplos que presenten algunas de las situaciones ante el final de la vida. Me permitirá por esta vez que incluya en algunos casos al ámbito personal, sin que implique exhibición de la intimidad. Es la experiencia vital de algunas situaciones que todos a lo largo de la vida nos encontramos. Momentos y angustias que se resuelven con la ayuda de profesionales de la medicina con sentido humanístico —ni son máquinas ni son tampoco dioses que juzguen a nadie— y con la cabeza y el corazón de los seres queridos del paciente o del moribundo. Hay que llevar a la regulación legal lo que son situaciones habituales para los profesionales de la medicina: dar respuesta al paciente y a su familia en situaciones límite.

1. Pienso necesariamente en mi madre, que en pocos días cumplirá 103 años. La prolongación de la vida con la que contamos hoy no se traduce en muchos casos en calidad. Se suman cantidad de años pero con frecuencia falta calidad mínima, como la autonomía física o la psíquica, en ese alargamiento. Veo estos últimos años de mi madre, sin autonomía alguna y con todas sus referencias situadas en el pasado lejano de sus padres o sus hermanos, a donde regresó para instalarse sin retorno. Nada queda de aquel mundo al que ella ha vuelto y todo lo de hoy, y lo que ella construyó, le es extraño. En demasiadas ocasiones, hundida en la profundidad del silencio, sus ojos se llenan de lágrimas. Me mira pero no acaba de saber. Hay dolor interior, expresión clamorosa de soledad, de abandono, que no elimina o no supera el cariño y la absoluta y ejemplar entrega en su cuidado de los familiares que están con ella y de la persona que la atiende.

Me he preguntado muchas veces, señor director, después de acompañarla, si vale la pena una prolongación de los años de vida así. Y sé que usted me cree cuando le digo que me romperé interiormente el día en que ella me falte. No es contradictorio preguntarse el porqué y para qué de ese dolor psíquico, de ese abandono en el que tantas veces debe sentirse cuando lamenta, por ejemplo, que sus padres no la visiten, con el golpe que recibiré el día que me sepa sin ella.

¿No puedo yo, y que se cumpla, dejar expresada mi voluntad libre de que en una situación así pueda llegar mi final? Quién soy yo para juzgar o condenar a Ramón Sampedro en la decisión que adoptó de poner fin a su vida. ¿Era vida? Precisamente porque el hombre es hombre tiene derecho a morir dignamente.

2. Pienso necesariamente en mi padre, que con noventa y algunos años sufrió un postoperatorio doloroso, traumático física y psíquicamente, con la amenaza real del final en cualquier momento. Aquel hombre, católico hasta las cachas en toda su concepción y en todos los momentos de su vida, me preguntó una y otra vez en la cama del hospital el porqué y para qué de tanto dolor para morir. El final inevitable estaba ahí, a un paso. No hay respuesta, salvo por parte de patologías psiquiátricas en la vivencia religiosa. El final de la vida humana ha sido puesto hoy bajo la responsabilidad —que no arbitrariedad— del hombre. Hans Küng, teólogo fronterizo católico, dice que no le pasemos a Dios esa responsabilidad que podemos y debemos asumir nosotros.

3. Creo que en este proceso que se abre con la tramitación de la ley sería necesario no mezclar todo, por ignorancia sobrevenida, por holgazanería intelectual, por demagogia o por la primacía a cualquier precio en la busca del aplauso. Creo que en la renuncia al batiburrillo de la política actual no se debería sumar este tema a la división de bloques ideológicos. Y una vez más se hace necesario no confundir la moral y las creencias que uno asume libremente, y sobre las que no cabe ejercer violencia de ningún tipo, con la autonomía de la sociedad secular para autorregularse y con la capacidad para fijar posiciones éticas universales. En definitiva, no se trata de imponer nada a nadie. Se trata de regular una realidad que existe y una demanda o derecho, por qué no, que muchos reclaman.

4. Al iniciar la carta le hablé intencionadamente de diálogo en un asunto tan complejo y tan trascendental en la existencia de casi todos. Hay que escucharse, comprender la posición del otro y dar respuesta a la opinión diferente en lo que exista de coincidencia, que no es cesión, y en la discrepancia, en definitiva, en lo que se descubra como novedad concordante en ese intercambio de posiciones y en el desacuerdo. Nada de esto creo que se haya producido en el debate parlamentario. Cada portavoz soltó su discurso, que buscaba el aplauso de quienes coinciden, alguna complicidad exterior a la política y, en algunos casos, incluyeron afirmaciones temerarias o la descalificación global y moral — auténtica ofensa— del contrario. No hubo, a mi entender, ni profundización en el tema ni visión de su extensión: la ética profesional sanitaria, las cuestiones éticas y morales generales y de grupos religiosos, todas las garantías para que la decisión no aparezca como una irresponsabilidad o una frivolidad ante la vida, la diferenciación entre una eutanasia activa y pasiva, el suicidio asistido, los cuidados paliativos… el testamento vital. Tampoco hubo ninguna vía de encuentro con el que piensa y opina diferente. Lo habitual.

Nota
El título de esta carta lo tomo prestado de un artículo didáctico y dialogante del científico portugués Alexandre Quintanilla en el semanario Expresso. A cada cual, lo suyo. El título lo hice mío porque en cuatro palabras dice todo lo importante de la cuestión que nos ocupa: la propia decisión sobre el final. La regulación de la eutanasia vuelve de nuevo a la Asamblea portuguesa, ahora parece que con posibilidad de salir adelante. En la legislatura anterior cuatro proyectos sobre la muerte digna encontraron el rechazo en una votación que unió a los comunistas con la posición de los conservadores.

De usted, s.s.s.

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