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Ejercicio de libertad

Vargas Llosa, que publica novela a los 83 años, construyó su camino al margen del rebaño y la tribu
Vargas Llosa. JOSÉ M. VIDAL (EFE)
photo_camera Vargas Llosa. JOSÉ M. VIDAL (EFE)

SEÑOR DIRECTOR:

Nadie como él divulgó con tanto entusiasmo en España el pensamiento político liberal en libros y artículos de prensa. Usted habrá leído que el liberalismo formaba parte de aquel contubernio antiespañol que Franco llevó hasta su último discurso ante, por cierto, una gran concentración en la plaza de Oriente. Acababa de ejecutar las últimas penas de muerte. Aquel monopolio del concepto y la comprensión de españolidad no lo han superado algunos, tal como oímos en el debate de campaña. Salvo Iglesias ninguno se atrevió a responder con visiones diferentes, si es que las tienen, o denunciar, al menos, la negación de españolidad que se formuló para quien discrepe de ese monopolio de nacionalismo excluyente a la hora de ver y entender España.

Volvamos mejor al Mario Vargas Llosa que convirtió a Isaiah Berlin o Karl Popper en citas y referencias habituales en sus colaboraciones de prensa. El País las recoge en España y las publican por el mundo otros muchos periódicos de referencia. Siempre se expresó a favor de la libertad de las personas. Entiende el aborto o la homosexualidad como un derecho. ¿Dónde está el reaccionario? Defiende en la tarea de la prensa la contribución a la formación del espíritu crítico en los lectores como una vía para asentar las libertades.

Hay, sin embargo toda una corriente de opinión que pretende situarlo en una derecha cavernícola. Algunas, usted las habrá escuchado o leído, en estado de auténtico delirio lo califican como misógino y mal escritor, al que aplican el anatema de la nueva religión que nos pretende apartar a usted, a mí y a todo bicho viviente de las malas lecturas y las malas compañías. Esto sí es reaccionario, además de una simpleza. Buscan neutralizar e impedir un pensamiento y una forma de vivir en sociedad que puede interrogar al lector y sembrar la duda sobre dogmas que por la derecha o la izquierda se colocan como verdades incuestionables.

Veamos una muestra: la sim patía del escritor por Estados Unidos no le impide ser crítico con Trump o con las políticas belicistas, intervencionistas o imperialistas que practicaron muchas de sus administraciones. Sucede lo mismo con Israel y las políticas de Netanyahu. La última novela del escritor peruano-español da fe de un golpe de estado en Guatemala con intervención de la CIA. No es precisamente de un papanatas pro yanqui el reflejo en la novela de la acción de intoxicación y manipulación de los medios de comunicación para desfigurar con el falso fantasma del comunismo la realidad de un gobierno y una política que derrocan los intereses económicos.

Claro que no se aconsejará la lectura de este intelectual si se buscan y fomentan dóciles rebaños, que obedecen ciegamente al perro del pastor, frente a ovejas que busquen libremente su propio camino.

La comodidad y la falta de espíritu crítico lleva a dividir todo el acontecer, todo el pensamiento, todas las políticas, en dos bandos, el de los buenos y el de los malos, el de los progres y el de los reaccionarios. Sigue siendo cierto para estos que fuera de (su) iglesia, laica o religiosa, no hay salvación. Estas simplezas valen para la visión del pasado o del presente. Ya que hablamos de liberalismo, ordene usted que pregunten a los políticos y a quienes dictan doctrina dónde está la recuperación de la memoria de Salvador de Madariaga, coruñés liberal y europeísta. En el exilio fue activo frente al franquismo y frente al comunismo.

Vuelvo sobre Vargas Llosa. Sus elogios entusiastas a las políticas de la señora Thatcher contribuyeron a esa imagen desfigurada. Pero también es cierto que los excesos de la señora Thatcher —de aquellos polvos thatcherianos y reganianos vinieron lodos que aún lo enturbian casi todo— fueron la respuesta a los excesos del intervencionismo, del inmenso peso de un sector público o de los sindicatos con prácticas poco democráticas. Cuando, además, su interés por la política le llevó en algunas ocasiones a meterse en el jardín de la economía, se entiende que de la mano de la Escuela Austríaca y en especial de Hayek, dio carnaza a sus detractores.

En contraste con aquellas opiniones, acaba de analizar ahora en clave social y como consecuencia de los excesos de un capitalismo acumulativo para unos pocos, las revueltas en Europa, como los chalecos amarillos en Francia, o el significativo levantamiento en Chile que diferencia de otras convulsiones de origen diferente en América Latina.

La propia evolución de su pensamiento político, del comunismo al liberalismo, es una trayectoria que siempre recibe la condena cívica por la izquierda dogmática. Cierto es que a veces aparecen conversos, no es el caso, que acaban de caer del caballo y como consecuencia del golpe en la cabeza expresan todas las exageraciones que son inimaginables en la formación sosegada y crítica. Vargas Llosa evoluciona desde la simpatía y militancia comunista a la firme y libre expresión de la crítica a la evolución del castrismo, a las dictaduras de izquierda o a los populismo latinoamericanos; su simpatía por Sartre no le impide tomar partido por la honradez intelectual y política de Camus o por Aron, frente a la losa de silencio que practicaron en Francia los intelectuales de izquierda, conocedores de las atrocidades del estalinismo.

La lectura de La llamada de la tribu, una autobiografía intelectual que sintetiza y divulga a los grandes pensadores liberales o sus libros de memorias muestran ese espíritu libre que se construye desde la honradez y solidez intelectual.

Este intelectual, con el que se podrá o no coincidir, es un gran novelista. A sus 83 años acaba de publicar este otoño Tiempos recios, un libro de 353 páginas que mantiene la línea de calidad. Estamos ante una novela de golpe de estado, conspiraciones con la presencia de la United Fruit que ya conocimos con García Márquez. Ahí están de nuevo la realidad del poder con todos los excesos y arbitrariedades, la corrupción o el sexo como ejercicio de dominio. Es el universo, o la realidad global de una dictadura que reflejó extraordinariamente La fiesta del chivo. Ambas novelas son políticas por temática y desarrollo, pero sin adoctrinamiento. La presentación de los hechos es suficiente para que el lector forme su opinión, como en el mejor periodismo.

Esta temática es una tradición en la literatura latinoamericana. Incluyamos el Tirano banderas de don Ramón del Valle Inclán. Pero los críticos nos podrán decir también que estas novelas de Vargas Llosa son la vigencia en pleno siglo XXI de un género, al que dieron por muerto tantas veces, que desde la realidad cuenta y crea historias.

Termino ya antes de agotar del todo su paciencia. Coincidirá conmigo en que la mejor señal del impacto de un libro se refleja cuando mucho tiempo después de su lectura se recuerda el lugar y las circunstancias en que se produjo. A mí me pasa con Conversación en la catedral y también, para que no todo sea novela, con Historia de un deicidio, la tesis de Vargas Llosa sobre Cien años de soledad. Eran años de juventud estudiantil y de estallido del boom latinoamericano. La visita de Cortázar a Madrid fue un acontecimiento.

Todavía nos advertían de la perversidad del pensamiento liberal, del contubernio judeomasónico, de las malas compañías y de las malas lecturas. Atentamente, s.s.s.

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